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Sin retorno

~Que la soledad produce locura, ella lo tenía claro, sabía que esa condición dejaba hambriento y vulnerable al más duro de corazón, pese a ello, terminó arrojándose al abismo que la transportó directamente a la vida de un narcotraficante paraguayo de dudosa procedencia, cuyo pasado estaba cargado de espanto y misterio, un ángel negro, fascinante y letal. Su existencia no volvió a ser la misma después de aquel encuentro, cada día se preguntaba qué hacía una periodista que trabajaba en derechos humanos, enredada con un prófugo de la justicia que al fin y al cabo era un asesino consumado.
Marco Correa Vélez llegó a Chile por casualidad, huyendo de sus propios fantasmas, que a cada paso eran más grandes, debido a los riesgos que implicaba su trabajo, desde niño había admirado a los grandes traficantes, los capos de la droga brasileños se transformaron en su obsesión, más tarde serían los colombianos. A tanto llegaba esa obsesiva admiración, que sus dos hijos varones fueron bautizados con los nombres de aquellos traficantes históricos.
Llevaba tatuada la Santa Muerte en su brazo derecho y a Gauchito Gil en el izquierdo, era bajo, de contextura fuerte, poseía rasgos indígenas, piel morena, una habilidad curiosa para los idiomas y una voz clara y dulce para el canto. Ostentaba su condición sin mucha prudencia ni recato, llevaba cadenas de oro en el cuello, pulseras y anillos, iba siempre acompañado de un revólver, su sonrisa era la de un niño sorprendido en una travesura y la franqueza con la que hablaba de sus andanzas, terminaban convirtiendo los actos más condenables, en inofensivas jugarretas de párvulos.
Se conocieron por casualidad del destino, que quiso obsequiarles una lección de vida a ambos, porque aquella mujer frágil de sencillez monacal, no tenía nada en común con las mujeres que toda la vida lo habían cautivado. Él por su parte, tampoco era el modelo ideal para ninguna que llevara una existencia normal y buscara un poco de estabilidad, mucho menos para ella, que siempre le habían gustado los hombres altos y de ojos claros, ilustrados e intelectualmente inquietos.
Sin embargo, ambos habían decidido, pese a los costos, vivir la vida bajo sus propios códigos, a su propia manera, según sus propias creencias, así de simple era todo. Ella que de racional tenía todo y nada, se dedicaba al oficio del tarot.
Un domingo de mayo, se presentó en el hogar de Amanda a altas horas de la noche, fue llevado impulsivamente por alguien que pensó que aquella mujer asertiva con las cartas, podría ayudarlo a decidir si era conveniente viajar a Paraguay al día siguiente, ella se negó a recibirlos a esa hora, pero fue tanta la insistencia que aceptó más por obligación que por voluntad.
Lo miró con cierto desdén, había bastante timidez en aquel hombre, ella sin ningún asomo de curiosidad lo hizo pasar a su casa, luego a la oficina donde acostumbraba a recibir a todos los desesperados que llegaban en busca de respuestas. Bastó una simple tirada de cartas, para que ella lo mirara fijamente y le asegurara: “Tú tienes problemas con la justicia”, de ese modo resumió los crímenes, los negocios turbios y todo lo que significaba la vida de un narcotraficante. De esa forma, esa mujer pequeña y delgada, conquistó el respeto y la atención de aquel hombre que le aventajaba en años y experiencia, más vida que la de sus dos abuelos maternos juntos.
Y ahí están ambos, frente a frente, abrazados en una cama, en una pieza oscura a pocos metros de la Santa Muerte que desde su altar vela por la seguridad de aquel prófugo, él ha cantado en portugués, le ha hablado en guaraní y ella lo ha mirado una vez más con la desconfianza típica con que mira siempre a los hombres, hay un segundo antes de cruzar la delgada línea entre el bien y el mal…pero él esa noche ha decidido contenerla, acurrucarla contra su cuerpo y simplemente sentir los latidos apresurados de la presa que teme, de aquella que se debate en su interior entre la curiosidad apremiante y la ética exigente, pero él lo sabe, parece palpar los pensamientos de aquella mariposa frágil que tiembla de frío y con una ternura impropia de su temperamento, le acaricia el rostro y el pelo, esperando que en algún instante el estremecimiento se retire de aquel cuerpo.
Tenía cuatro hijos con su mujer legal, aquella que había soportado estoica todas sus andanzas y correrías, la polola eterna, vecina de su niñez, que no tenía más ambición que convertirse en su esposa, darle hijos y vivir una vida sin grandes sobresaltos, salvo los que la pobreza brindaba a los de su clase, pero ella ignoraba los planes de aquel testarudo de sonrisa fácil y genio explosivo, como también que debería tolerar las grandes ausencias de su hombre que terminaría finalmente dándole toda la seguridad material, para huir de aquel destino rutinario que él no resistía, aún así lo esperaba con la esperanza de que lograría limpiar su situación legal, ingresar al país de manera normal, ser un padre presente y envejecer junto a ella. En el camino habían existido cientos de mujeres con un denominador común, la dependencia absoluta hacia ese hombre que lo que decía se transformaba en ley, demasiado temerosas para contradecirle, vivían una doble vida, el amor ideal de un hombre corriente, para cuando él estaba ausente en sus negocios, el sometimiento absoluto a aquel señor que les solucionaba la vida y las mantenía económicamente, aún cuando estuviera encerrado en un cuartucho, esperando el momento propicio para concretar un negocio de los suyos, jamás las olvidaba, como tampoco sus responsabilidades, protegía cuando era necesario, como también sometía a la obediencia absoluta.
La niñez de este hombre había transcurrido casi de manera normal, sin contar con la miseria en que estaba sumergido y los maltratos del padre al cual nunca pudo agradar del todo, había mirado la pobreza cientos de veces a la cara, sabía de hambre y desesperación, pero también había vivido un mundo mágico de supersticiones y creencias paganas, gracias a las mujeres sabias que pertenecían a su familia, conoció los misterios de la brujería y la santería a muy corta edad, por lo tanto tenía una fe ciega en las cosas sobrenaturales y un profundo respeto por sus santos populares, los mismos que se había tatuado en el cuerpo como una muestra de obediencia incondicional a las exigencias que le imponían. Había pactado con la Santa Muerte, antes de ingresar al mundo del narcotráfico en Bolivia, devoción irrenunciable, a cambio de protección y todo el dinero que su mente pudiera concebir, desde entonces, por donde viajaba, andaba con una maleta con la representación de ella en yeso, le montaba un altar en la casa que estuviera y cubierta con una funda negra para que nadie la viera, le prendía velas, le procuraba ofrendas y flores, la ponía de cabeza cuando no le resultaban bien las cosas e incluso, le entregaba la responsabilidad de velar por su revólver, extrañamente estaba protegido hasta los dientes, había salvado ileso en contadas ocasiones de las situaciones más extremas, eso lo convertía en un sobreviviente de mente fría, capaz de separar sus emociones de lo estrictamente racional, lo que lo colocaba en un sitial favorable cada vez que debía tomar una decisión o abandonar lo que le importaba, huir del peligro era lo habitual en él.
