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Categoría: Románticos

Soñé contigo.

Aquella noche cuando me fui a dormir soñé que iba a nadar al “Prado” y de pronto me encontraba contigo, Carolina. ¿Recuerdas el Prado?, donde nos conocimos cuando éramos unos niños ingenuos y completamente salvajes, niños modernos que aterrorizan a las señoras de buenos modales. ¿Recuerdas? Cuando nos gritaban: “¡mal educados!”, “¡con esas bocas de chóferes!”, “¡qué horror!”. ¿Recuerdas? Pues ahora, tanto tiempo después y soñando, y vuelvo a ese lugar y vuelvo a encontrarme contigo, Carolina, y no te miento que de veras estabas tan linda en ese sueño, porque siempre fuiste linda, siempre, cada día te hacías más linda; Carolina, soñé contigo…

Había muchas piscinas en el Prado, casi como tres y eso era todo un record mundial en mi pueblo. ¡Tres piscinas, tres! No había fin de semana que llegue y nosotros no carguemos las maletas en el “bólido” para bajar al valle, fin de semana día de descanso y ¡por supuesto, día de piscina! ¡Día de ajetreo y alboroto! ¡Día de sueños e ilusiones! ¡Día de anhelos! ¡Día de ti, Carolina, de ti, de verte otra vez bañando en la piscina y soñar contigo que eras la niña más linda del mundo! Que suerte haberte conocido de esa manera y saber que tus padres eran amigos de mis padres y todo eso, ¿no? Recuerdas cuando tú y yo nos íbamos juntos a conocer por enésima vez qué hay por allá y por allá más lejos, ¿recuerdas? Venías donde mí y me pedías que te acompañe y nos íbamos hasta la esquina más lejana, conversando de las trampas que tú hacías siempre cuando jugábamos a las barajas. Siempre hacías trampas en todos los juegos y me culpabas a mí de todo, ¡yo pobre, siempre me culpaban de todas las injusticias! Recuerdas ese día que yo iba ganando el Monopolio y tú desbarataste el tablero diciendo palabras muy feas de mí, como que yo había robado todo el banco y por eso ya no quedaba ningún billete y tampoco hoteles y hasta las fichas habían desaparecido. Eras tan mala perdedora y tan tramposa que hacías volar todo el tablero por los aires, y si no era porque ya no tenías billetes de seguro me los hubieras arrojado como serpentinas en la cabezota. ¡Tramposa! Siempre fuiste un poco rebelde y mañosa, una muchachita adelantada para nuestra época y nuestro siglo. Eso sí, siempre preciosa como tú misma. Eras tan variable que luego de estrangularme y jalarme brutalmente del pelo, me terminabas sonriendo y diciendo que yo había puesto la cara más chistosa del mundo, como un gato pulgoso o algo así, ¿recuerdas? Me sonreías y luego me contabas chistes y luego estabas tan linda que me daban muchas ganas de algo más, no sé de qué. Y luego volvíamos de nuestras caminatas y nos bañábamos en todas las piscinas. Primero, en la piscina para niños, en donde implantábamos la autoridad de sargento “José”, ordenando a la fuerza y poniendo control a los alumnos que no saben comportarse en las clases de gramática. Luego decidíamos que las clases se acabaron y que el próximo año habría vacaciones de tres meses por adelantado, y luego de ellas sería expulsado el profesor por mala gente y habría tres meses más hasta que encuentren un nuevo profesor. Nos aburríamos de la piscina pequeña y nos íbamos a la piscina de competencias en donde se bañaban todos los papás. Allí me tirabas agua a los ojos a traición y yo te ahogaba y te decía que tu abuelita tenía razón en eso de que eras una niña un poco salvaje y mal llevada. Y luego te recontra mataba con mi ultra torbellino de olas del Hawai, ¿recuerdas? Luego me salías persiguiendo hasta la piscina de trampolines y me caías encima y todo eso medio raro, ¿recuerdas? No sé por qué pero la piscina de trampolines era medio rara, siempre, era muy profunda y por eso nunca nos alejábamos más de un metro del borde, que por suerte ambos sabíamos nadar como unos expertos, tú porque aprendiste sin saber donde y yo porque aprendí en ese curso que duraba como quince años y eso que recién había cumplido los diez. Pero en verdad sabíamos nadar no sé cómo. Y la piscina de trampolines era muy profunda y el agua era muy azul y no se alcanzaba a ver el piso debajo del agua, y era redonda y muy profunda y peligrosa y prohibida, que si nuestros papás nos encontraban allí seguro nos castigaban bien castigados. Pero así era la vida, las cosas peligrosas y prohibidas siempre resultaban ser muy interesantes, o mejor dicho muy entretenidas, tanto que a veces sentíamos no sé que cosas raras y nos reíamos y empezábamos a jugar al juego del choquecito “pum”, que tú eras un barquito sin timón y de pronto te acercabas a mí y me chocabas “pum”, reías y mientras tanto yo también había perdido el rumbo y “pum”, por detrás, y por el un lado y por el otro, y siempre uno de nosotros terminaba haciendo el “pum” por el frente… Y de pronto los dos ya no nos reíamos y nos mirábamos y nos sentíamos muy raros. Y yo te miraba tan cerquita tus ojos verdes, como que de pronto te habías callado completamente y me mirabas con una cara muy misteriosa, y yo te miraba en la cara, en los ojos, y también tu terno de baño que otra vez caía en cuenta de lo chévere que te quedaba. Entonces a veces eras tú y otras veces era yo, que repetíamos el “pum” de frente y ambos nos reíamos. Ese rato la cosa se hacía menos seria y como que ya habíamos estado mucho tiempo en esa piscina, como que de pronto nos había dado ganas de hacer pipi o algo así y salíamos de la piscina, así acabábamos medio pensativos por el resto del día… ¿Recuerdas? Esas veces que decidíamos subir al primer piso de los trampolines para mirar abajo; y luego subíamos al segundo piso que tiene mejor vista; luego al tercero; por último, el colmo de temerarios, salvajes, y ¡bocas de choferes!, a veces íbamos hasta el tablón más alto en el cuarto piso. Terminábamos de subir las gradas y nos poníamos de rodillas, tú a mi lado, nos acercábamos poco a poco gateando hasta el filo, tú apenas atrás mío y yo me acercaba y miraba todo abajo: la piscina casi pequeña, el restaurante, las otras piscinas con un montón de gente nadando, y casi se podía ver hasta las canchas de tenis junto al cerramiento al final del club. Yo siempre me acercaba sin mucho miedo hasta el borde, incluso un día te hice asustar mucho porque me senté en el borde, no me daba tanto miedo… ¡En cambio tú, ja, ja, me hacías reír! Tú tenías tanto miedo y cuando gateábamos te asustabas y me abrazabas rogándome que te espere. ¡Nunca me abrazabas! ¡Solamente allí! Y yo también te abrazaba y nos acercábamos juntitos hasta el borde del trampolín, abrazados, en una extraña complicidad que solamente se producía en ese lugar y en ninguna otra parte del mundo. ¿Recuerdas? Cuando nos echábamos juntos sobre el piso del trampolín, yo mirando abajo con mi cabeza colgando del borde, abrazándote fuerte de la barriga, y tú mirando arriba al cielo porque te gustaba mucho mirar las nubes y las estrellas, con tu brazo como almohada debajo de mi cuello. Siempre sentías muchos temblores y terremotos. Me decías que qué pasaría si el piso se cayera y toda la cuestión… Yo te decía que eras una miedosa y además te decía que eras una “Juana la loca”, mucho más loca que mí…

