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A Susana no le gustaba madrugar. De hecho, cada mañana sus padres tenían que ir a su habitación al menos tres veces para que se levantase, se vistiese y fuese a la cocina a desayunar.
Como tenía 8 años, la niña no se iba a la cama muy tarde. Lo que hacía era aprovechar que su habitación estaba al fondo del pasillo para encender la luz y leer sin que sus padres se diesen cuenta. Su madre le había dicho muchas veces que procurase aprovechar la luz del sol para leer, pero a Susana le gustaba la bombilla de la pequeña lámpara de su mesita de noche.
Cada noche leía por lo menos veinte páginas. Lo malo era que por la mañana Susana tenía sueño. Se le cerraban los ojos dándole vueltas al tazón de cereales, esperando al autobús en la parada e incluso en las dos primeras clases de la mañana.
Un día, la tutora llamó preocupada a sus padres y les explicó que veía a la niña demasiado cansada en clase. Les preguntó intrigada si es que no dormía lo suficiente.
-No creemos que sea eso porque se acuesta todos los días a las nueve y media como muy tarde, como deben hacer los niños de su edad -afirmó la madre de Susana muy extrañada.
Como ni la profesora ni los padres de la niña encontraron una respuesta, al día siguiente fueron al médico. Quería que mirase si le faltaban vitaminas o algo que le provocase tanto sueño. El médico, tras examinar a Susana, les dijo a sus padres que estaba perfectamente sana.
Esa noche, cuando los padres pensaban que la niña dormía, se acercaron a su habitación a observarla. Ella, al oír los pasos a lo largo del pasillo, apagó rápido la lámpara y escondió en libro que estaba leyendo debajo de la almohada.
Al momento, su padre abrió la puerta y se acercó a su hija. Pronto notó que la bombilla estaba caliente y que era imposible que Susana llevase durmiendo desde las nueve y media. Entonces entendió por qué la niña se levantaba por las mañanas con tanto sueño. Porque se dormía muy tarde.
Esa misma tarde, él y la madre de la niña le explicaron que era muy importante que durmiese diez horas. Le dijeron que dormir menos era muy malo y que era mejor que aprovechase las tardes para leer. Le explicaron que era importante que aprendiese a organizar su tiempo y que, si lo hacía bien, podía sacar tiempo para leer, para hacer los deberes y para jugar.
Sus padres estaban muy contentos de que a Susana le gustase tanto leer, pero querían que lo hiciese sin perder horas de sueño, algo muy importante cuando los niños están creciendo.
Desde ese día, Susana dejó de leer a escondidas por la noche y se levantaba cada mañana con mucha más energía. Su tutora pronto se dio cuenta del cambio y felicitó a la niña.
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