" También yo fuí
semilla un día. "
Aquel Arbol del Bosque nació como todos. Primero fue sólo semilla.
Fue engendrado con Amor por su Padre poco antes de que el hacha criminal del leñador segara su vida.
El cariño de su Arbol Madre compensó con creces el afecto de ambos pese a la desesperación que la invadía al saberse sola y única responsable de sus retoños.
La Fortuna quiso que al germinar, sus tiernas raíces, hallaran tierra mullida y rica, y la sombra amorosa y fresca con que los árboles más próximos le protegieron del Viento, el frío y los calores excesivos del Verano.
La humedad que le proporcionaba un arroyo cercano, le sirvió como fuente inagotable en la que saciar su sed.
Sus raíces se hundieron, rápidas y decididas, profundamente, en el jugoso cuerpo de la Tierra Virgen que le daba sustento.
Desde pequeño supo aprovechar tan favorable situación.
La perfección biológica de su Organismo y la complicidad de los rayos del Sol propiciaron el milagro.
Mediante sencillas reacciones químicas el Agua, la Luz y las Sustancias Nutrientes, se transformaban incansablemente en Leño, haciéndole crecer y crecer, desarrollando la parte más visible de su cuerpo de forma excepcional, hasta sobresalir majestuosamente del resto de sus vecinos, que de forma más tímida y prudente crecieron con Él, pasando a ser deudores de su sombra los mismos que en un pasado cercano fueron sus donantes.
Cuando todavía era pequeño, sin que se pueda explicar racionalmente la causa, fue valedor y paladín de sus mayores. Todos le buscaban y encontraban en Él apoyo, dedicación y entrega sin límites.
Su vida fue pasando lentamente, y su colosal figura creció más y más, hasta convertirse en Ejemplar indiscutible, obligado punto de referencia de aquel pequeño Bosque del que fue desde siempre Capitán y Rey.
Así, prematuramente, se convirtió en adulto.
Su ancha y larga sombra devolvió a sus hermanos y vecinos
los favores recibidos.
La densidad de su enramada les protegió, como a él le ocurriera, del Sol y del Viento.
Sus profundas raíces descubrían y afloraban pequeños hilos de agua, que siempre compartía.
También fue un hijo destacado de Cupido.
Una vez se enamoró de La Luna.
La savia que abundante recorría su cuerpo fluía con mayor celeridad, esponjando sus tejidos, hasta inundar, jugosa y caliente, su corazón de madera.
Entonces, sus ramas más largas, se elevaban hacia el Cielo agitadas por extraños poderes, enviando a su Amada a través del Espacio la energía generada en su interior y apasionadas notas de idílicas melodías, que el Viento, al deslizarse entre sus ramás y hojas, componía, impregnandose en ellas de Amor y sentimientos.
La Luna le amó también a Él.
Cada noche le visitaba envuelta en sus más bellos y luminosos ropajes, reflejando en su Cuerpo la luz del Sol que, distraído en otras latitudes, le negaba durante la Noche., pero mujer al fin, disfrutaba jugando con Él en continuos coqueteos, mostrándole sólo parcialmente la desnudez deseada de su Cuerpo, su lado izquierdo o derecho alternativamente e incluso, a veces, el esplendor redondo y brillante de toda su figura.
También estuvo enamorado de las aguas cristalinas del arroyo, que día a día besaban sus pies, dándole energía.
Y de la Tierra que le daba sustento.
Amó con fuerza a la enorme Montaña que a lo lejos definía el Horizonte., al que también amó.
Quiso al Viento, que con su alegre pasar, acariciaba su rugosa piel. y a la Lluvia que la mojaba y refrescaba.
Y al Silencio de la noche que sosegaba su espíritu, y al primer Rayo de Sol al Alba. y al Rocío.
Amó mucho en la vida y también fue apasionadamente amado.
Cada año, sus hojas al caer, tras un lógico proceso de descomposición, abonaban y enriquecían el terreno. De forma tan sencilla devolvía a la Naturaleza los bienes recibidos.
Durante mucho tiempo, fue ejemplo y guía para todos.
Todos confiaban en El.
Le sabían fuerte y poderoso, alto, espeso, ancho, majestuoso, erguido y desafiante, en medio de la mediocridad uniforme del resto.
En él anidaban las aves del lugar sabiendo así seguras de posibles agresiones a sus crías.
Fue siempre EL ARBOL GRANDE.
