En medio del océano indómito, me encontraba, tratando de encontrar una explicación a lo sucedido. Del barco no había ni un rastro y al ser la única sobreviviente, no sabía si agradecer o maldecir, ya que la tormenta empeoraba cada vez más. Las olas, que parecían monstruos marinos gigantes, azotaban sin piedad alguna el pequeño bote inflable que había sido mi salvación. De pronto, una ola inmensa empinó el bote y a lo lejos pude divisar, con dificultad, unas cuantas rocas. A pesar de todo, el oleaje me había llevado hacia el borde costero de alguna isla o pueblo y una vez ahí podría pedir ayuda. Pero la sonrisa se borró de mis labios al ver que las olas me conducían, a toda velocidad, hacia un imponente roquerío y sin nada más que yo pudiera hacer grité con todas mis fuerzas ( debo confesar, que al estar al borde de la hipotermia, mis cuerdas vocales no emitieron mucho sonido ), y bajé mis párpados para no ver el impacto. De improviso, una delicada tibieza sentí en mis labios y al abrir los ojos, ahí estabas tú, amado mío, cubriéndome de besos, para salvarme de aquella horrible pesadilla.