Nos encontramos en el apartamento de un pariente lejano que vivía en las afueras de la ciudad. Estabamos alegres de volver a vernos. Acercabamos los cuerpos con urgencia y nos besabamos como si nos fueramos a despedir. La habitación estaba ordenada, se veía un poco opaca, ya que sólo tenía una ventana, pero la misma tenía vista a la amplia cuenca de un río de aguas oscuras. El teléfono sonó y él se acercó a la cama para levantar el recibidor. Era un teléfono de coraza negra y se eschaba claramente una voz torpe y aniñada. Mientras él simulaba descontento en su conversación coyugal, yo me entretuve husmeando el contenido de una maleta. Encontré adornos para el cabello, y algunas piezas de ropa interior recatada. Extendió su mano moviéndola de arriba abajo, como indicando que dejara de husmear. Me miraba en forma de plegaria, para que lo hiciera sin sentirme molesta. Sonreí sínicamente mientras tiré las ridículas cintas de colores y estampados baratos dentro de la maleta. Al umbral de la puerta apareció una señora mayor de tez morena. Me miraba pensativa luego le miró a él con disgusto y comentó como esa mujer no le dejaba respirar. El susurraba nervioso terminando la conversación como pudo, y me presentó con la señora como una buena amiga de infancia. Benita era la suegra de su Tía Esperanza. En silencio continuó observándonos, muestra pura de que no habíamos logrado engañarla. Se volteó y caminó por el pasillo hasta perderse en la penumbra del apartamento. Rendido se sentó en el borde de la cama. Se levantó levemente para sacar una pieza de ropa que yacía donde el se había sentado. Era un vestido parecido a un disfraz de sirvienta francesa. Sonrió avergonzado, y me explicó que en ciertas ocasiones su esposa se vistió de personajes fantasiosos. Tomé el vestido de sus manos y lo revisé incredula. Le expliqué que en ocasiones le había dicho que no había nada mejor que vestirse de forma provocadora para sorprender a la pareja. Nos reimos nerviosamente culminando en un silencio incómodo. Era claro que sería difícil evitar traer a mi amiga a la conversación más cuando era la mujer de mi amante. Se levantó apresuradamente y me tomó la mano. Me invitó a caminar por la aldea. Al salir a la calle me ofreció una franfura en el carrito que estaba aparcado en la esquina. Cuando yo me disponía escoger la bebida que nos tomaríamos un deambulante se nos acercó. Le habló directamente mencionando ofenzas contra su esposa. Él le pidió al hombre que se callara pero éste continuaba insultando su hombría y su capacidad de enfrentarse a una mujer engreída y manipuladora. El deambulante le empujó por el hombro y entre forcejeos inútiles yo continué caminando calle abajo. Estaba avergonzada de tanta mención la mujer tan horrorosa que en términos reales era mi mejor amiga. Aún distante y ajena de todo esto controlaba cada parte de mi clandestino encuentro. Ya al cruzar varias esquinas, me volteé y allí estaba él tranquilamente conversando con un policía de turno. Me detuve desconcertada buscando al deambulante con la mirada. Extrañamente se me acercó al oído un rostro barbudo y me ordenó que regresara. Salté ante la sorpresa y llevé mi mano al pecho según volteé el rostro. Me repitió que volviera y fuera a ayudarlo, que de seguro necesitaría alguien que le guiara a como establecerse en este extraño pueblo. Regresé hasta él y ni siquiera se había percado de mi ausencia. Tomándome de la mano se dispuso a cruzar la calle, conduciéndome hasta otro establecimiento temporero para comida, aquí ofrecían emparedados y jugo de frutas. Era muy parecido a al establecimiento que frecuentabamos de niños. Mientras él observaba el menu, me percaté de dos mujeres conocidas. Conversaban entretenidas de tal forma que no vieron cuando le halé por el brazo y le pedí que nos fueramos, que ya no me apetecía nada para comer. El no entendía mi ansiedad pero de igual forma continuó calle abajo conmigo. El contorno del río Hudson se veía majestuoso con los colores de la tarde. El comentó sobre mi vestido de verano, con los colores pasteles y las sandalias de tacón. Me abrazó de forma efusiva, agradeciendo el que haya venido a su encuentro. Ya al bajar la colina, me percaté que todo era un poco impresiso, que para una ser una zona urbana, el río se veía sumamente apasible. Comprendí que mi temor a ser descubiertos era exagerado porque al fin y al cabo todo era un sueño. Ya entonces fue muy tarde para deleitarme experimentándolo porque ya estaba despierta y todo se acabo.