Cuando me senté a escribir un cuento, sinceramente, todo era hueco e inútil. Cerré la computadora y decidí salir a despejarme, o buscar inspiración. Es tan pesado escribir cuando no tienes nada que decir... Mientras manejaba, leía el periódico para ver las películas que estaban pasando. Escogí una de título interesante, miré mi reloj, y aún me quedaba tiempo para comer algo. Encontré un restaurante al lado del cine. Me estacioné en la calle, ya muy cerca del cine, y le pedí a un viejo guardián que cuidase mi carro.
Mientras cenaba, cogí un lapicero, abrí mi cuadernillo de notas y escribí algunas ideas sueltas a manera de ejercicio. Había leído en algún lado que la inspiración puede llegar al artista, justo, justo cuando está escribiendo, por ello, comencé a relatar la idea que tenía acerca de los sentimientos humanos; su búsqueda hacia lo sublime, la plenitud como meta final... Me concentré tanto en lo que escribía que sino fuera por el mozo del restaurante, yo seguía navegando en mis ideas y en mis textos. Cerré mi cuadernillo y caminé raudo hacia el cine, me senté en una cómoda butaca y esperé...
No estuvo mal la película, ni tampoco buena, pero me puso bien. Lamentablemente, la inspiración, la motivación para escribir mi cuento, no llegó. Yo no vivo de la literatura, pero el hecho de no tener nada que expresar me volvía un ser extraño, como si fuera un ser normal... Cuando llegué a mi carro, vi al guardián esperando a los cinéfilos... Me acerqué para pagarle y me extendió su mano... "Gracias jefe" - me dijo - Ya estaba en mi carro, cuando mi cabeza se iluminó, y pensé que este anciano podría ser el personaje de mi relato. Me acerqué al viejo y le pedí si podíamos conversar. Le dije que era escritor y, que me gustaría conocerlo, ya sea su oficio, su persona, su historia... No le disgustó la idea y me pidió que lo esperase. Me contó que trabajaba hace veinte años en la guardianía, que tenía ochenta y tres años, y que había sido pintor de brocha gorda. Le pregunté si era casado o si tenía hijos; y me dijo que si, que tenía cuatro hijos hombres, de los cuales uno era oficial de policía y los otros tres no eran nada... Que uno se ganaba la vida, al igual que él, como guardián, y los otros dos de lo que fuera, y que todos eran honrados.
- ¿Y usted, sólo escribe o hace otra cosa? - me preguntó el viejo.
No quise darle relleno, pues yo deseaba saber mas de él, pero, parecía que este gallo viejo ya no tenía neuronas para recordar... Desilusionado, le di un billete y lo dejé... Algo que me llamó la atención fue cuando lo vi alejarse, era muy alto y robusto... me dio la impresión de ver andar a un oso rumbo a su cueva... No lo sé, pero esa última imagen me infundió un respeto por el anciano, y aún más, cuando vi a una elegante pareja saludándolo como a un gran señor... Desvié mi vista, encendí mi carro, y fui hacia mi casa.
Cuando nuevamente estuve frente a frente a mi escritorio y, con la computadora mirándome, los dedos me temblaron, y pasó lo mismo... Estaba seco, y el vacío me empujaba hacia el ocio... La noche estaba fea y el silencio me sabía amargo. Apagué la computadora y comencé a caminar como bestia enjaulada. De pronto, escuché un sonido vivo, y comenzaron a fluir imágenes, palabras que sin previo aviso salían de mi interior, anárquicas, rebeldes... como si se hubiera abierto la tapa de un potente perfume. Cerré los ojos en ese momento luminoso y, como un cazador de mariposas, me lancé ante una idea luminosa... la acerqué hasta mi raciocinio y exclamé:
- ¡Sí! ¡Claro que sí! ¡Mi personaje... El viejo guardián!
Entonces todo comenzó a encajar. Y de mi cabeza y los recuerdos comenzaron a mezclarse imágenes, y las armaba en palabras, las echaba en la computadora, y así y así... sin detenerme ante aquella magia torrencial.
Este anciano, o mejor, este oso viejo, a tenido un terrible trauma. Claro, este oso, antes era pintor y ganaba bien. Tenía la meta de comprarse un carro para dedicarse al taxeo. Si bien su trabajo de pintor era bueno por el dinero, sus pulmones se le estaban reventando por los tóxicos de la pintura. Cuando hubo ahorrado lo suficiente se compró un carro de segunda mano, y tan viejo como él. Como todo carro usado, éste tenía sus buenas fallas; pero el viejo era de hueso y cabeza dura, y a medida que lo iba parando, le tomaba un cariño muy especial.
No había un solo día en todo el barrio en que no se hablara del viejo y su carro, de la dedicación que le daba; algunos decían que hasta le escuchaban conversar; otros que hasta le había puesto nombre al carro; y así en todo el barrio, no había un solo vecino que no mirara a este par de personajes con ojos burlones.