Llevaba ocultas las huellas de los tiroteos que había resistido, el miedo se había transformado en su aliado, pues ya ni se daba cuenta si lo sentía o no, estaba seguro de que ese era su destino, no tenía ningún interés por los negocios lícitos, sabía que había ingresado a un camino que no tenía retorno posible, cuando la confianza se instaló entre él y Amanda, muchas veces le comentó que el que tenía temor e inseguridad no podía ingresar a ese mundo, porque la duda y la ansiedad eran defectos que ellos no podían permitirse, todo tenía que ser fríamente calculado, para ello había aprendido una serie de códigos de comportamiento que lo mantenían a salvo e impedían que su rastro fuera ubicado. Acostumbrado al rigor, sus transacciones oscilaban entre la fortuna y los imprevistos que muchas veces lo dejaban semanas sin dinero, pasando miserias, atribulado y ansioso de salvar luego los contratiempos que iban naciendo en el camino, un día podía estar cubierto de dinero, al otro carente de todo, lloraba encerrado y solo cuando se veía superado e intentaba en vano no perder la calma, controlaba por teléfono todo cuanto podía, cualquier paso en falso que diera sería su condena.
Ella se le plantó en frente de igual a igual, no percibió miedo en su mirada, ni asombro, tampoco curiosidad, no lo cuestionó, sólo le regaló una sonrisa benevolente al finalizar la lectura de cartas y le recomendó con aire distraído que guardara las joyas, pues lucirlas de esa forma no era prudente, le argumentó además, que en la sencillez residía la verdadera elegancia. Era como una niña frágil y delicada, pero olfateó el ímpetu que tenía Amanda, su libertad y arrojo, fue eso quizá lo que le llamó la atención de esa mujer carente de coquetería y curvas, era terca, tan obstinada como él, pero poseía una femineidad y una inteligencia que no había visto hacía mucho tiempo, tenía clase, una aire majestuoso de otros tiempos, pese a la simpleza de sus vestimentas que nadaban en su cuerpo ocultando todas sus formas, aún así se evidenciaba su delgadez y producía en los hombres curiosidad y anhelo de abrazarla y protegerla del peligro, aún cuando ella lo hacía por si misma.
Marco Correa poseía aserraderos en Paraguay, aquellos eran la fachada perfecta para trasladar droga sin levantar sospechas. Las grandes vigas que eran escrupulosamente trabajadas, dejando espacios entre ellas, eran el envase de los grandes cargamentos de droga que recorrían Brasil, Argentina, Bolivia y Perú, donde los mismos jefes de la policía y los militares, se encargaban de proporcionar protección e impunidad, garantizando que la mercancía llegara sana y salva a manos de quien correspondía.
Fue así que Marco Correa Vélez aprendió que todo y todos tenían un precio, con tan solo mirar a las personas sabía cuando le resultaría o no comprar su seguridad y burlar la ley, aprendió por lo tanto, a hablar en el instante preciso, no le temía a la cárcel, pero las veces que cayó en ella, con un atrevimiento temerario, adquirió su libertad, librándose de las pesadas condenas que se le imponen al narcotráfico.
Como todo hombre dedicado a los negocios ilegales, poseía una vida solitaria, no tenía amigos, ni tampoco podía arriesgarse a echar raíces por mucho tiempo en una sola parte. El amor le era esquivo aún cuando las mujeres le sobraran, el costo que pagó por vivir la vida según sus normas y sus propios códigos morales, fue que nunca nadie se detuviera a mirar dentro de su verdadera condición humana, aquella que no podía ocultar si se le miraba fijamente a los ojos y se le trataba con dulzura, erróneamente había aprendido a pagar compañía y amor, era difícil conseguir que no se le acercaran por el interés de lo que podía proporcionar, él lo sabía, se acostumbró a ello y le sacaba provecho a esa ventaja, fue quizá por eso que su encuentro con aquella bruja chilena de aire distraído le había impresionado, no estaba acostumbrado a ver a mujeres independientes y luchadoras que eran capaces de trabajar y mantenerse solas, haciéndose cargo además de sus hijos, mucho menos con conocimientos que él consideraba privativos del mundo de los hombres, todo eso, lo atrajo inevitablemente a buscar la compañía de ella, a observarla más de la cuenta, a hablarle sin parar de todo lo que había guardado por años, sin atreverse a confesárselo jamás a nadie, porque además, ella no preguntaba nada, sólo se limitaba a mirar con atención evitando cualquier pregunta o comentario imprudente, sabía escuchar.
Amanda tenía 32 años, un hijo que era su mayor tesoro, una vida solitaria por opción, unas cuantas cicatrices producto del pasado, una desconfianza natural por el género masculino y pésimo olfato para elegir al candidato correcto debido a que lo normal le aburría, estaba al parecer condenada a toparse con hombres de naturaleza oscura y destructiva. Llevaba la mitad de su edad leyendo el tarot, ella decía que era su deformación profesional, heredó esa destreza de su abuelo materno, un constructor comunista, gigante como una columna, de ojos verdes felinos y una sabiduría enorme que ella había admirado con un amor incondicional, que fue en aumento, tras su muerte. Eligió estudiar periodismo, porque odiaba la rutina e intelectualmente era demasiado inquieta para permanecer por mucho tiempo dedicada a un solo objetivo. Se graduó con honores, tiempo después, comenzó a trabajar en el área de derechos humanos, fuera del sistema, porque no soportaba las normas, ni las reglas convencionales, no le temía a nada, ni nada la emocionaba, excepto su hijo, que era dueño de todo el amor y el cariño que esa mujer expresaba.
Se había enamorado sólo una vez, de un hombre muy parecido a su abuelo, había sido a primera vista, permaneció dos años al lado de él, hasta que lo descubrió en una infidelidad. Demasiado correcta y honesta, odiando en exceso la mentira, no fue capaz de perdonar, ni tampoco de compartir con nadie a ese hombre que tanto amaba, prefirió escapar sin volver a mirar atrás.
Aún cuando lo aceptó con una enfermedad terminal, un pasado poco decoroso y todas las limitaciones que poseía producto de años de adicciones y una historia familiar difícil, la única condición que estableció, fue mantener la honestidad y la verdad. Luchó sin cansancio por conservarlo con vida, sabiendo que en algún momento debería abrir los brazos y dejarlo partir, se descubrió nuevamente en cada detalle que compartió con él, sin poder creer que aquella mujer solícita y hogareña, era la misma que jamás había sido capaz de ninguna muestra de ternura con ningún hombre, ni siquiera con el padre de su hijo.
Se alejó de él cerciorándose que nunca más intentara buscarla, con el corazón destruido y la certeza de que jamás volvería a enamorarse y que hasta el final de sus días, recordaría el instante en que vio por primera vez a Gabriel.
