Largo tiempo persiguió al licántropo, porque siempre que estaba a punto de darle alcance la bestia ideaba una estratagema para salir airoso. Su espada gritaba por la sangre del lobo hombre, pero hubo de cubrirse de escarcha en valles blancos escondidos entre las montañas, o del rocío de los bosques cuando despuntaba el alba tras una larga y fría noche, o atravesar mares de arena bajo un sol de justicia.
Los pasos del licántropo fueron a dar con un antiguo laberinto, y quiso allí tenderle una trampa a su perseguidor; sin embargo se perdió, y en el ocaso hubo de tocar su cuerno de caza para que los buitres lo sacaran de allí.
De nuevo se escabullía, pero quizás pronto terminara su suerte.