Cuando yo era más pequeña gustaba de entretenerme localizando palabras que no entendía en las obras de grandes escritores, las subrayaba a lápiz (para no manchar los libros con tinta) y después acudía a l diccionario para saber qué significaban. Cuando comprendía su sentido borraba el subrayado y si el significado era confuso o no alcanzaba a comprender exactamente qué quería decir tal palabra, la dejaba subrayada y proseguía leyendo. Al terminar un pequeño libro a veces me daba pena ver que mi lectura estaba llena de subrayados lo cual me hacía comprender que de aquel escritor había entendido poca cosa.
Con el paso de los años mi vocabulario se ampliaba y ya no existían tantas palabras subrayadas y sí muchas a las que borraba la línea de mi poco entendimiento.
Ahora de mayor, cuando inicio una lectura, no subrayo palabras, he perdido esa costumbre y aunque localice alguna palabra que aún sabiendo lo que significa no la encuentro sentido en el contexto, me detengo un segundo y luego continuo leyendo tratando de comprender a través de las frases posteriores qué quiere decir el autor... ya no subrayo nada porque, equivocadamente, pienso que ya soy mayor para entenderlo todo y en ocasiones eso no es cierto, aún sin comprender bien el sentido exacto de un párafo, no subrayo.
Los niños cuando hablan subrayan en las personas, con voces, con llamadas de atención, con lloros, con mimos, lo que no entienden, de esa forma a todo el mundo le queda claro cuando han comprendido algo y cuando no.
Las personas mayores, en cambio, reacias a imaginarnos que no somos capaces de entender lo que nos están diciendo, no subrayamos, pasamos de largo, sobrevolamos las palabras que no entendemos, nos guardamos los sentimientos que nos producen tales palabras, afianzando con orgullo que somos demasiado mayores para sentirnos tan niños en nuestro entendimiento y que hemos comprendido perfectamente y debemos tener un comportamiento de respuesta más adulto, más maduro. Pero a menudo nos equivocamos.
El otro día estando con mi sobrina, al comenzar a leer un libro infantil de vocabulario empezó a preguntarme por ciertas palabras que no sabía lo que significaban. Recordando lo que yo hacía le dije que fueramos subrayando aquellas que no entendía, las mirásemos en un diccionario y así buscando su significado podíamos saber qué querían decir.
La niña se me quedó mirando y me dijo: No, dímelas tú.
Yo me quedé sorprendida de su contestación y le dije: ¿no prefieres mirarlas en un diccionario y aprenderlas así?
Ella me contestó: ¿tú no sabes lo que significan?
En ese momento comprendí algo importante: si sabes lo que significa algo no trates de hacer que los demás lo comprendan de la misma forma en la que tú lo entendiste, díselo, diles lo que significa, les ahorrarás un camino, el que tú no seguiste porque no había nadie para aconsejarte. Todo aquello que aprendas tránsmitelo, ahorrarás un tiempo de entendimiento. Y eso hice.
Después de un rato jugando con ella me marché.
Hace unos días he vuelto a verla y al entrar por la puerta lo primero que me ha dicho ha sido, ven, leeme este cuento. Al abrirlo he podido ver como unas poquitas palabras estaban subrayadas con lápiz rojo claramente por una mano infantil, me la he quedado mirando y sonriendo le he dicho ¿porqué has subrayado estas palabras? ¿son las que no sabes que significan?, le he dicho recordando lo que yo hacía. Pero ella con su vocecita inocente me ha respondido: no, estas son las que entiendo...
En ese momento he comprendido algo aún más importante: si enseñas a alguien a hacer algo que le beneficie, le regalas la libertad de que lo utilice como lo considere más adecuado y esa forma no tiene porqué ser la misma que la tuya pero también ayudarás, también estará bien.
Por eso yo ahora cuando vuelvo a leer algunos de mis escritos he comenzado de nuevo a subrayar palabras, frases. Si tuviera que subrayar las que entiendo, por mi vocabulario, debería subrayar muchas y si tuviera que subrayar las que no entiendo, tal vez fueran ya muy poquitas. Así que siguiendo el concepto que he aprendido de una pequeña e inocente niña que tiene su propia forma de hacer, he decido subrayar tan solo aquellas palabras de mis escritos que me parezcan ambiguas, que, si no se explican bien, de su certeza puede salir su propia equivocación y por ello terminar equivocando. Y cual ha sido mi sorpresa al comprender que de la misma forma que me apenaba ver todos aquellos subrayados cuando era pequeña ahora me apena comprender que sigo subrayando demasiadas palabras... tal vez, quizá, a lo mejor, puede que, no sé, en principio, en ocasiones, alguna vez, supongo, depende de, y tantas y tantas otras...
Con actitud infantil, mantengo la esperanza de continuar haciendo crecer poquito a poco la certeza en mis palabras y mis escritos para poder borrar con pluma firme las ambigüedades de mi vida.