Todos los hombres le habían fallado de alguna u otra manera, su padre que había estado ausente de su vida durante 23 años, su abuelo que había muerto demasiado pronto, el padre de su hijo, que además de ocultarle su bisexualidad, se dedicó a arruinarle la vida a ella y a su hijo, finalmente Gabriel, que eligió traicionarla sin contemplación alguna.
Marco Correa, cayó en desgracia una noche de luna llena del mes de Agosto, alguien lo había delatado, los camiones fueron detenidos en la frontera con Bolivia, una a una las grandes vigas de madera fueron cortadas, alcanzaron a destruir 180 sin resultados, él observaba encomendándose a la Santa Muerte, a unos metros de distancia, amparado por la oscuridad de la madrugada. La viga número 181 fue su desgracia, cortaron en el lugar exacto y todo se vino abajo, sus trabajadores fueron detenidos, él debió pasar a la clandestinidad y huir a Buenos Aires, agosto para él se transformó en un mes muy negro, la desventura siempre insistía en caer sobre su cabeza en ese mes.
Desde su escondite, debió echar mano a todos sus recursos, mover todos los contactos para que devolvieran la libertad a sus hombres, cargar con toda la culpa y mantenerse dos años invisible, sin trabajar, ni mover un solo gramo de droga, sus aserraderos fueron allanados, perdió dinero y reputación, algo que le dolía en el alma, pues inevitablemente había marcado a toda su familia, incluido a sus hijos, tampoco pudo volver a ingresar a su país libremente, hacerlo poseía un costo enorme, un riesgo que más de alguna vez se atrevió a enfrentar, pero con resultados enormemente perjudiciales, su cabeza tenía un precio, incluso sus hermanos habían sacado provecho de ello, en ese instante quizá palpó con toda crueldad, la decisión que había tomado en su vida, se había sumergido en la soledad absoluta, no volvería jamás a poseer la honestidad ni la sinceridad de los que tenía en su entorno, ni sus padres querían verse involucrados con su nombre, aún cuando aceptaban sin comentarios, la ayuda económica que él les brindaba.
En Argentina sin un veinte en los bolsillos, volvió a comprar una identidad nueva, renació como argentino, borró su pasado e intentó recomponer su maltrecha vida. Pero ya nada podía hacer por volver atrás, el respetable hombre joven que iniciaba una brillante carrera política por el Partido Colorado, aportando a cuanta causa social encontraba en su pueblo, pasó a ser el árbol caído del cual todos hacían leña.
Ella que habría mil veces preferido conocer a un guerrillero de la naturaleza del Che Guevara o el Subcomandante Marcos, se vio de pronto sorprendida con la llamada telefónica de este hombre de rasgos indígenas y acento extranjero, una noche fría de mayo mientras esperaba su turno laboral. La invitó a cenar, estaba de cumpleaños y demasiado solitario y lejos de sus afectos, se las ingenió para obtener el teléfono de Amanda y persuadirla de venir con él, ella sintió temor ante esa posibilidad, una cosa era leerle el tarot a alguien que no le había dejado alternativa, otra muy distinta, hacer amistad con un prófugo de la justicia, que había llegado a Chile, huyendo de un pasado tan reprochable y poco transparente, del cual ni siquiera sabía su identidad, había algo que le molestaba de esa situación, sus principios quizá, pero intuía que no era lo correcto.
Marco no se conformaba ante una negativa, insistió dos veces más y no satisfecho con la respuesta educada de ella, le envió un taxi a recogerla para que no pasara frío esperando locomoción a esas horas de la noche y volviera pronto a su hogar, de paso, la quería junto a él . Amanda llegó con su delgadez extrema, su pelo corto revuelto, sus gafas color rojo y una timidez propia de quien se siente fuera de lugar, pero fue recibida con familiaridad por el anfitrión y dos hombres más que eran sus acompañantes. Aquel 17 de mayo, el obstinado Tauro celebraba sus 39 años de vida, en medio de un asado y unas cuantas cervezas que servían para animar la charla, le alegró tenerla frente a él, haberse salido con la suya, percibió la reticencia de su invitada, la incomodidad, aún así se propuso sacarle sonrisas y vencer las resistencias.
Le pidió que le leyera el tarot a Rodrigo, un chileno que había vivido varios años en España y que también se dedicaba a negocios poco santos, una especie de criminal a sueldo. A él le gustó esa mujer asombrosamente bruja que pareció leerle el pensamiento, la miró con asombro, con curiosidad casi infantil, pero se mantuvo al margen, pues intuyó que Marco estaba interesado en ella y el paraguayo era de temer cuando alguien se le interponía en el camino. Aún así se sentó a su lado, no dejó de mirarla y hacerle preguntas, nunca se había leído las cartas, quedó maravillado ante toda la información que le proporcionó, pero la atención lógicamente estaba puesta en el anfitrión, Amanda tenía la extraña virtud además, de descubrir la naturaleza de cada persona, por lo tanto el chileno no pudo ocultarse ante sus ojos, era joven, buen mozo, ambicioso, traicionero y charlatán. Se retiró temprano, la excusa fue su trabajo del día siguiente, en realidad estaba agotada y ser testigo de tanto, no le pareció lo ideal, Rodrigo fue enviado a dejarla, la abrazó fuerte, le agradeció todo y le prometió volver a llamarla, ella sabía que no volvería a verlo en mucho tiempo.
Amanda no pudo dormir tranquila, la conversación que había escuchado durante la cena le daba vueltas en la cabeza una y otra vez, se sintió culpable de haber asistido al cumpleaños de aquel narcotraficante, se preocuparon de que se sintiera cómoda, pero se dio cuenta, que entre ese tipo de hombres su género era mirado como un adorno, un mueble que no debía incomodar, no tenían derecho ni a voz ni voto, pero lo que era peor, terminaban siendo cómplices de todos los crímenes al estar presentes en la planificación de los mismos.
Durante la cena discutieron los detalles de la venganza en contra de un chileno que había osado a romper los códigos de respeto y decencia en los negocios del narcotráfico, había recibido 250 mil dólares en mercadería, una camioneta cero kilómetros y había huido sin pagar ni un centavo, tampoco dio explicaciones, sencillamente desapareció sin dejar rastros, más encima se había dado el lujo de amenazar de muerte a Marco. Los sicarios contratados lo encontrarían y se lo traerían, ante sus narices le darían el tiro de gracia, para ello ya tenían plenamente identificada a su familia, si las cosas se ponían difíciles, recurrirían a ellos, los secuestrarían y con un par de balazos los harían confesar, sabían perfectamente cada uno de sus pasos y todos los detalles de las cuentas bancarias de algunos de ellos que curiosamente, habían recibido varios abultados depósitos, nadie se burlaba así de él, no tenía apuro esperaría todo lo necesario, pero tal como se lo había dicho al hombre la última vez que hablaron por teléfono, pagaría con su vida la osadía, él no iba a perder y sabía que lo iban a encontrar.
