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~~Suena la alarma. El cuerpo cansado ruega por cinco minutos más. Un golpe en la cama y pocos segundos de conciencia le dan coraje para levantarse y enfrentar todo otra vez. Los pasos torcidos hacia el baño revelan la falta de lucidez y la falta de ganas matinales que le invaden el cuerpo. Ducha rápida, no puede perder mucho tiempo. Su prisa, la testimonia el sol, que de a poco se va asomando en el horizonte. Ya es casi la hora.
La ropa elegida la noche anterior no va bien con el único par de zapatos propio para la ocasión. Antes de salir la ve durmiendo. Prefiere no besarla, no la quiere despertar. Seis de la mañana.
Gracias al precio de la gasolina y las malas condiciones de las carreteras, ni siquiera piensa en agarrar la llave del auto dispuesta sobre la mesa. Camina. Camina hasta la parada más próxima.
El reloj, que durante el día insiste en no moverse, en esas horas corre, anuciándole su posible llegada tardía. Luz roja, autos, camiones. De pie, en el colectivo, se da cuenta que a cada día el camino se hace más largo.
Ocho y dos. De dos en dos minutos, al fin del mes se justifica la idea de que tiempo es dinero, aunque allí el tiempo le cueste mucho más. Al llegar, se repite la misma sensación de dejavù de todos los días. Camina hasta su oficina, mientras los “buen día” ajenos se encargan de la banda sonora.
Se sienta en la silla. Toma las providencias del inicio del día. No deja de comentarle al compañero el absurdo de los titulares del diario. Economía. Política. Deportes. Apesar de la fase de su equipo, este tema lo anima un poco más. Se agotan los comentarios.
Llega el peor momento. El reloj parece no funcionar. Ya se le ocurrió comprarse uno nuevo, seguro de que el tiempo no podría ser tan lento. Nueve largas horas. Nueve larguísimas horas demoran horas incontables en pasar.
En fin, es hora. Se prepara para irse. Fila para salir. Fila para el colectivo. Fila de autos. Muchos autos y semáforos. Más semáforos. No entendía porque carajo se veían tantas putas luces rojas.
Siete y doce. Casa, finalmente llega a casa. En dos horas juega su equipo. En la ducha, deja caerle sobre la cabeza el agua cálida, que, como um té milagroso o uma pócima mágica, lo ayuda a olvidar los miles de protocolos e informes que le quedaron en el pasado.
Las empanadas de ayer le rellenan perfectamente el vacío del estómago. La coca sin gas, el trago perfecto para aquella noche, completa el banquete.
Empate de su equipo. Gol de defensor y árbitro hijo de puta compusieron el resultado del partido. Activa la alarma. Listo. Le quedan seis horas de sueño.
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