Estaba sentado en una vieja silla de cuatro patas y frente a un papel en blanco me sentía como un mono tratando de imitar lo que ve y cree entender de uno mismo, así me sentía ante aquella triste visión cuando escuché unos pasos de bajaban la escalera de mi edificio. No sé por qué salí como un tonto tras el sonido de esos pasos y vi que era un chico que corría junto a un perro rumbo hacia el parque de la ciudad. Le seguí hasta llegar a dicho lugar que estaba lleno de familias con sus hijos en una calurosa y dorada tarde de sol.

Me senté en una banca y sentí una brisa que como una seda acariciaba y relajaba mi alma. Todo estaba bello, menos aquel muchacho sentado junto a un árbol, con un madero en las manos, tirándolo una y otra vez al tonto perro, que iba y venía como una triste y estúpida repetición. Sentí su mirada, quieta y sombría que irradiaba como una sombra misteriosa que opacaba mi alma. Me identifiqué, me pareció verme reflejado en su mirada. Cogí una pluma y sutilmente empecé a dibujarle. Todo era tan extraño, parecía que aquel lugar fuera un marco dorado, y el muchacho, el modelo animado, un punto de apoyo, una estatua natural… pero el chico, desde su impreciso misterio, parecía reducir con sus ojos a cada línea que apoyaba sobre el lienzo, incluso el mismo sol parecía opacarse. Había escuchado que la naturaleza gira alrededor, no de otro planeta sino, de una conciencia… Y parecía que en los ojos del muchacho giraba el universo una y otra vez, como una estúpida repetición…

Mis manos se deslizaron como si bailaran una sinfonía hasta terminar aquella silueta juvenil… Emocionado por la obra que brillaba con otra luz, me paré y como un ladrón partí rumbo hacia mi taller, deseaba contemplarlo en mi soledad… Apenas llegué a mi departamento abrí el lienzo y me quedé tan arrobado que no dejé de contemplarlo por horas y horas, como una estúpida repetición cuando sentí un peso inmenso en los párpados y cerré los ojos un momento. Cuando volví a abrirlos, estaba en un parque junto al mismo perro del muchacho y con un madero en las manos… Estaba junto a un árbol y rodeado de mucha gente en una tarde dorada cuando mis ojos vieron a un extraño señor de ojos profundos sentado en una banca, con una pluma y un papel, mirándome con tal fuerza que sentí que mi vida se apoyaba en su mirada…

De pronto, sentí que mi cuerpo se paraba y se acercaba hacia aquel extraño. Traté de parar y no pude, sentí como un imán arrastrándome hacia aquel ser tan misterioso. Cuando estuve frente al señor, me preguntó mi nombre. “No recuerdo”, le dije. “Y el suyo”, pregunté. Sonrió, sacudió mi cabellera y sin decirme adiós se alejó… Iba a volver a jugar con el madero y mi perro y no pude, sentí que debía seguir al extraño, y así lo hice.

Le vi subir un edificio y le seguí. Le vi entrar a un apartamento y toqué la puerta, pero esta se abrió apenas la rocé. Entré y le vi sentado en una vieja silla de cuatro patas, apoyando su cabeza sobre un viejo escritorio, parecía descansar. Tenía un lienzo en las manos que brillaba con luz propia… Me acerqué, la cogí en mis manos y sentí que tocaba una rosa que se abría ante mis ojos y pude ver que aquella silueta era yo. La guarde en mi bolsillo y salí corriendo hacia el parque de la ciudad y en la puerta del edificio me encontré con mi perro.

Era un domingo de sol y jugaba con un madero y mi perro hasta agotarme. Me eché un momento a mirar el lienzo y cuando la abrí un resplandor me encegueció, cerré los ojos y cuando los abrí, estaba sentado en una silla de cuatro patas, apoyando mi cabeza sobre un viejo escritorio… Miré mis manos buscando el papel y estaba en blanco... De pronto, oí los ruidos de alguien que bajaba las escaleras del viejo edificio en que vivía, cogí el papel en blanco y me puse a escribir sin parar, sintiéndome como un simio que imita, que repite y repite una y otra vez la misma estupidez…



Lince, febrero del 2005.