~Tic. Tac. Tic. Tac. El reloj marcaba las tres treinta, la tortura todavía no terminaba para aquellos chicos. En la esquina de la sala sonaba una guitarra, aquel metal desafinado que me venía molestando desde la mañana. ¿Cómo iba a disfrutar de mi descanso eterno si tocaba solo metal?
El resto de los alumnos se aburría en otro tipo de pasatiempos, leyendo, completando los crucigramas del diario, o jugando bachillerato; pero ninguno era tan molesto como el chico de la guitarra.
El profesor estaba sentado tras su escritorio, terminando de poner las notas. Eran las dos últimas semanas de clase. No se hacía nada de nada, solo esperar a que acabara el año. Los diez alumnos que quedaban para esta hora son los que no consiguieron hacer la cimarra, o fugarse durante el transcurso del día, claro que no faltaba el que estaba repitiendo y tenía que arreglar unas notas, o el ñoño que venía por gusto.
Personalmente me gustan los momentos así, cuando hay poca gente es la ocasión perfecta para jugar con los mortales. Con sus sentidos pendientes a cualquier cambio que los saque de la rutina es fácil que se dejen llevar por mi influencia.
Un muchacho cabecea hasta dormirse en su banco con los brazos de almohada. La víctima perfecta. Me acerco a él y entro en sus sueños, me veo rodeado de imágenes entremezcladas del sol de verano y con las casas donde suele carretear. ¡Qué típico de un adolescente! Vale la pena arreglarlo un poco, meto mis manos incorpóreas en su cabeza y distorsiono algunos pensamientos. En poco tiempo aquel sueño plácido se convierte en pesadilla con aluviones y gente muerta.
-“Viene del Más Allá” en ocho letras- murmura la chica del crucigrama a un lado.
El chico dormido se revuelve inquieto, parece que dejé las manos mucho tiempo adentro, las retiro despacio cuando abre los ojos bruscamente. Me mira.
-¡Fantasma!- grita.
-¡Eso es!- exclama la chica del crucigrama-. F-A-N-T-A-S-M-A. Gracias Luis.
El profesor levanta la cabeza y sermonea a Luis por “perturbar la clase”; pero el muchacho tiene la mente en otro sitio, mira a su alrededor inquieto, como tratando de volver a ubicarme. Tal vez sea que llevo demasiado tiempo muerto, pero juraría que durante aquel breve segundo, me vio.
Para cerciorarme paso mis manos a través de él, solo lo rozo, pero sin aviso Luis salta de su asiento. Todos se voltean a ver que lo alarmó.
-Eh, quédate tranquilo- le dice un compañero-. Tengo que dar la prueba del libro mañana.
-Deberías haberla dado como hace un mes- se defiende Luis-. Además, hay algo que me tiene inquieto.
-Anda a llorar a otro lado- grita el metalero desde el rincón. Luego vuelve a tocar su música, reconozco la canción Dance of Death. Luis también.
En poco tiempo vuelve la estela de aburrimiento al curso. Luis mira constantemente la hora mientras mueve frenético su rodilla. Tal vez sí tenga alguna percepción extrasensorial, pero su nerviosismo es tema aparte.
Harto de esperar saca una hoja de su cuaderno y un lápiz, me acerco a una distancia prudente para no espantarlo. Escribe las letras del abecedario una por una, bien grandes, luego un “Si” y un “No”. Así que tratará de contactarme, bueno, no tengo intenciones de decepcionarlo. Hace mucho que no encontraba un humano interesante.
Luego de hacer la invocación y colocar la moneda, comienzo a responder sus preguntas. La mayoría de las veces le miento, digo que fui un ladrón de joyas y un asesino a suelo, condenado a vagar por toda la eternidad entre los mortales. La verdad es que llevo este estilo de muerte porque lo elegí, había muchas cosas que quería ver del mundo antes de tomar el siguiente paso. Pero por supuesto que Luis no sospecha eso. Su cara va empalideciendo con cada letra que marco, la mano le tiembla y creo que está a punto de levantarse para ir al baño.
El timbre suena y los alumnos se retiran mientras mi interlocutor duda que hacer. El chico metalero pasa junto a nosotros y observa la hoja escrita, esboza una sonrisa de burla y en un movimiento la arranca de mesa. Inesperadamente me siento arrastrado, parece se me fuera el alma con aquel movimiento, literalmente.
-Devuélvemelo- exige Luis, no muy convencido.
-Trata de recuperarla.
El sujeto saca un encendedor del bolsillo. La llama se acerca al papel y comienza a disolverlo; me recorre una sensación que no había sentido en décadas, dolor. Me retuerzo y grito pidiendo ayuda, pero esta no llega, si los chicos me escucharon debieron salir corriendo.
La tortura me parece una vida humana completa, cuando la hoja termina de deshacerse vuelve la frescura propia de la muerte. No hay nadie cerca. Aún impactado decido buscar algún lugar mejor que este para recuperarme, pero cuando quiero salir siento como si mi cuerpo fuera sólido. ¡Estoy atrapado! El tablero… de él solo quedaba una mancha negra, no tenía manera de regresar a mi plano, quedaría en aquellas paredes durante el resto de la eternidad condenado a vivir entre dos mundos, para siempre…