Cuando el carro ya estaba casi listo, el viejo lo mostró, orgulloso, a todo el vecindario, y, como en todo barrio, la envidia se encendió en las retinas de la gente cuando vieron que alguien obtiene lo que ellos, difícilmente, podrán obtener... El viejo oso, lleno de tanta alegría, que a veces ciega al más sensato, se puso a pensar:
- “Antes de taxearlo, sería lindo pintarlo de rojo. Sí, rojo como mi sangre, mi corazón... Habrá que bendecirlo, colocarle la imagen del Señor, sólo así podré empezar a chambear...”
Con sus últimos ahorros se compra pintura policromada, masilla, thiner y un soplete. Luego, se compra lunas y llantas nuevas. Cuando ha concluido hace una reunión familiar; luego, con un párroco le da la bendición al carro, y espera, espera a la mañana, espera el comienzo de otra vida...
Casi no puede dormir, y antes de que amanezca se levanta. Toma su desayuno. Sus hijos y su mujer están durmiendo, al igual que su cuñada con su sobrina, que abandonadas por un miserable, viven arrumadas en su casa. Las mira, y piensa que su cuñada es tonta, que se ha dejado embarazar, que es conchuda pues no desea trabajar, y que le gusta dar lástima; mira a su sobrina de doce años y piensa que ojalá no sea tonta como su madre.
Sale a la calle y escucha a las cornetas de los panaderos, a los perros callejeros buscando alimento en el basural, a las viejas bicicletas de los canillitas cargando una montaña de periódicos... Camina en dirección al lugar en donde estaciona su carro... Siempre le gusta contemplar a la mañana sin gente, sin el sonido angustiado de los carros. Le encanta presenciar el alborear con sus cantos y los trinos de las aves, pero esta mañana es extraña, rara, pues no escucha ningún trino. Los árboles están más secos, como muertos... como si no hubiese aire. El color de la mañana empieza a florecer, como subiendo el telón a una obra dramática... pero ese silencio no le agrada, le aprieta la garganta. Sigue caminando y, unos pasos antes de dar a la esquina siente un sacudón, como un aire frío... Su corazón le comienza a latir con mucha fuerza. Siente que las casas lo miran y le anunciaran algo: "Prepárate, viejo oso, agárrate...". Acelera la marcha y cuando dobla la esquina, todo el mundo se le cae de un puñetazo, su alma se le desboca, lanza un aullido feroz, como si fuera la voz de su peor pesadilla. Aunque todo está igual frente a él, hay algo, una pieza a toda esta escena, que hace que todo sea terrible, dolorosa, maldita... Si, todo está igual, solo falta una cosa, solo una, su carro, su carro rojo... ya no está mas...
No recuerda como ha llegado a su casa, aún piensa que está un soñando y desea despertar... Sube y baja las escaleras, se tumba en la cama, trata de dormir, el tiempo le aplasta, sus pensamientos le caen como piedras al alma... Abre los ojos y ve a su familia, sus vecinos, todos frente a él, mirándolo. Se para, y todos retroceden asustados, como si fuera un fantasma. No puede mas, avanza hacia ellos y lanza un grito:
- ¡Mi carro! ¡Mi carrro! ¡Qué quieren aquí... Esto es un sueño! ¡Oh Dios, ayúdame... Despiértame! ¡Mi carro!
Tratan de acercársele, pero él no quiere verlos... Su hijo mayor lo coge del cuello, se le pega al rostro y le dice:
- ¡Viejo... ! ¡Nos han robado el carro!... Tenemos que encontrarlo. Viejo vamos. Si, vamos a la comisaría, puede que lo encontremos. Ten fe en Dios. Viejo, ten fe...
Padre e hijo se abrazan y lloran largo rato, ante la mirada de todos los curiosos; luego, salen corriendo hacia la comisaría... Hacen el parte y el comisario le dice que tengan paciencia, que ellos harán todo lo posible, que tienen que esperar...
El tiempo sigue pasando, pero el carro del oso viejo no aparece... Todos en el barrio lo lamentan, ven a toda esa familia como si alguien se hubiera muerto, sus rostros están oscuros, tristes, hay un dolor que aún no se apaga... El viejo no está seguro si duerme, si está soñando, si está despierto... no está seguro. Para deprimido, no sale de su cuarto, duerme de día, de noche, no desea nada... Ha veces se para en la ventana, se pone a mirar, a recordar y, se pone a llorar como un niño perdido, y piensa:
- "Por qué, señor, por qué, si yo no he sido malo, por qué"...
