UNA HISTORIA DE TERROR
Como siempre, Julia sólo pulsó el botón de parada del vídeo cuando
desaparecieron los últimos títulos de crédito de la película y la
niebla se apoderó de la pantalla. Una vaga inquietud comenzó a
apoderarse de ella. No tendría que haber visto una película de terror a
horas tan tardías. Eran más de las doce y no le quedaba más remedio que
acostarse y apagar las luces. Estaba sola en casa, a excepción de su
hijo pequeño, que dormía plácidamente en la pequeña cama de su
habitación. Su marido tenía turno de noche en la fábrica y no volvería
hasta las siete de la mañana. Se había sentido aburrida y había puesto
la película, una historia de muertos vivientes que la había
impresionado más de lo que ella pensaba. La película duró más de la
cuenta y ahora ella no tenía más remedio que apagar las luces y
acostarse sola; tenía que levantarse temprano para ir a trabajar, iba a
ser un día muy atareado, y no podía demorar más tiempo el momento de
apretar el interruptor. Miró el reloj y la cama vacía e intentó borrar
de su mente el oscuro temor de siempre a la oscuridad, a dormir sola,
al espacio vacío debajo de su cama, a los armarios que, a esas horas de
la noche, parecían ominosos y amenazadores. Uno de ellos tenía una
puerta levemente abierta. La cerró del todo. Esa rendija de oscuridad
siempre la había asustado, le parecía que, de repente, la rendija
comenzaría a ampliarse, provocada por una mano invisible que empujaba
la puerta. Notó como su pulso se estaba acelerando. No tenía que haber
visto esa película. Lo que le había parecido entretenido a las diez de
la noche, cuando podía oír las animadas conversaciones de los vecinos
que le llegaban por la ventana entreabierta, ahora le parecía
terrorífico. El silencio se extendía por todo el edificio y ella casi
podía notarlo como un zumbido sordo y constante en sus oídos. Por fin,
decidió irse a dormir y desterrar de su mente todos esos absurdos
temores. No obstante, no pudo evitar cumplir con su inevitable ritual.
Antes de apagar las luces miró debajo de la cama. Como siempre, nada.
Nunca había encontrado nada que la pudiera intranquilizar, pero jamás,
desde su infancia, había dejado de echar un vistazo. Aunque su marido
se reía de sus miedos y, al principio, había intentado desterrar esa
manía, con el tiempo la había aceptado como una pequeña excentricidad
y, salvo alguna broma ocasional al respecto, la había dejado por
imposible.
Después, lo de siempre. Se dirigió hacia el interruptor de la luz, lo
apagó y, corriendo, se quitó las zapatillas y se metió en la cama,
tapándose a continuación la cabeza y sintiendo su corazón latir algo
más rápido de lo acostumbrado. La oscuridad la aterrorizaba. Intentó
concentrarse en pensamientos alegres, su marido besándola por la mañana
cuando llegara, su hijo de un año y medio despertando y buscándola;
pero era imposible. Cuando dormía sola, antes de que el sueño se
apoderase de ella, solamente miedos oscuros e ideas terroríficas venían
a su mente. Solamente podía pensar en manos que la cogerían por los
tobillos desde debajo de la cama, en la puerta del armario abriéndose
con un crujido siniestro para dar paso a un ser de pesadilla... Sus
manos atenazaban el borde de las mantas, rogaba que el sueño le
sobreviniese pronto y despertar, como siempre, en la habitación bañada
de luz.
Supuso que había pasado una media hora cuando comenzó a invadirla
aquella agradable laxitud, la flojedad en sus miembros y su mente que
ella siempre identificaba con la llegada del sueño salvador. Pero algo
hizo que esa sensación desapareciese bruscamente. Oyó un ruido debajo
de la cama. Su corazón comenzó a latir cada vez más deprisa, su boca se
abrió, pero no pudo gritar. Pensó en un ratón, algún pequeño animal que
reptaba por el suelo y que desaparecería en cualquier momento. Se
aferró a esa idea con desesperación, para darse cuenta con un infinito
de que aquel ruido no podía causarlo ningún vulgar ratoncillo. Eran
unos siniestros crujidos, seguidos de una espantosa caricatura de
respiración, algo así como el ruido que emite un asmático en una
crisis, un espantoso y cavernoso gorgoteo. La mente de Julia comenzó a
escapar hacia las regiones oscuras de la locura y el espanto infinitos.
Aquello estaba reptando debajo de su cama, moviéndose siniestramente en
la oscuridad, y aquel sonido de respiración parecía casi humano. En
cualquier momento una oscura garra surgiría de debajo de su cama y
atraparía su mano agarrotada por el terror, y algo monstruoso caería
sobre ella. ¡Ahora, ahora, ahora! Esta palabra se repitió en su cabeza
cada vez más deprisa, mientras Julia esperaba el momento fatídico,
mientras su corazón latía desbocado, amenazando con estallar. ¡Ahora,
ahora, ahora...!
El marido de Julia nunca logró olvidar lo que vio en su dormitorio
cuando volvió de trabajar. Sus infrahumanos gritos de horror
despertaron a todo el vecindario. Seguía gritando enloquecido cuando
los vecinos, tras forzar la puerta de su piso, lo encontraron. Su mujer
yacía boca arriba en la cama, los ojos espantosamente abiertos, las
manos contraídas y agarrotadas aferrando el borde de las sábanas.
Muerta. Muerta de miedo. Pero no menos horroroso fue lo que encontraron
debajo de la cama. Un pequeño cuerpo asfixiado que, gateando, había ido
a enredarse en unos plásticos, muriendo asfixiado tras una horrible
agonía. ¡Su hijo pequeño, muriendo ahogado bajo la cama de su madre que
moría de terror!
pensaria que mas que un cuento de terror, es una historia para refleccionar.muchas veces nos centramos en cosas que no tienen sentido y no nos enfrentamos anuestroa miedos por cobardia y al final terminamos perdiendo y haciendo perder a los demas. muy bueno. exelente.