Cuando tenía ocho años nunca llegaba a la ventana. Quizá sea por ello que siempre me siento corto para ver la realidad de todas las cosas. Mis padres se fueron lejos, dejándome no solo, como siempre hubiera soñado, no, me dejaron con mis abuelos que eran dos personas que vivieron por más de cien años cada uno y que cada vez que salía tenía que decir a qué hora llegaba. Por supuesto que es natural para un adolescente, pero para un hombre de más de cuarenta años, eso queda fuera de juego. También es natural que a esa edad ya haya encontrado y formado mujer e hijos, pero eso nunca ocurrió, quizá sea por mi tamaño. Mido no más de un metro. Cierto, soy un enano. Mis ojos son azules y mi cabello es rojo. Mi piel es rosada pero tengo un cuerpo deformado por algo que nunca entenderé pero que lo acepto luego de tanto dolor al haberme enamorado tantas veces en mi vida. De mis padres jamás supe nada, pero mis abuelos siempre se ocuparon de todo mi bienestar. Me consiguieron novia, amigos, profesión, por cierto soy pintor, artista en otras palabras pero nada fuera de lo común… Pinto a enanos y gente de piernas largas y sin huesos, o seres que sueño, imagino, sintiendo que son más bellos que todo ser humano. La otra vez pinté a un ser sin cabeza, aunque tenía un pequeño muñón en la parte superior de su cuerpo, que era como una masa llena de felpa coloreada, tornasolada, como un arco iris, y en aquella parte superior tenía como una corona de rey y en cada puntilla tenía como una antena, un sensor radial, o sea era como un ser telepático que se suponía que era un Dios que había perdido todo pasado y que estaba viviendo en los sueños de cualquier artista solitario que habita en un mundo negado, cerrado a todo afecto hacia él… Les mostré aquella obra a mis abuelos pero no les gustó, es mas, me pidieron que la quemase. Me negué y ellos con una fogata, la quemaron ante mis ojos que se llenaban de ira y anhelos infernales…Desde aquella noche, pues todo ocurrió a media noche, no volví a mirarles ni a hablarles. Pero, uno a todo se acostumbra, sobre todo a verlos siempre. Una tarde, llegué a casa y les vi echados sobre el comedor. Me dio un poco de alegría pues pensé que estaban muertos. Me acerqué y sí, así estaban. Llamé a los vecinos, lleno de alegría, a los bomberos, ambulancia y por último, a un doctor. Me dijeron lo que todos sabían. Muertos juntos a los ciento quince años… Yo ya contaba con cincuenta y cinco. La casa es suya señor, me dijeron, además de nueve casas que están en renta, y que se hace dueño de dicho dinero. Gracias les dije, y les vi junto a mi lado, llorando, mirándome y siempre, sonriendo de mi pequeñez… Los enterraron y a los pocos meses llegaron mis padres que todos suponían que estaban refritos y muertos, pero no, no era así… Me miraron y entraron en la casa y a los meses, me echaron como a un perro. Desde aquel día me sentí libre de todo, de todo aquello que me recordaba el dolor. Estaba solo, con mis pinceles y todo el mundo para mis sueños y anhelos… Sentí que empezaba y eso hice. Viajé, mejor dicho, caminé hasta llegar a la mar y allí me volví en pescador… Usaba un gancho y como sabía nada y flotar con una balsa, me volví en un buen pescador… Mis pinceles se volvieron mas diestros hasta que una noche en que los usaba, tuve una realización… Los pinceles se hicieron ceniza y mis manos también. Quedé como un manco y sin saber qué hacer, volví a mi cabaña. Me eché a dormir y cuando desperté, allí estaban mis manos y pinceles… Me levanté lleno de alegría y cuando me acerqué a ver mi lienzo vi a un hombre muy grande que tenía muchas manos y cada mano tenía muchos dedos, y todos llenos de pinceles… Este sujeto sin rostro, pues no lo tenía, parecía estar moviéndose hasta llenar el cielo de colores diferentes. El mar era de colores. El cielo era blanco como el papel… Las aves era negras. La gente eran de color verde como las plantas, y así… Me gustó mucho este lienzo y lo puse en mi cabaña… Ya en la noche, escuché ruidos. Abrí los ojos y vi al extraño hombre salir del cuadro hacia el mar… Le seguí y le vi hundirse en sus aguas, para luego volver todo el agua de color blanco como el papel… Volví a mi cabaña y cuando volví a ver mi lienzo, vi a un enano con sus manitas llenas de colores y en su cara denotaba dolor, mucho dolor, como si nunca quisiera haber nacido. Me sentí tan mal que salí hacia la mar y nunca mas volví a la superficie… Fue extraño, mientras el agua llenaba mis pulmones, tuve un sueño, y en ese sueño, yo, despertaba frente a un lienzo lleno de colores, como el arco iris…
San isidro, enero del 2008