Tiene un sueño extraño. En este sueño, escucha que su carro se encuentra en las afueras de la ciudad. Despierta brutalmente y le dice a su mujer con rostro enajenado que sabe en donde está su carro. La pobre mujer lo mira, y le dice:
- Ya viejo, ya viejo, cálmate y no te preocupes, que ya lo vamos a encontrar... Sigue durmiendo viejito...
- ¡No me hables así! ¡Vieja de mierda! ¡Acaso crees que estoy loco! Ya vas a ver nada mas, ahorita mismo voy a recoger mi carro... Espera nada mas, espera... Tu vas a ver... ¡Ja! Loco yo, loco yo... ¡Tu madre estará loca!
Sale de su casa medio vestido, medio vivo, y en medio de la voz lloriqueosa de su mujer que trata de despertar a toda la familia para detenerlo. El viejo toma un carro y le dice al chofer que lo lleva a las afueras de la ciudad, mientras toda su familia sale la calle inútilmente a detenerlo.
Cuando llega al lugar de su sueño, sólo encuentra desperdicios, gente de mal vivir, y viejos carros abandonados... Se baja del carro, y cuando el chofer trata de cobrarle.
- ¡No jodas! - le dice - ¡Cuando encuentre mi carro te pago! - El chofer se queda congelado al escucharlo, pues le parece ver a un espectro; prende su carro, y persinándose se aleja de aquel lugar.
El viejo camina de un lugar a otro, y solo encuentra a indigentes, a perros, a drogadictos... y demás escorias de la ciudad. Se sienta sobre un recodo de un viejo cilindro y, amargamente se echa a llorar... Lanza un aullido como de perro atropellado que despierta a todos los miserables... Uno de ellos se le acerca y le dice:
- Oye viejo, deja de lloriquear como niño perdido... Tu, ya estás bien viejo para hacerla de plañidera... Anda y lárgate, o si quieres quedarte, no nos jodas, y déjanos tranquilos... Ya hay suficientes desgraciados por aquí, para escuchar a otro mas.
El viejo se calló, se sintió más tranquilo en medio de tantos iguales o peores que él. Comenzó a pensar en todo el pasado... Uno de aquellos se le acercó, y le ofreció un poco de droga; el viejo lo miró, y penso:
- "Nunca he probado esta mierda, pero, total, más cagado ya no puedo estar... y si esto me hace olvidar, está bueno para mí"
Al cabo de meses de buscar al viejo, los hijos llegaron a encontrarlo. Cuando lo vieron, no podían reconocerlo. Ante sus ojos estaba un estropajo de hombre, tirado en medio de la basura, fumando su pasta... Gracias a los lamentos de su hijo mayor, el viejo aceptó volver con ellos... pero él, ya no era él.
No salía de su casa. Sólo veía a su mujer, sus hijos, su cuñada y su sobrina... ni siquiera veía las calles, se sentía como enterrado en su pasado, como un fantasma... Una noche, toda su familia salió a una reunión, sólo se quedó él y su sobrina de trece años, y, pasó lo que pasó... El viejo oso, abusó de la chiquilla... Cuando terminó este miserable acto, un gran chorro de sangre salía de la vagina de la niña que manchaban de rojo sus piernas y todas las sábanas de la cama... De pronto, un espacio de lucidez se prendió en la cabeza del viejo y vio a una niña llorando, llena de sangre, arrinconada en el borde de su cama, llamando a su mamá, asustada, miserable, desgraciada... Eso, fue suficiente para recordar el momento en que perdió su carro rojo. Todo le volvió a la cabeza, volvía al entendimiento, la razón, pero el precio fue muy alto... Tuvo que largarse de su casa, sin dirección alguna, y caminó y caminó sin saber cuando parar... Lloraba y lloraba, pero esta vez era diferente, pues el causante de la desgracia, era él...
Pasó escondido por meses y meses, viajaba a su tierra natal y luego regresaba... Desde aquel vil acto nunca mas pudo dormir, había un sueño terrible que se lo impedía. En ese sueño él violaba a una niña, y después de terminar la cópula, todo a su alrededor se volvía rojo, como si un mar de sangre lo ahogara... Por lo que decidió no dormir de noche, solo cabeceaba de día, pero siempre paraba despierto... Fue así en que consiguió el trabajo de Huachimán. Noche tras noche cuidaba los carros, para ver si encontraba el suyo y, para enterrar sus pecados... Y cada vez que veía un carro rojo, sus ojos brillaban de emoción y, cada vez que veía a una niña, lloraba de pesar...
Apenas terminé de escribir mi cuento, salí a la calle para ver si encontraba al viejo guardián... Tuve suerte, y lo vi, como siempre, caminando como un oso por las veredas del cinema. Me acerqué a su lado, y le conté de mi cuento, de que él había sido mi personaje, que le iba a regalar una copia...
- La esperanza, joven... La esperanza, nunca muere... - me dijo el viejo huachimán, mientras observaba mi carro, que también era rojo...
Joe 30/12/03