Las semanas siguientes todo se complicó para Marco, la periodista bruja, le había dicho que no podía moverse del país, ni intentar cruzar la frontera ni de regreso a Paraguay, ni mucho menos a Bolivia, estaba en peligro. No tardó en confirmar que era cierto, su identidad figuraba en INTERPOL, se había salvado de milagro y porque nuevamente tenía esos tics nerviosos en su ojo izquierdo, el que no paraba de temblar cuando se encontraba en las puertas del peligro. La primera vez que visitó a Amanda, debía viajar al día siguiente, desistió de hacerlo porque los malos presentimientos se los habían confirmado, pero eso significó más problemas y retrasos de los que él podía tolerar.
Tuvo que volver a los largos períodos de encierro, donde se conjugaba la pobreza y la angustia, ni sus salidas a la mar con los pescadores de la caleta, lograban borrar los funestos pensamientos que llenaban su mente. Se levantaba a las cinco de la mañana y se reunía con esos hombres que amablemente lo aceptaron en el grupo, admirados por su facilidad para pescar, pero eso no era lo suyo, necesitaba concretar sus negocios y de paso, recuperar las pérdidas que los chilenos le habían originado, se sentía solo, perdido, la casa que había arrendado se le hacía intolerable, gigante, vacía y fría. Extrañaba enormemente a su compañera, a la hija de ésta, al menos la presencia de ambas le daba la idea de una familia.
Volvió a llamar a Amanda, le pidió por favor que le echara las cartas y le aclarara el camino, era una forma además de acercarla a él, tener compañía, si bien quería obtener algunas certezas a través del tarot, se le convertía además en el pretexto perfecto para verla, ella no muy segura de si era lo correcto, accedió a leerle el tarot una vez más, sin embargo, los encuentros se volvieron habituales. En esos momentos ella era la única persona a la cual le podía confiar todos sus desvelos, hablar sin temores de todo lo que era su vida, por lo tanto la necesitaba, esa mujer pequeña, delgada como una niña, poseía una calma y fortaleza que él no había visto en otras, lograba aquietar su atormentada vida, transmitiéndole una paz que él ya no conocía, porque la había tranzado hace muchos años por vivir en la ilegalidad misma.
Cada vez que se sentaban frente a frente y ella extendía su mazo de cartas, le iba revelando datos, lo iba desnudando poco a poco, proyectándole
situaciones, previniéndolo de peligros, ella no opinaba nada, no juzgaba, con toda la serenidad de la que era dueña, intentaba mostrarle las opciones y los caminos que tenía a su disposición, eso permitía que él analizara con más calma sus propias ideas, al marcharse, lo dejaba con los sentidos trabajando a mil, sintiendo que todo tenía una solución.
Marco Correa había llegado en un momento en que Amanda se sentía muerta como mujer, estaba tan dedicada a sus trabajos y a su hijo, que no se percató que las emociones podían traicionarla, que la curiosidad era más fuerte que cualquier cosa cuando se trataba de enfrentar lo prohibido, que ella misma poseía una naturaleza dual, donde le costaba un inmenso trabajo sofocar a la mujer aventurera y libre, de moral incierta, que en los momentos menos apropiados surgía para demostrarle que podía cometer los actos más censurables sin ni siquiera dudarlo un instante. Muchas veces luchó por mantenerse fiel a sus principios y a esa educación católica timorata que le inculcaron desde pequeña, aún cuando hace años no profesaba religión ni poseía creencias espirituales.
Quizá fue por eso que finalmente, optó por vivir la vida a su manera, transgrediendo los límites de lo socialmente aceptado, en un vertiginoso viaje, donde contradictoriamente, fue capaz de amar, entregar y huir, se acostumbró a lo fugaz y efímero, vivió a concho lo que no le implicaba entregar el corazón, como si el acto mismo, estuviera disociado de los afectos, aquellos que tuvieron su cuerpo jamás poseyeron su espíritu, aquellos que tuvieron su corazón, no conocieron su cuerpo. Fue una inusual manera de ponerse a salvo y no hacerse vulnerable…le temía al compromiso, a ser atrapada y perder la libertad en manos de un hombre.
Había nacido al séptimo mes de gestación, bajo el séptimo signo del zodíaco, en un parto difícil del cual sobrevivió por milagro, fue la séptima nieta de sus abuelos maternos. Vino al mundo marcada por el abandono del padre y con una enfermedad que le consumió los doce primeros años de vida en un vagar sin rumbo de hospital en hospital, fue quizá aquello lo que la preparó para porfiarle a la vida y no dejarse jamás intimidar frente a la adversidad, pero también la convirtieron en una mujer carente de vanidad que se las ingenió para ser diferente al resto, capaz de raparse la cabeza y vestir como un personaje escapado de un libro de cuentos.
Poco a poco el patito feo fue floreciendo, la niña regordeta de ojos grandes, se fue afinando, hasta quedar como un junco, una facha de niña que no fue difícil mantener incluso, después del nacimiento de su retoño, el mejor obsequio genético de aquel padre que se mantuvo por más de veinte años como un misterio en su vida.
Desconcierto, eso provocaba Amanda, todos coincidían en su fragilidad, la veían como una chiquilla, pero estaba lejos de serlo, actuaba con una frialdad masculina, rara vez hablaba de sentimientos, nunca suplicó, era incapaz de retener a alguien a su lado, ironizaba con las sensiblerías, pese a ello, no hubo hombre que a ella le gustara, que no llegara a sus brazos, nunca se sintió demasiado hermosa ni atrayente, las inseguridades que poseía como mujer, las cubrió con sus capacidades intelectuales, se sabía inteligente, preparada y capaz de cualquier desafío, por lo tanto esas herramientas se convirtieron en sus mejores aliados a la hora de la conquista.
Poseía la moral de su padre, una apertura de mente que no iba asociada a las enseñanzas de su madre, que se abría escandalizado y avergonzado aún más de esa hija estrafalaria que tanto le costaba entender y aceptar, sus vestimentas demasiado vistosas y coloridas, sus tatuajes, su pelo corto que teñía de diferentes colores, su infatigable inconformismo, esa tendencia natural a todo lo pagano que canalizaba a través del tarot y esa manía de andar siempre buscándole las cinco patas al gato, eran el dolor de cabeza de esa mujer simple que la crío sola ignorando la verdadera esencia de su hija.
La vida se le hizo dura sin su abuelo, despertó a una realidad sin disfraces demasiado rápido, vio las debilidades de su familia y se sintió muy lejos de ella. Se fue quedando sola, retraída, apartada, no heredó la opulencia en carnes ni la sensualidad de las mujeres de su linaje, no tenía curvas ni redondeces, pero su rostro, era el mismo que el abuelo heredó a su prole, narigona, ojos grandes y tristes.
