Te propongo un juego: yo te cuento el principio de una historia y tú la terminas. ¿Estás preparado?

Mi historia se titula “Mi hombre ideal” y dice así:


“Mi hombre ideal es inteligente, sensible y tiene sentido del humor.
Es paciente, discreto, precavido, y a la vez divertido, creativo y tiene capacidad para sorprenderme.
Mi hombre ideal tiene un alto concepto de la justicia, la honradez, la libertad y la igualdad.
Mi hombre ideal es un caballero andante que salva damas en apuros de las garras del violento.
Es tierno, romántico, sensual, apasionado. Es un poeta, un juglar, un músico.
Es un marino en tierra, un isleño en península, un dios entre mortales.
Mi hombre ideal es, sobre todo, mi amigo, mi colega, mi confidente, mi amante.
Mi hombre ideal duerme con otra, pero sueña conmigo.
Mi hombre ideal no dice “te quiero”, pero demuestra que le importo.
Mi hombre ideal no promete, pero cumple.
Mi hombre ideal empieza a perder pelo, pero no importa, porque es mi hombre ideal.
Mi hombre ideal sabe estimular mi zona más erógena: mi cerebro.
Sabe tenerme en ascuas, agonizante, pero no me deja morir.
Sabe mis secretos más profundos, y aún así me conserva a su lado.
De mi hombre ideal no guardo fetiches, no poseo foto, carta ni objeto alguno que revele su identidad. Pero guardo en mi memoria cada palabra, cada mirada, cada caricia robada.
Conocí a mi hombre ideal hace casi dos décadas, lo perdí durante casi tres lustros, lo reencontré hace casi cuatro años, lo hice real hace casi 5 meses.
Y descubrí que mi hombre real es tan fantástico como mi hombre ideal.”


Bien, ahora es tu turno. Cuéntame el final de la historia.