Aquella noche soñé contigo…

Que tú habías regresado de Suiza y me llamabas al teléfono. En ese momento, me quedé petrificado cuando escuché tu voz en el sueño, casi no lo podía creer y me decía mí mismo en sueños que todo aquello debía ser un sueño, pero no, que era completamente real, eso me decía a mí mismo en sueños… Entonces en sueños recordaba muy lejana la última vez que nos encontramos en el Prado y que tú lloraste mucho, diciéndome que no querías ir a Suiza y que odiabas Suiza, y que nunca habías odiado Suiza tanto como ahora. Querías ir por última vez a cada rincón del club: las canchas de tenis, los jardines, el bosque de pinos, el restaurante donde fue la fiesta de fin de año, las piscinas de una en una, incluso me fuiste llevando al parqueadero. No sé por qué, caminamos varias veces de un extremo al otro del parqueadero, conversando de un montón de cosas un poco locas. Tú recordabas intensamente la última fiesta de fin de año, cuando la gente iba llegando en sus carros lujosos y estacionaban siguiendo las indicaciones de los empleados del club. Bajaban de sus carros impecablemente vestidos, con la luz de los faroles alumbrando sus rostros de princesas y príncipes, y luego caminaban por una alfombra roja con velas encendidas a los lados, la alfombra al cielo –exclamabas-, mientras mirabas la luna y las estrellas. Ese rato yo solamente veía bólidos, alfombra sin velas, empleados zarrapastrosos y noche seminublada. Caminábamos por el parqueadero mientras recordábamos todas estas cosas. Lo recuerdo bien, fue junto al gran nogal donde mi padre siempre estacionaba el bólido. Allí fue lo que me abrazaste fuerte y lloraste, y por primera vez en la vida me abrazaste muy fuerte. Fue la primera vez en mi vida que me abrazaste en algún lugar diferente del cuarto piso de la piscina de trampolines. Siempre fuiste tú quien me abrazaba y yo simplemente me dejaba abrazar. Me abrazaste muy fuerte y te pusiste a llorar diciendo todas esas cosas de Suiza. Luego me prometiste que volverías pronto a visitarme… ¡Porque te gustaba mucho el Prado!