De tanto escucharlo, de tanto conversar y reír a su lado, de tanto mirarse a los ojos, se fue produciendo el milagro del encantamiento mutuo. Él que sonreía como un niño, que cantaba sin ruborizarse a todo pulmón cumbias y bachatas, que mezclaba el guaraní, el español y el portugués con una facilidad asombrosa, era un hombre de inmensos contrastes, su dureza, su sangre fría de asesino, vacilaba a ratos por las emociones de aquel que es capaz de amar intensamente de hablar sin tapujos de sentimientos, de llorar amargamente por el amor que se le escapó de las manos sin remedio.
Ese momento eterno en que permanecieron enrollados en aquella cama, después de que ella se volviera a transformar en la hechicera sabia que hablaba con voz reposada, se encontraron frente a frente en el minuto exacto donde se podía huir. Amanda no tuvo la voluntad de hacerlo, no quiso, él tampoco tenía ningún interés de abrir los brazos y permitirle escapar, ambos se rindieron.
Poseían más similitudes de las que uno y otro lograban identificar, pero venían de realidades y mundos tan opuestos, que sólo una bribonada del destino había consentido ese encuentro. Ella también había recorrido el continente, aquel año, tenía varios compromisos que cumplir en Argentina, Perú y Bolivia, pero los motivos de sus viajes eran muy diferentes a los traslados de él, ambos poseían el conocimiento de los pueblos originarios, él porque les compraba la droga que traficaba, ella porque abrazaba sus reivindicaciones sociales.
El único contacto de Amanda con el mundo de la droga, se reducía a la adquisición de marihuana para Gabriel, quien toda su vida adicto y con una enfermedad terminal, paleaba sus dolores fumando durante las noches. En los meses que permaneció a su lado, sabía todos los datos donde obtenerla, efectuaba las compras con una celeridad y sangre fría que éste aplaudía, medio en broma, le decía que tenía todos los atributos para dedicarse al rubro. Nunca tuvo miedo de tratar con esos hombres, pero muy distinto era ahora, verle la cara a una narcotraficante armado, que le había confesado más crímenes de los que ella se quería enterar.
Durante más de un mes, Marco entró y salió de su vida, se mantenían en contacto a través de llamadas y mensajes, le agradecía con una sinceridad conmovedora su amistad y compañía, más de alguna vez le dijo que sabía perfectamente que no cualquier persona con una vida tan normal como la de ella, lo habría aceptado cerca con esa naturalidad.
La invitaba a almorzar cada vez que podía, le gustaban los asados, se entretenía preparándolos mientras tomaba cerveza y fumaba. Jamás la dejaba ayudar en nada, la atendía con una devoción que ella hace tiempo no veía en nadie, más de alguna vez le insistió que lo visitara con su hijo, pero ella jamás lo involucró en nada, por ser lo más sagrado para ella, lo mantuvo lo más alejado posible de esa amistad que no tenía futuro.
Aquella noche, harta de escuchar cumbias villeras y a Dalmiro Cuellar, le presentó a Silvio Rodríguez, Ismael Serrano y Joaquín Sabina. Luego, le demostró, que las hojas de marihuana también se podían fumar y no tardaron en sonreír bajo los efectos del humo milagroso de aquella planta que él también probaba antes de comprar una producción, pero de la cual ignoraba bastante. Cuando Amanda le extendió el pequeño paquete con la hierba él la miró extrañado, en su país eso se botaba y no se consumía.
Más silenciosa que de costumbre, su clarividencia pareció aumentar, luego sintió un frío intenso, él la hizo acostarse en su cama y la arropó, ella temerosa e incómoda presintiendo que algo raro iba a suceder luchó unos instantes con sus pensamientos, luego se durmió, mientras él se puso a cocinar.
Quería evitar a toda costa que se le escapara, no quería estar solo, sabía que ella no pasaría la noche a su lado, pero quería que las horas transitaran rápido, de esa manera su insomnio sería más llevadero.
Miró su rostro de ojos grandes y tristes, lentamente se fue acercando, mientras el temor y la duda se fue apoderando de Amanda, finalmente la besó y ella respondió ese beso, entonces, y contra todo lo que ella pensaba, él abrió el caudal de ternura y caricias que tenía ocultos, durante minutos eternos, estuvieron reconociéndose con la serenidad de quiénes poseen todo el tiempo del mundo, a lo lejos, sonaba The End, él que nunca había escuchado a The Doors, ese día los oyó por primera vez y lo continuó haciendo por el resto de sus días.
Recorrió lentamente el cuerpo de aquella mujer, con una sabiduría de artesano experto adivinó la naturaleza femenina de ella, que a pesar de todo, no tenía una gran experiencia en hombres, descubrió que con agresividad y vehemencia no entraría en ella, se contuvo, se dio el trabajo de quebrar resistencias con una paciencia infinita, transitando la geografía de aquel cuerpo con toda la ternura de la que era capaz de expresar, se aferró a los huesos de sus caderas, hundió su cara en la clavícula delicada y perfecta que ella ocultaba, transitó por su vientre plano y lo cubrió de besos, contó uno a uno los tatuajes que tenía dispersos en la espalda, mariposas libres, pequeñas y frágiles, sus ojos se encontraron en el momento exacto y sin necesitar palabras, se comunicaron como dos almas viejas que se vuelven a reencontrar después de siglos de estar extraviadas, mientras el universo entero parecía quebrarse a su alrededor . La ropa quedó tirada por todos lados, ambos reposaron abrazados sin osar a separarse, bañados de sudor, se refugiaron en lo incierto de un abrazo sin futuro. Por unos minutos durmió asido a ella, la cercó entre sus fuertes brazos, al despertar, volvió a la batalla campal, a hundirse nuevamente en esa mujer que no opuso resistencia, que le brindó ternura por unos momentos sin importarle quién era realmente, para Amanda eso era lo menos relevante, había caído bajo el embrujo de Marco Correa Vélez, sencillamente, porque fue capaz de contenerla y amarla por un momento con la devoción de quien la conoce desde siempre.
La fue a dejar a su casa, se despidió de ella con un beso en la frente, caminó de regreso solitario y nostálgico, perdido en sus pensamientos, muchas mujeres habían desfilado por su vida y su cama, pero nunca ninguna de las características de Amanda, tampoco entendía que había visto ella en él para exponerse de esa forma, las emociones se le sacudieron ante la delicadeza de ese cuerpo que ocultaba sorpresas, ante esa mujer que al igual que un caleidoscopio poseía mil facetas. Sintió deseos de huir, no estaba preparado para toparse con ningún desafío de esas dimensiones, ni mucho menos arruinarle el futuro a una persona que no pertenecía a su mundo.
Cariño, ternura por su pureza y simpleza, por la inocencia con la que entregaba su alma sin ningún interés oculto, eso sentía Marco ante ella, podía haber poseído a cientos de mujeres, pero rara vez se conectaba con sus emociones, sabía que su naturaleza sensual de hombre despertaba solamente por el apetito más primitivo del animal acostumbrado a la caza, había otras mujeres esperándolo, un hijo en camino, no podía robarle a esa mujer su vida ni su esperanza, obligarla a esperar, someterla a una angustia constante, hablaba muy poco de ella, pero sus ojos la delataban, ignoraba gran parte de su historia, sólo lo más básico y los motivos de su soledad que él tampoco entendía porque era una mujer joven, pero la rodeaba un aura de mucha tristeza y orfandad que ella ocultaba astutamente, decidió que su tiempo se había agotado, ya no podía permanecer ni un segundo más en aquel pueblo.