Indiscutible punto de referencia para los Aldeanos.
Solamente Él, El Gigante, vivió toda la vida soportando la carga de saberse distinguido, amado e incluso, a veces, injustamente envidiado por alguno de sus compañeros.
Con el afán constante de ser el mejor., pero temiendo siempre defraudar.
Con la angustia de saberse débil. y estar obligado a mostrarse fuerte.
Con la responsabilidad de ser ejemplo a seguir por los jóvenes, caudillo y jefe de adultos, y sostén y abrigo para los más viejos.
Este liderazgo, nunca deseado y jamas pedido, fue pesando cada vez más sobre sus robustas ramas, hasta convertirse en un peso insostenible.
Si para entonces sacudía enérgicamente su pesada carga, sin querer, hería a alguien de su entorno. quizá precisamente a aquel que le era más próximo.
Pero al herir también quedaba herido él.
Así, su cuerpo se fue cubriendo de enormes cicatrices, no siempre bien curadas, por las que se fue infiltrando la ponzoña que acabaría pudriéndole el Cuerpo y el Alma.
Su carcomida estructura aún conservó durante algún tiempo parte de su antiguo esplendor., pero ya dentro de él, algo había muerto.
Finalmente, en un Invierno amargo, la ira incontenible de una Tormenta fulminó la arrogancia del Coloso para siempre.
No acabó con su vida, no, pero cambió la majestuosidad de su porte en un ejemplar triste y malherido que, aún durante algunos meses, quizá algunos años, luchó inútilmente por volver a ocupar el lugar preferente en el Podio donde los demás, que no su voluntad, le habían colocado.
Cuando comprendió lo estéril de su lucha sólo deseó sobrevivir con dignidad el tiempo que la Providencia le tuviera reservado.
Cuando ya viejo y roto meditaba en el silencio denso de una noche de Verano acerca de lo breve y trágica que fue su Vida, gotas de su savia y de su sangre se escapaban como lágrimás de su Alma, a través de sus poros y heridas, devolviendo a la Tierra una vez más, la humedad hurtada, que ya no le ilusionaba retener, para que sirviera de alimento a sus hermanos.
P
a
r
a
l
e
l
a
m
e
n
t
e.
. también yo fui semilla un día.
También nací feliz en desgraciadas circunstancias.
Recibí de los míos Amor y entrega.
Crecí fuerte y audaz, decidido.
Mis manos siempre fueron por delante y extendidas.
Quizá ese fue mi gran error.
Todos volcaron sobre mi su admiración y afecto.
Me hicieron parecer GRANDE, aunque en realidad fuese pequeño.
Viví la Vida a saltos, con prisa.
Hube de ser Hombre y ejercer como tal cuando apenas era un niño.
Siendo sólo un adolescente hube de gobernar mi propia Tribu.
Cargué más y más sobre mi espalda el peso de la responsabilidad.
Siempre quise hacerlo bien.¡ y me equivoqué tanto !
Mi cuerpo, mi Alma y mis sentimientos nunca se hallaron libres de servicio.
Quise estar siempre en el lugar donde pudiera ser útil a los míos. e incluso a veces logré conseguirlo.
Cometí numerosos errores., pero nadie sufrió por ellos más que yo.
Me sentí supervalorado a veces y explotado en ocasiones. pero siempre admirado y querido.
Mi fértil Huerto siempre estuvo sembrado de cariño.
En él, coseché el Amor y la Ternura de mi Madre, el Cariño generoso de mis Hermanos y el Afecto y la Amistad entrañable de mis Amigos.
Respeto y Consideración en el Trabajo.
. y Amor, Cariño, Admiración, Entrega, Amistad y Respeto, de mi Pareja y de mis Hijos.
También en él nació alguna mala hierba que ni siquiera mereció La Muerte, sólo el Desprecio.
DIOS y LA NATURALEZA, me ayudaron siempre en mi lucha.
El Primero sé que seguirá conmigo eternamente.
La Segunda, se cansó finalmente de apoyarme.
Igual que EL ÁRBOL del cuento me siento viejo y arruinado, y como Él, gravemente herido.
También a mi me fulminó una Tormenta en este Invierno.
El afecto entrañable de todos agotó prematuramente mi vida.
Ya no me queda Cariño que entregar.
Ya no me siento necesario.
He sido muy precoz en todo. .
..También estoy seguro de que seré un Adelantado de la Muerte.