TE VOY A CONTAR UN CUENTO




Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste.
“Mi abuelo se la narró a mi padre, mi padre me la ha referido a mí, y yo te lo cuento ahora, siquiera no sea más que por pasar el rato.”(*)


Cuentan que una vez hubo un planeta, del que nadie recuerda el nombre, y cuyos habitantes destruyeron, contaminaron su aire, envenenaron sus aguas y agotaron todos sus recursos. Continuamente sus habitantes hacían leyes para proteger la naturaleza y frenar la destrucción, leyes que no se cumplían y todo quedaba en palabrería. Lo peor de todo, fue que dejaron de respetar a los niños, les robaron la infancia; ya nadie tenía tiempo de contar cuentos, los ancianos se encerraban en asilos y los niños se sentían solos y se distraían con juegos bélicos, incluso algunos tenían armas y se dedicaba a matar a otros niños.
Se hicieron leyes para proteger a los niños, pero éstas tampoco se cumplieron, los niños de los países pobres, eran obligados a trabajar o empujados a la prostitución obligados por la miseria y el abandono. Los niños se convirtieron en un caldo de cultivo perfecto, donde los habitantes de los países “desarrollados” cansados de su abundancia podían volcar sus retorcidas fantasías para experimentar nuevas sensaciones, los más débiles eran los más fáciles de manejar y explotar. Las industrias vieron una ocasión única para conseguir mano de obra barata y no les importaba si tenían que pagar sanciones, los beneficios siempre eran superiores y los lamentos de los sin voz, apenas se escuchaban. Así las cosas, no es de extrañar lo que sucedió con este planeta, lo más triste, fue que nadie supo parar a tiempo.
Estaban tan preocupados por evolucionar, por descubrir nuevas tecnologías, que no se dieron cuenta de que todo era una trampa, lo único que consiguieron fue un retroceso. El individuo se apartaba del grupo, se sentía infeliz y solo, se encerraba en sí mismo, y la comunicación, el lenguaje, se empobrecieron notablemente. No se avanzó nada culturalmente, porque todo estaba hecho, y se limitaron a recrearse en el estudio de sus antepasados. Incluso en las tendencias de la moda se agotaron las ideas, lo que en un principio fueron necesidades básicas, estudiadas como conductas primitivas, volvieron a implantarse, de poco sirvieron los avances que la industria les ofrecía, la desnudez y las pieles de los animales se impusieron como últimas tendencias.
Si en un principio, las reuniones de grupos hicieron posible el desarrollo cultural, llegó un momento en que sólo se reunían en lugares donde la comunicación oral era totalmente imposible, y se tuvo que volver a los gestos, a los gritos.

Que nadie se alarme, no existen datos fiables de que este planeta existiera alguna vez, mi abuelo contó a mi padre y mi padre me contó a mí, que un iluminado le dijo que se llamaba TIERRA.



Fin?


Lunnula



(*) “La cruz del diablo” Gustavo A. Bécquer