Amanda no volvió a saber de él hasta una semana más tarde, había escapado con rumbo desconocido, se enteró por casualidad, tampoco supo los motivos de esa fuga repentina pero sintió cierto alivio, mezcla de tristeza, algo había cambiado a partir de esa noche, la vida se le tornó nuevamente monótona a ratos irrespirable, pero su racionalidad le insistía en que era lo correcto, aunque el alma entera le gritara lo contrario.
Huir no fue una buena idea, semanas más tarde lleno de angustias y dudas, volvió a contactarla, le envío impetuosamente varios mensajes, la extrañaba, se sentía perdido e impaciente. Ninguno de sus planes se habían concretado como él lo pronosticó, el chileno traidor estaba muerto, pero no consiguió recuperar todo lo que le debía, para colmo, en Paraguay había enviado a secuestrar a su hermana y a su cuñado, obligándolos a que hicieran devolución de sus bienes, estos lo habían traicionado no sólo dando su nombre actual a la policía, sino que también se habían adueñado de las propiedades que él les había cedido para que las administraran. Obtuvo parte de lo que quería, pero sabía que su hermana no permanecería quieta, como guinda de la torta, dos de sus hombres se negaban a hacerse cargo de tres cargamentos más que debían ingresar a Bolivia y Argentina, lo habían traicionado.
Se contactó por teléfono con ella, se atrevió a pedirle ayuda, pero luego se arrepentía al instante, Amanda no tuvo problemas en apoyarlo, no lo pensó, como tampoco en los riesgos que ello le podía acarrear, sin embargo, él volvió nuevamente a alejarse, para cuando volvió a contactarla, ella lo enfrentó con molestia por su falta de seriedad, era una forma de alejarlo de su vida, partiría a Perú por trabajo y no necesitaba más sobresaltos.
Fue allá lejos, que ella optó por tomar una decisión tajante e irreversible, no podía negar el impacto que Marco Correa había significado en su mundo, la había despertado abruptamente a la vida, para desaparecer tan inesperadamente dejándola con una sensación de vacío enorme, con una tristeza que no se podía sacudir de encima, regresó dispuesta a cumplir su promesa, faltaba muy poco para su cumpleaños número treinta y tres, para ella un número inmensamente simbólico, anhelaba una vida normal, no necesitaba más problemas, tampoco volver a conocer a otro fugitivo.
Encendió una fogata en el patio de su casa aquella noche de luna menguante, oró a su abuelo, al alma de todas aquellas mujeres que injustamente habían sido quemadas por brujas, agradeció el don que por tanto tiempo la acompañó, se sentó en el suelo y ofreció al fuego sus preciadas cartas, en segundos quedaron reducidas a cenizas, pero así se permitió volver al mundo de la gente normal, aquella que no se maneja a través de la intuición ni señales, aquella que se guía por lo práctico y racional.
Fue en una fiesta social, de aquellas que continuamente se dan por motivos laborales, a las cuáles rara vez asistía, que la memoria ancestral le jugó una mala pasada. Acudió con pereza, a penas se arregló, pero entre tanta gente, aquel venezolano coincidentemente llegó a su lado, ya se habían visto cientos de veces, pero jamás habían conversado, le molestaba de él su descaro al mirar, producto quizá de esos ojos verdes cristalinos que daban a su rostro un aire burlón. Esa noche se mostró amable, alegre, bueno para bailar, celebrar y cantar a todo pulmón cumbias y bachatas con un acento atípico, imposible no recordar, asociar lo que no tenía comparación.
El extranjero con nombre de arcángel no tenía ni la delicadeza ni la sensibilidad de Marco, era experto cazador, pero sin un ápice de ternura ni encanto, reservado e incapaz de comunicar, se esforzaba en mostrar afabilidad mientras duraba la conquista de la presa. Ella se le escurrió dejando abierta la curiosidad en él, que con un ego demasiado grande, no comprendió por qué aquella chiquilla mimada lo dejó con la sangre agolpada por todos lados y dificultades para caminar, la noche para él no terminó como hubiera querido, tampoco tuvo la inteligencia de adivinar que ella no se iría a la cama con alguien a quien recién venía conociendo.
Marco andaba cerca, pero ella no supo interpretar las señales porque había perdido las esperanzas, quizá fue por eso, que cuando el del nombre de arcángel la llamó y la invitó a salir, ella aceptó pasivamente aún cuando no tenía ni el interés ni las ganas, mansa como una oveja cuyo destino no es otro que ir a parar al matadero, lo acompañó sabiendo exactamente que no era ni para conversar, ni para conocerse. Había salido nuevamente esa naturaleza dual e incomprensible que tantos dolores le provocaban, pues ni ella era capaz de entenderla, habría sido tan fácil negarse y continuar, pero siempre había en ella ese afán por dañarse aún más.
Su teléfono sonó, no reconoció el número que aparecía en la pantalla, su acompañante la miró con curiosidad, a esas horas era bastante improbable que alguien llamara, al contestar el corazón le dio un brinco, era el acento inconfundible de Marco, quien dándoselas de bufón, volvió a aparecer después de semanas de silencio, le habló a toda velocidad, temeroso de que ella lo volviera a despachar, pero Amanda no estaba dispuesta a hacerlo, habría huido en ese mismo instante a sus brazos y no tuvo empacho de decirlo en las propias narices del incómodo ser que la miraba desde un sillón con un gesto de fastidio e incomodidad.
Caminó por la orilla de la playa apurada, se le hizo eterno el trayecto, cuando lo vio desde la distancia la alegría la invadió, se conformaba con volverlo a ver, saber que estaba bien. Él la miró con ternura, estaba acompañado por dos gorilas más que oficiaban de guardaespaldas, lo abrazó con timidez, tenían no más de quince minutos para conversar, tocó su rostro, tomó su mano.
Por su parte, él había esperado pacientemente regresar, rodeado de contratiempos y aún con otras mujeres a su lado, no lograba olvidarla, necesitaba mirarla nuevamente a los ojos aunque fuera por unos instantes y se dio el trabajo, no necesitaba el contacto físico, le bastaba tenerla allí sonriendo, confirmar que aquel ángel existía y había sido parte importante de un intervalo más de su vida.
