Temblaba del frió. Era 12 de junio, pleno invierno en Villa Constitución. Corría en el parque, entrenaba para un nuevo maratón. Al salir de mi casa, no había notado que la temperatura descendía a cada minuto. Estaba oscureciendo. En tan sólo un cuarto de hora casi no sentía mis dedos. Sólo un par de personas desfilaron a mi lado, y creo que no sentían lo que yo. mis mejillas estaban heladas, mis nudillos blancos.Intenté correr de prisa y terminar la vuelta al lago para volver a casa. A mi lado pasaban susurros, quizás de quienes hayan recorrido el lugar tiempo atrás. Palabras que quedan en el aire, que no llegan a oírse, pensamientos abortados de no hablar. Lo oye al azar quien decide no pensar en nada por un instante, quien por el hielo invisible en el aire enfría la mente. Oí también los camiones de carga transitar por la ruta cercana. Comenzaban a asustarme los susurros, aunque suelo escucharlos seguidos. Pero eran cada vez más claros. Tanto que llegué a distinguir mi nombre. Tal vez me quisieron hablar, quizás el pensamiento del pensador era por mí. Acaso sabría que lograría escucharlo esa noche. Lo cierto fue que la temperatura descendió aún más al pasar bajo las copas de los árboles que hacían la pista como túnel, creyéndome sumergir en un estanque de agua helada. Mis pies no me respondieron como hubiese deseado, y tropezaron frente a baldosas desordenadas, y una voz me dijo: - Regresa.
Sin pensarlo demasiado, a pesar que había recorrido más de la mitad de la vuelta, oyendo el ruido lejano de los camiones, percibiendo el olor fresco del pastizal de la vera del lago. sintiendo no sentir más mi cuerpo, giré en mí mismo, y corrí a casa más rápido que nunca