Tumbado estaba. Sobre aquél charco de agua. Sobre aquél suelo mojado. Disparado había salido por el cristal delantero del coche. Aquella noche había bebido. Su vehículo se había estrellado contra las ruedas de un trailer. Emilio aún seguía vivo. No podía mover su cuerpo. Pensar en su novia y en su familia le etaba manteniendo vivo. Su Golf había alcanzado los doscientos kilómetros hora. Raro era que aún quedase con respiración. Aquélla noche estaba cerrada, llovía a cantaros, hacía mucho frío, no había gente en la calle, ni Luna. Emilio todavía pensaba en su gente, y lo último que hacía ya, era pensar en Oscar, su hermano mayor, que deseaba que fuese feliz el resto de sus días con su futura esposa. Y en Jonatan, su hermano pequeño de diez años. Emilio quedó entristecido, quería arreglar todo aquello, quería pasar más tiempo con su familia, y con Jonatan. Pero poco a poco su corazón y mente se iba apagando. La ambulancia estaría a punto de llegar, para llevar su cuerpo y los de sus amigos que habían muerto al instante del golpe, y Emilio iba al volante. Las sirenas de la ambuláncia de la policía se oía a lo lejos. Emilio pensó por última vez en su família feliz, y en su novia, casada con otro hombre, y con sus hijos. Emilio sonrió mientras caían unas lágrimas de sus ojos. Y murió sobre aquél suelo mojado.