Anita lloraba. Su mamá, de nombre María, trataba de calmarla. "No somos ricos hijita. No podemos viajar tan lejos." Anita lloraba con más fuerza. "No tenemos que ser ricos para visitar a mi abuelita en Puerto Rico." "Si hijita, tienes razón. Pero no tengo dinero para los pasajes, están muy caros. Yo sola trabajo, tengo que pagar el apartamento, comprar comida, y comprarte ropa para la escuela. Casi no nos sobra nada. Quisiera complacerte, pero no puedo." Anita seguía llorando. "Entiéndeme mamá, yo quiero estar con mi abuelita. Hace mucho tiempo que no la veo, ni ella a mi. Llámala y dile que se venga con nosotras." La madre contestó: "Ella ya tiene muchos años, nunca dejara Puerto Rico. A ella no le gustan los aviones. Además el frío de Nueva York le puede hacer mucho daño." Anita se abrazo a su mamá y exclamo: "¡Mamá, dile a papá que me venga a buscar, que me lleve a Puerto Rico para ver a mi abuelita! Yo la quiero mucho."

La mamá de Anita se puso muy triste. Besó a su hija y con lágrimas en sus ojos replicó: "Hija de mi corazón, no sé donde está tu papá, creo que sé fue lejos, muy lejos." Anita se pudo calmar un poco: "Mamá, ¿por qué papá se fue y nos dejo solitas? ¿Será que ya sé cansó de querernos?" "No sé Anita, pero quiero que sepas muy bien esto que te voy a decir, tu papá se fue, solo Dios sabe porque nos abandono. Sus razones tendrá, pero aun así, sigue siendo tu padre. Siempre lo tendrás que querer, aunque no este con nosotras. Algún día él te buscara." Anita, que ya no lloraba tanto, replicó: "Yo lo quiero mamá, aunque no me gusta que se haya ido y nos haya dejado solas. Cuando me busque le preguntare que le hice para que sé olvidara de mi y de ti. Yo quiero ser como los demás niños, tener mamá y también papá." "Eso lo hablaras tú con él, yo no me meteré en esa conversación. Ya tú sabrás lo que tienes que decirle, es un asunto de padre e hija. Ahora vamos a dormir, estoy muy cansada." Anita responde tristemente: "¡Mamá por favor, quiero ir a Puerto Rico a visitar a mi abuelita! ¿Qué podemos hacer?"

"No sé hija, no sé. Mañana llamaré a mamá, por lo menos podrás hablar con ella por teléfono." Esa noche Anita no pudo dormir. Extrañaba mucho a su abuelita. Ella la quería muchísimo. Su abuelita la consentía, la besaba mucho, no la dejaba sola, y le daba todo lo que ella quería. Nunca la regañaba como hacia mamá. Por eso cuando se mudó para Nueva York, cuando su papá se fue, lloro muchísimo. No quería dejar a su abuelita, pero tampoco podía dejar sola a mamá. Este año no pudo pasar la navidad con ella, y solo recibió como regalo, una pequeña muñeca, de parte de Santa Claus. Anita se sentó en la cama, miró hacía la ventana y comenzó a hablar con Dios. "Papá Dios, tú eres mi único papá, no sé donde está mi otro papá. Quiero ir a Puerto Rico a ver a mi abuelita. Pero no puedo, mamá no tiene dinero. ¿Puedes mandarme dos ángeles fuertes para que nos lleven en sus alas a mamá y a mi a Puerto Rico? Los ángeles pueden viajar donde quieran. Por favor papá Dios complaceme, yo me he portado bien, soy una niña buena." Anita se quedo dormida.

Al otro día bien temprano, alguien toca la puerta del apartamento. La mamá de Anita fue a ver quien tocaba. ¡Cuál sería su sorpresa! Allí frente a la puerta estaba su mamá. La acompañaban tres hombres muy guapos y elegantes. "Mamá, mamá, que alegría verte!" Se abrazaron, se besaron. Todos entraron al apartamento. "Le pedí a Dios que quería estar con mi nieta hoy, porque hoy es un día muy especial, seis de Enero. Le pedí por un milagro, porque no tengo dinero, y además le temo a los aviones. Dios hizo el milagro. Llegaron los tres reyes magos y me obsequiaron tres hermosos regalos. Un pasaje para venir aquí y estar con ustedes. Su compañía, para no tener temor, y un hermoso regalo para mi nieta adorada." María estaba bien contenta, le dio las gracias a los tres reyes magos. La abuela preguntó por su nieta. Su hija la llevó al cuarto de la nena. Su abuela la beso con dulzura, aquel beso de amor la despertó. "¡Abuelita, abuelita! ¿Cómo llegaste? ¡Te quiero mucho abuelita!" "Mi nietecita adorada. Ha sido un milagro. Los tres reyes magos me trajeron, ellos sabían cuanto te extrañaba vidita mía."

"Soy feliz abuelita, porque estás aquí conmigo. Papá Dios no me envió los ángeles que le pedí, pero te trajo a ti. ¿Dónde están los tres reyes magos abuelita?" Mamá María contestó: "Están en la sala, vamos para que los veas. Nos han echo muy feliz, tu abuelita ya está aquí con nosotras, como tú querías." Cuando llegaron a la sala los tres reyes magos no estaban. Solo había allí una maleta pequeña y un regalo bien grande. Anita corrió donde estaba el regalo. "¡Abuelita, mamá, mira que regalo más grande! Los tres reyes magos se fueron, pero me dejaron algo, ¿qué será abuelita?" "No sé amorcito. Ábrelo y sabrás." María le dijo a su madre: "¿Te quedarás con nosotras mamá?" "No sé hija, quizás un tiempo, no puedo vivir lejos de mi isla, la isla del encanto."

Abriendo su cartera sacó un sobre pequeño, se lo entregó a su hija, diciendo: "Feliz día de los reyes hija mía. De mi parte aquí tienes mi humilde regalo de reyes. Aunque no estemos con ellos en Puerto Rico." Anita jugaba con la bicicleta que le habían traído los tres reyes magos. Después se acerco a su abuela y a su mamá, y con mucho cariño, replico: "Abuelita, estoy bien contenta porque estás conmigo. Gracias a los tres reyes magos que vinieron de Puerto Rico a traerme el mejor de los regalos, ese regalo eres tú abuelita." Madre, hija, y nieta, lloraron de felicidad. Las lágrimas de felicidad son dulces.