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Categoría: Urbanos

Stanby

Penitenciaría de Texas. Un lugar para gente mala. Gente mala que hace cosas muy malas. Dicen que lo que yo hice fue malo. No sé... otros han hecho cosas peores... eso creo. Intento no mezclarme con los demás, ellos no la oyen hablar hasta por la noche. Pero yo la oigo, me habla a mí.

Lo cierto es que aquí todo el mundo la conoce. La tienen miedo. A nadie le gusta cruzarse en su camino, por eso la dejan sola, al fondo del corredor, en su cuarto, en la oscuridad. De vez en cuando, eso cambia. En ocasiones consigue tener una pareja, le gusta llevarse a los más malos a su cuarto. Le gusta mucho arrimarse a ellos y sobre todo que griten. Lo malo es que sus parejas duran poco. Muy poco.

Últimamente me mira por las noches. Noto como me visita cada noche, esperando su momento. Me ha elegido como próxima pareja. La noto como prepara su abrazo de amante perversa. A todos los que les hecha el ojo se los queda, siempre a los más malos, como aquel tipo que se cargó a tantos en Florida, o el otro muchacho que mató a quien no debía. Ahí es donde me lío... ¿por qué me mira ahora a mí? Yo no soy como esa gente mala... eso creo.

Son esas noches las que me hacen recordar el por qué estoy aquí. Recuerdo que trabajaba cortando el césped en un campo de golf muy elegante, nada que ver con mi maloliente barrio. Muchos ricos con casa muy elegantes, como aquella casa donde vivía aquella preciosidad. Tendría unos pocos años menos que yo. Se solía tumbar en una toalla al lado de su piscina, allí es donde la podía ver mejor, con su pequeño bañador, tan bonita, tenía un cuerpo joven y bien formado. Deseaba ardientemente oler su esencia, acariciar su joven cuerpo, como aquel día, el día que me sonrió. Aquel día el bombón se encontraba sola. Estaba seguro de que quería que hablase con ella, sino no me hubiese sonreído. Cuando la agarré empezó a gritar, yo no quería que gritase, quería que sonriese. La sujeté para que no gritase, sujeté su cuerpo joven y bien formado. Fue... muy... agradable. Sentí toda clase de cosas, sobre todo placer. Entonces como si despertara de un sueño alguien me golpeó en la cabeza. Vi a su padre rico con un amenazante palo de golf. De su boca salían toda clase de palabras, palabras de odio. Sentí la sangre correr por mi cara y la adrenalina corrió por mi cuerpo. Entonces y antes de que se dispusiera a golpearme de nuevo, saqué la vieja pistola de mi bolsillo. Ni siquiera recuerdo quién la había metido allí, sólo recuerdo tenerla en la mano. Entonces alguien apretó el gatillo, puede que fuera yo, a veces cuesta recordarlo. El padre calló al suelo, y ella empezó a gritar de nuevo, los gritos me estaban empezando a volver loco. El gatillo volvió a ser apretado.

Eso fue hace dieciséis... diecisiete años (llega un momento en que aquí se pierde la noción del tiempo), me condenaron por no se cuantos años. El abogado que me dio el tribunal intentó la apelación varias veces, hasta que me condenaron a la pena de muerte. Fue entonces cuando sentí a mi fría amante por primera vez, me pareció oírla decir mi nombre. Ya llevo un año en el corredor de la muerte, aunque a mí me han parecido más de treinta. Y todas las noches la he visto en frente de mi celda, esperando, siempre esperando. Siempre en estado de espera.

Hasta que ya no tuvo que esperar más. Llegó mi hora. Me trajeron todas las formalidades para tal evento: ultima cena, charla de cura. No me alegraron demasiado y sin saber por qué lo único que sentí fue humedad en mis ojos.

Supliqué que no me llevasen, nadie me escuchó, me llevaron por el pasillo de la muerte. El paseo de la muerte. Allí la volví a ver, me estaba vigilando, su espera casi había terminado. Intenté decirles que estaba allí, pero nadie me escuchó, siguieron arrastrándome por el pasillo. ¿Por qué no podían verla? Estaba allí, indicando el camino. Pude sentir su aliento en mi nuca mientras me ataban a sus huesos fríos, la piel se me erizaba mientras me unían a ella. Entonces los demás desaparecieron, y me dejaron a solas con ella. Cuanto más se acercaba, más frío tenía. La pregunte “¿Qué quieres de mí?. Se inclinó hacia mí y siseó una palabra: “Remordimiento”. Entonces comprendí que la cárcel es para la gente mala que hace cosas muy malas y yo era una de esas personas, pues hice una cosa muy mala. Ella también lo sabía, por eso había estado esperándome en la oscuridad.

Lo último que sentí fue el dolor de su eléctrica mano. Después oscuridad, una profunda oscuridad. Posiblemente después de mí lleguen muchos más. ¿Y ella?. Ella seguirá en su cuarto, sola en la oscuridad, esperando, siempre esperando. Siempre en estado de espera.
Datos del Cuento
  • Autor: Dave_zizou
  • Código: 650
  • Fecha: 19-11-2002
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.9
  • Votos: 83
  • Envios: 2
  • Lecturas: 5274
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Ana
invitado-Ana 06-12-2003 00:00:00

ME GUSTÓ MUCHO EL CUENTO. BUENA ORTOGRAFÍA Y RESPECTO AL CONTENIDO... NOSOTROS A VECES OBRAMOS CON INCONCIENCIA...ES FÁCIL JUZGAR A OTROS PERO LO TESO ES JUZGARSE A SÍ MISMO.

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