Pasaría un largo tiempo de silencios, de esperas atormentadas, de recuerdos que se querían marchar y ella los retenía, él se refugió en sus asuntos y la dejó a un lado, era su secreto mejor guardado, nadie podía saber de la existencia de aquella mujer, no quería ponerla en peligro, era su trofeo, lo que le corroboraba que aún sumergido en el mundo más oscuro, el destino era capaz de permitirle la luz, algún día regresaría y se pararía frente a ella nuevamente, sabía de paciencia, el tiempo al fin y al cabo era una ilusión. Tenía que recibir al nuevo hijo que venía en camino, solucionarle la vida a aquella joven mujer que había sido su compañera los últimos dos años, arreglar cuentas con las que lo habían protegido durante su permanencia en Chile, recuperar parte del capital perdido, mover los volúmenes que aguardaban pacientemente en las fronteras de Argentina y Bolivia, compromisos eran compromisos, el trabajo no podía detenerse y pretender que todo ello no existía por correr tras una utopía.
A fines de Noviembre, saliendo de su trabajo, Amanda volvió a ver a Marco Correa, la estaba esperando con una sonrisa nerviosa y dos hombres más, para ella fue una sorpresa, la historia con aquel personaje había quedado muy atrás y no pensaba ni en la más remota posibilidad de volverlo a ver.
Se las ingenió para continuar con su rutina de vida, trabajando como mala de la cabeza, preocupada de su reducido entorno, sin socializar con nadie, se castigó a sí misma por permitir nuevamente que alguien le alterara la paz y la comodidad de su ambiente.
Le pidió que lo acompañara, ella lo observó y aunque titubeó unos instantes, una vez más, hizo caso omiso de su sentido común, en ese momento, despidió a los dos gorilas que lo esperaban silenciosos, los planes habían cambiado, no retornaría aquella noche a su escondrijo, estaba agotado de correr de un lado a otro, necesitaba un poco de serenidad.
Abrazados y enrollados nuevamente en una cama, hablaron del futuro que no existía, de las posibilidades inciertas, de emociones, de lo que no se podían prometer, pero de lo que con certeza sentían. Ella lo miró con ternura, acarició ese rostro que para ella significaba tanta transgresión, se hundió en su pecho y aspiró su olor como queriendo atesorar para siempre, aquel instante tan irreal como paradójico en su vida.
Todo seguía su curso, había comprado una nueva identidad, los negocios comenzaban a prosperar, había logrado internar otros cargamentos, pero esta vez a Chile, con la ayuda de varios policías y un Senador de la República, ella prefirió no indagar detalles. La suerte estaba de su lado, no sabía por cuanto tiempo, pero quería invertir en unos cuantos negocios de fachada para lo próximo que se traía entre manos, extender sus tentáculos hasta Europa.
Volvieron a rodar por la cama, a explorarse y reconocerse, pero esta vez con una urgencia que no habían experimentado antes, se besaron una y mil veces mientras los pillaba el amanecer con una rapidez que temían, se durmieron abrazados y extenuados como dos niños, sintiéndose felices de estar juntos una vez más, burlando al destino.
A la mañana siguiente se miraron con tristeza, no quería dejarla, aunque tenerla a su lado fuera una locura irrealizable, un lujo prohibido, estaba seguro de haber encontrado al fin lo que tanto había buscado, temía las consecuencias y la magnitud de su decisión, pero estaba dispuesto al costo, ella tampoco tenía miedo, ambos pactaron un acuerdo descabellado, una vez al mes siempre en la misma fecha, se reunirían en aquel lugar, sería el secreto de ambos, nadie podría saberlo, él se esforzaría por llegar siempre puntual, no faltaría jamás, por el momento no podía arriesgarse a más, pero llegaría el instante en que quizá eso cambiaría.
Durante un año cumplieron ambos con aquella maratónica promesa, a medida que fue pasando el tiempo, ambos fueron rodando por un abismo insalvable, irremediablemente habían llegado a quererse y necesitarse, la distancia les hacía daño, sobre todo cuando tenían problemas y nadie cerca que los escuchara, Amanda evidenciaba ya un comportamiento extraño, a veces retraído, aunque cumpliera con todos sus deberes y se hiciera cargo de su hijo con su dedicación de siempre, esa desaparición mensual se volvía extrañamente sospechosa para todos los que la rodeaban, pese a ello nadie se atrevía a preguntar nada.
A mediados de diciembre la llamó saliéndose de toda rutina y protocolo, le había depositado dinero para que viajara de inmediato a Santiago, se encontrarían en el Hotel Diego de Almagro, tenía algo importante que decirle, apremiaba que conversaran. Cenaron en la habitación, descansaron abrazados mirando televisión, él estaba inquieto pero como siempre ella no preguntó nada y mantuvo silencio a la espera de que se decidiera a hablar, a media noche solicitó champagne a la habitación, salió por unos momentos y llegó con un ramo de rosas y un anillo, se paró frente a ella y le propuso un futuro, le daría dos meses para que lo pensara, debía viajar a Paraguay y luego a Brasil, volverían a encontrarse a fines de febrero, él la buscaría, durante todo ese tiempo no se comunicarían, era un riesgo hacerlo, para que todo saliera bien tal como lo tenía pronosticado, debían cumplir con esa parte aunque fuera difícil, debía eliminar teléfonos y todo lo que mantenía hasta ese momento, incluso, había cambiado nuevamente de identidad para salir más fácilmente del país, en Brasil le esperaba una nueva identificación con la cual regresaría a Chile, había preparado todo cuidadosamente, a su vuelta tendrían un hogar, podrían vivir de negocios legales y descansar por lo menos dos años.
Le contó parte de sus planes, le dio sus nuevas identidades, el resto se lo guardó, no quería involucrarla más de lo necesario, si había dificultades y no regresaba en el período estipulado le prohibió buscarlo, no debía exponerse porque nadie sabía de su existencia. Le aseguró que volvería, que era lo que más anhelaba, que no la iba a dejar por otras mujeres, que necesitaba de ella para continuar, que nunca dudara de aquello.
Había prometido a sí misma no pensar en él cuando no estaba a su lado, importaba sólo el aquí y el ahora, nunca se mortificó por lo que podría o no haber en otros lugares, sabía que los hombres por naturaleza jamás son fieles a nadie, lo había conocido de una forma y lo respetaría tal cual era hasta que la vida dijera lo contrario y los llevara por otros rumbos.
Se despidieron con un fuerte abrazo, se besaron y él volvió a hacerle prometer, que sucediera lo que sucediera, no dudara nunca de lo que él sentía y que si tardaba en llegar no intentara buscarlo aunque se muriera de ganas.
Amanda nunca dio la respuesta a aquella propuesta de futuro, tampoco el mes
de febrero lo tuvo de regreso, muchas veces lloró en silencio y dudó de todo lo que había vivido, habría querido a veces seguirle el rastro y encontrarlo, pero finalmente se consoló así misma y nunca más volvió a lamentarse de lo que no pudo ser, tampoco tuvo el valor de contarle a nadie su osadía, la atesoró para sí misma con la convicción de que tarde o temprano se reencontraría con Marco, o al menos sabría lo que realmente había sucedido con él, con el tiempo la certeza en la veracidad del amor que él sintió por ella se le hizo demasiado clara y dejó de pensar que la habían traicionado nuevamente, recordó que Marco siempre le enseño a tener paciencia, que el tiempo finalmente era una ilusión.