Soñé contigo, Carolina, que me llamabas al teléfono una noche y me contabas que estarías unos días acá, y que deseabas que yo te acompañara a visitar todos esos lugares que extrañabas mucho. Y antes que nada, sentías unos deseos casi melancólicos por ir al Prado… Entonces yo te decía que eso no sería posible porque el Prado solamente abrían hasta las ocho de la noche, que mejor íbamos a bailar como locos en una disco; pero no y no, y tú insistías con ir al Prado. Tanto tiempo había pasado y no sabíamos cómo sería ese maravilloso y anhelado encuentro. ¡Tanto tiempo, las cosas cambian! ¡Ni tú serías la misma ni yo sería el mismo! Es que a veces esas imágenes del primer amor se quedan grabadas tan fuerte en el corazón que con el pasar del tiempo las recuerdas un millón de veces, y cada vez que las recuerdas las vas cargando de más y más fantasías y bellezas, hasta que llegas a la conclusión de que tu amor no fue un ser humano sino un ángel, y el lugar en donde se conocieron era el paraíso. Y así en sueños, Carolina, me perfumaba y me ponía mi mejor ropa para recibirte como a una reina, un gran ramo de rosas en mis manos… Imagínate esos típicos sueños de niño, cuando soñabas que era tu cumpleaños y te regalaban un millón de paquetes inmensos que guardabas en tu cuarto por pedido de tu mamá, que no quería que los demás niños vean tus regalos de cumpleaños y ni siquiera te permitía abrirlos… Y los acumulabas todos uno sobre otro un montón inmenso de paquetes de todos los colores y olores, incluso el tuyo, Carolina, estaba aparte y en el mejor sitio para poder abrirlo primero… Y por todas partes chocolates y dulces de los olores más exquisitos, en las cajas más llamativas y bonitas, botados por todas partes porque tu mamá te pidió de favor que no abrieras ni los regalos ni los chocolates hasta que tus amigos se hubieran ido… Y de pronto, ya se han ido tus amigos hasta el último, cumpliste tu promesa y ahora subes corriendo a tu cuarto para ver qué te han regalado, y te emocionas hasta el cielo cuando abres la puerta de tu cuarto y ves que ya no queda espacio para un solo regalo más, te abres camino rápidamente hasta el regalo de tus sueños de la chica más hermosa y buena gente del mundo…, lo vas a abrir y de pronto te sobresaltas y te despiertas en tu cama, abrazando con todas tus fuerzas tu almohada que creías ser el regalo de tu mejor y más amada amiga, y te pones a llorar pensando que todo fue solamente un sueño y nada fue verdad, y ni siquiera tuviste tiempo para ver lo que te había regalado tu amiga más hermosa del mundo… Y soñé contigo, Carolina, y soñé que me vestía de gala con mis mejores ropas para recibirte como a una princesa, te compraba el ramo de flores más raras y bonitas que pude encontrar y esperaba por ti, como si una luz se abriera al fondo de la calle oscura y ella fueras tú, soñaba que me emocionaba intensamente y me ponía a caminar donde ti, y luego me ponía a correr y allí estabas tú que venías donde mí con la sonrisa más hermosa que yo haya visto en mi vida, tus cabellos rubios danzando en la brisa, y de pronto me despertaba abrazando mi almohada y me daba cuenta de que todo había sido un sueño y ya tú jamás volverías… y no me quedaba más que ponerme a llorar en la oscuridad de la noche triste y por siempre solitaria sin ti…
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.8
  • Votos: 35
  • Envios: 1
  • Lecturas: 5940
  • Valoración:
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