Suicidio
Quiero decir que estoy harto de mí
si algo de ti permanece aquí,
sácalo
antes que me lleve el diablo
Jaime López
Emiliano presionó el botón que lo llevaría a la planta baja. El elevador comenzó a moverse. Se le hacía tarde para llegar a casa de Alejandra. En la oficina había dejado varios asuntos pendientes. Al pasar por el sexto piso apagó el teléfono celular para que nadie le hablara. Quería olvidarse de todo. Pero tenía que ver a Alejandra, su novia. Sentía que los ojos se le cerraban. No había dormido lo suficiente. La noche anterior asistió a un concierto de una artista que por esos días sonaba en la radio. Su canción, la de moda, estaba impregnada en sus ropas, en su cerebro, en las paredes del elevador.
Recordaba el concierto. Alejandra estaba extasiada con la artista. Tarareaba las letras de sus canciones hasta el cansancio. Emocionada, había comprado boletos para ir a verla. Emiliano tuvo que asistir sólo por complacerla. En el auditorio, cientos de muchachas vestidas a la moda: pantalones a la cadera, blusas cortas que mostraban el ombligo, tenis y una pequeña coleta que las hacía verse juveniles. Alejandra también se vistió igual. Los hombres, muy pulcros, con pantalones guangos y playeras ajustadas.
Todos iguales.
Durante el concierto el público se fundía en una sola voz. Emiliano no quería recordar lo que cantaban pero la tonada le rondaba por la cabeza. Mas no cantaba. Solamente silbó en un descuido. De inmediato calló.
Mientras descendía por el elevador, las imágenes se agolpaban casi todas al mismo tiempo. Esa vorágine era acompañada por destellos, por las luces rojas, blancas y amarillas del espectáculo. La melodía retumbaba y casi lo transportaba al mismo lugar, donde la música era altísima y los gritos ensordecedores.
Una pléyade de artistas atravesaron su mente: canciones tontas, insulsas, llenas de una retórica simple. Letras para enamorados cursis con lugares comunes. Todas producto de lo efímero, de lo actual que es arrastrado por una simple ventisca. Momentos, instantes que no permanecen. Son la esencia de la no filosofía, del sentido común, de pensar igual que los demás.
Comenzó a acalorarse. Faltaban dos pisos para la planta baja. Emiliano estaba desesperado. Los recuerdos de la gente del concierto lo atormentaban. Sudaba copiosamente. Vio la rendija de la ventilación por encima de su cabeza. Dio un pequeño salto para alcanzarla. Quería respirar aire, que otro mundo lo invadiera. Sentía que la ropa se le empezaba a pegar al cuerpo mientras que las imágenes volvían a fastidiar su mente. Se quitó la playera y el cinturón. Desabrochó su pantalón. Volvió a mirar la rendija. Aventó el cinturón hacia ella para liarla y después quitarla. Lo intentó varias veces. La hebilla rebotaba y no podía lograrlo. Hasta que, a punto de la histeria, consiguió colocar el cinturón entre la rendija y amarrarlo.
Otro aliento lo impulsó.
Cuando el elevador llegó hasta la planta baja, Emiliano pendía del cinturón enrollado en su cuello.
Pero que tipo atormentado, (el personaje), y cómo se lee con fluidez el texto. Muy bien, señor.