Si Amanda hubiera sabido realmente todo lo que Marco soportó y le tocó vivir en aquellos meses interminables, quizá habría quebrantado todas las promesas de no buscarlo y habría movido todas las montañas necesarias para ayudarlo, pero en el lapso se habría perdido ella misma, algo que él luchó siempre por evitar aunque pensara finalmente que había sido un mentiroso y había aparecido para finalmente abandonarla como todos los hombres que se le habían acercado.
Fueron meses de espanto, de una soledad inmensa, había sido un error aventurarse a abandonar tierra chilena, pero no tuvo el tiempo de enmendar lo andado, tampoco contó con la ayuda de ella, que hace mucho tiempo había dejado de lado el tarot. Su paso por Paraguay había sido dificultoso, el abogado que había contratado para que le limpiara los papeles no había hecho mucho, salvó de milagro que lo detuvieran y para colmo los mismos policías lo habían tenido cinco días secuestrado, llegaron a la casa de su mujer a sacarlo de madrugada, le exigieron que pagara una suma considerable que obviamente se demoró en conseguir, después de eso, optó por abandonar el país rápidamente y regresar a Bolivia, sin embargo, había conseguido al menos ver a sus hijos.
En Brasil debía entrevistarse con los encargados de abrir las puertas de los negocios a Europa, allí al menos no había tenido muchos contratiempos y todo quedó marchando como correspondía, él no haría mucho, sólo garantizar que la mercancía llegara a buen puerto y para ello regresaría a Bolivia y luego a Perú a conversar con los que se encargarían directamente de los cargamentos, la idea era que todo continuara sin problemas y sin su presencia directa.
No contaba sin embargo que al salir de Bolivia dos hombres con los que había transado algunos negocios años atrás, lo traicionarían y lo terminarían delatando, a partir de ese momento no pudo hacer mucho, lo detuvieron en suelo chileno, tres meses pasó en una cárcel del norte, hasta que logró mediante sobornos un traslado hasta Santiago, allí le sería más fácil solicitar ayuda y pagar para que su expediente se extraviara.
A ratos deseaba llamarla, avisarle todo lo que estaba viviendo, pero se frenaba, había pagado bastante caro todos sus errores en la vida, arrastró a sus hijos a todos aquellos que amaba a su vergüenza y caída, ella que era limpia y ajena a todo aquello, que había nacido en un mundo normal con carencias mínimas y el ejemplo patente del honor y lo correcto, no se merecía ese mundo, ella tenía la tarea de sacar sola adelante a su hijo, no podía distraerse de su deber.
Optó por escribirle, así mataba el tiempo, poco a poco fue acumulando un número indeterminado de cartas que en algún momento sabía que ella leería, se cuidó incluso de no poner en ninguna de ellas el nombre de Amanda.
Ella volvió a viajar, estudió y se cambió incluso de trabajo, había pasado un año y medio de la última vez que vio a Marco, no intentó tener pareja, no buscó esa opción, porque sencillamente no era capaz, incluso Gabriel había vuelto a acercarse, lo tomó como una prueba más, como una burla del destino, diplomáticamente lo había rechazado, sin rencor ni rabia lo había mirado a los ojos y serenamente le había confesado que estaba enamorada de otro hombre, que era muy tarde para reconstruir historias viejas, no sintió ni una pizca de nostalgia ni arrepentimiento, había mirado a ese individuo como un extraño y en ese mismo momento descubrió la verdad.
Se volvió asidua lectora de todas las informaciones policiales y la crónica roja, sabía que allí encontraría pistas o señales en algún momento, cada vez que leía sobre narcotraficantes o redadas lo hacía con el corazón oprimido.
Tres años después, a través de una escueta nota transmitida por televisión, el misterio para ella finalizó, sintió que las fuerzas la abandonaban, cayó de rodillas y estalló en un llanto desgarrador, Marco estaba muerto, lo habían asesinado.
Ya no le importó mantener su promesa, al otro día partió a buscarlo, como periodista solicitó ayuda a varios de sus contactos y así pudo ingresar a la cárcel, hablar con el alcaide y luego entrevistarse con uno de sus amigos al interior del penal.
Privado de libertad, Marco estableció contacto con varios reclusos y éstos lo custodiaban, no le importó su nueva condición, nunca le temió a esa suerte, amigos extranjeros lo visitaban frecuentemente y desde la cárcel continuó con sus negocios, lamentablemente, ese día fatal, estaba en el lugar equivocado y fue asesinado en una riña.
Aquel hombre le entregó una bolsa repleta de cartas, incluida la última que le escribió, con los ojos bañados en lágrimas y sin comprender los misterios del destino, se enteró a través de aquellas líneas que le quedaban dos meses para recuperar la libertad, que pensaba volver a buscarla y que durante todo ese tiempo Rodrigo la había estado siguiendo, por lo tanto él sabía todos sus movimientos y tenía claro como llegar a ella.
Nadie se había molestado en reclamar el cuerpo, ni sus pertenencias, aún permanecía en la morgue a la espera de que alguna alma caritativa se hiciera cargo, Amanda recurrió a Rodrigo y a otros contactos de Marco, a pesar de los deseos de él irrumpió en su vida para devolverle la libertad demasiado tarde, con unos cuantos papeles falsificados y la cooperación de algunas autoridades que aceptaron gustosas unos cuantos dólares, pudo obtener rápidamente el derecho a retirar el cuerpo.
Ella misma se encargó de vestirlo y prepararlo para el solitario funeral que tendría lejos de su tierra y de los suyos con una identidad que no le pertenecía, la última que compró. Por largos segundos lo mira, al fin está frente a él, parece escuchar sonreírle y decirle con su acento melodioso: “Hola mi bonita, ¿cómo estás?, en ese instante, se desprende de la respuesta que debería haber dado hace tantos años, no le cuestiona nada, sabe que nunca la olvidó y ya no necesita respuestas, lo abraza y le pide perdón por haber roto su promesa, por no poder devolverlo a su país.
Con sus cenizas en las manos y a bordo del Simón Pedro, el bote que tantas veces Marco utilizó para salir de pesca, Amanda en compañía de Rodrigo, despide al hombre más valiente que ha conocido, al que más llegó a amar, al que nunca logró confesar tamaño descubrimiento.
“Adiós Marco, Roberto, Santiago…Román, adiós ave migratoria”, en ese instante libera el polvo de estrellas y con ello cierra el círculo, simbólicamente le ha devuelto la libertad y no podía ser de otro modo, aunque ambos hubiesen anhelado otro futuro, él había terminado como siempre vivió…Román Portillo Ayala, lo sabía desde mucho antes, en realidad lo supo desde siempre, desde el momento en que abandonó su pueblo de Caacupé a los 27 años con 40 dólares en los bolsillos, rumbo a Bolivia y entregó su vida a la Santa Muerte a cambio del futuro sin retorno que fantaseo cientos de veces, siendo un niño de la calle acorralado por la miseria y la violencia de su padre.

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