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UN ESTUCHE PARA MIS ALAS

Un estuche para mis alas.

Mientras yo iba caminando por la calle lo vi en la banqueta, debo reconocer que al principio me dio un poco de pena por él, ya que los he visto en otras ocasiones poblar las aceras de las ciudades excesivamente habitadas, esos pobres árboles, transplantados a un mundo que difícilmente se parece al suyo; este árbol en particular se veía mas débil que cualquier otro, como si el sólo transitar de la gente provocara un irremediable “fuera abajo”, sin embargo él con gran fortaleza soportaba el devenir del mundo; realmente me atemorice cuando un perro se acerco a él y con ladridos casi lo derrumba, fue entonces inevitable correr a protegerlo, en aquel momento me di cuenta, no era un arbolito indefenso, era un pequeño niño indefenso que corría para huir del perro que hasta hace unos minutos le ladraba. Nunca lo hubiera imaginado, sus piernas eran tan delgadas que parecían un endeble tronco, sus manos estiradas semejaban las ramas y su cabello lleno de hojarasca el follaje otoñal que caí rítmicamente sobre la banqueta que habitaba, lo seguí con la mirada hasta que finalmente el niño desapareció de mi vista.
Días pasaron antes de que lo volviera a ver, incluso ya había olvidado aquella visión del niño-árbol, cuando un día sentado en el parque lo vi intentando subir a un árbol lo cual le era sumamente difícil no solo por la fragilidad de sus dedos, sino por que en una de sus enclenques manos sujetaba un libro, demasiado grueso; me dio tanta curiosidad el niño como el libro que sostenía que me dirigí hacia él, era curioso ver con que ahínco el niño intentaba subir ese gigantesco árbol a pesar de los golpes que se propinaba al caer, fue en ese momento que raspo su mano con el tronco del árbol y al ver la sangre él comenzó a llorar, al levantar su mirada y encontrarse nuestros ojos él intento soportar el llanto mas no pudo y con sus pequeños brazos rodeo mi pierna, yo me agache y lo acogí entre mis brazos --¿Qué te sucede?— pregunte, y él me mostró su brazo con unas apenas perceptibles gotas de sangre, pero que al parecer a él le aterraban, saque un pañuelo de mi bolsillo y las limpie al tiempo que el también hacia lo mismo con sus lagrimas; en la otra mano sujetaba un libro y sin pensar en nada lo cogí y comencé a hojear.—son insectos—dijo—es el libro de los devorainsectos, ellos los leen para saber donde encontrar a los insectos mas deliciosos y cazarlos, por que ellos los prefieren frescos, en ves de comprarlos congelados en el supermercado—me sorprendió por qué un niño tan pequeño se interesaba en unos seres tan desagradables; debo confesar que los insectos me dan un poco de repulsión, alguna vez los vi bajo el microscopio y eran realmente desagradables.
Siempre me he considerado una persona introvertida sumamente penosa, con dificultad logro entablar una conversación con personas que no conozco, pero con él todo fue tan natural y tan fácil, que las palabras simplemente emanaban. Él comenzó a contarme que el libro le había servido de mucho, debido a que todas las personas grandes siempre le preguntan que es lo que él va ser cuando crezca, como el va a saber eso si a penas tiene 8 años, pero cuando hojeó ese libro, el supo lo que quería ser al crecer—yo quiero ser un insecto—me dijo; él me comenzó a explicar que no era muy bueno en la escuela, los números simplemente le causaban dolor de cabeza y de la historia no comprendía nada, todas esas guerras era algo que por mas que se esforzara no podía comprender; y un día encontró un libro de los devorainsectos y pensó que él le daría un mejor uso, su mamá le dijo que seria un buen entomólogo, pero el se negó rotundamente y decidió ser un insecto—eso es perfecto para mi—me dijo.
—hay una familia de insectos que se llama coleópteros esto significa alas en estuche—mientras el me contaba yo leí el libro—yo necesito eso, un estuche para mis alas—es que tu tienes alas—claro que tengo, solo que las uso en la noche en el día prefiero caminar, pero todas las noches cuando en mi casa se han apagado todas las luces y se escuchan los primeros ronquidos, la luz de luna entra por las rendijas de la ventana, se posa en mi espalda y las alas aparecen, con mucho cuidado abro la ventana y me dispongo a volar siempre a favor del viento, recorro largas tramos volando, llego a lugares tan lejanos que me da miedo no encontrar el camino de regreso, cuando llego a los campos, vuelo bajo entre la hierva, me gusta por que cuando vuelo despacio esta me llena de cosquillas y yo rio toda la noche, cuando llego a casa me cuesta trabajo dormir en la madrugada, mis alas no dejan que me acomode, pero a veces llego tan agotado que no importa la incomodidad solo me quedo dormido, pero al otro día mis alas han desaparecido, los niños de la escuela no me creen nada de lo que les cuento, pero si yo tuviera un estuche para mis alas, si lo tuviera, después de volar gran parte de la noche, sería bueno que no solo yo descansara si no también mis lindas alas, las pondría en ese estuche de cristal con polvo de oro en las orillas, y quizá al otro día mis alas sigan en la cajita y pueda llevarlas a la escuela, entonces nadie se burlaría de mi. —
Cuando él termino de decir esto sin mas se alejo.
Desde entonces me siento en esta banca a esperar al niño-árbol al niño- insecto, su historia me gusto tanto que la tomo por cierta; en ocasiones tengo suerte lo veo, se queda quieto por largas horas con las manos elevadas y con el cabello lleno de hojarasca como lo vi por primera vez. Él espera a que los insectos se detengan en su cuerpo y los observa desde muy cerca, cuando ellos llegan no puede mantenerse mas quieto y comienza a reír como si las frágiles patitas de los insectos desataran su alegría una desbordante y antojable alegría y luego de estremecerse todo su cuerpo los insectos le dicen sus secretos en forma de canción y él con toda solemnidad toma nota en una pequeña libreta, después de un rato los insectos se van al igual que él.
Por las noches hojeo el libro del niño-árbol y me quedo pensando en los coleópteros: Un par de alas endurecidas llamadas elítros que sirven para proteger al otro par de alas dispuestas a surcar los cielos; entonces abro las ventanas y dejo que el viento de la noche entre en mi habitación, una habitación totalmente sobria, con paredes tan gruesas que hasta aquí nunca llega el rumor de los árboles o las hojas cayendo en otoño. En algún momento de mi vida me gustaba el otoño, esos vientos fuertes que desprendían las hojas de los árboles y las doradas tapizaban las calles y al caminar ellas fuerte e irrevocablemente cantaban. En algún tiempo yo volé, me desplace con el viento, subía tan alto y luego de ver el mundo entero, solo me dejaba caer esa sensación es similar a la que provoca la montaña rusa, cuando me encontraba cerca de los árboles me introducía entre sus ramas, y al llegar a casa, arrancaba las hojas que quedaban enredas en mi cabello y las ponía dentro de una caja de zapatos así cuando a mi se me antojara podía tomar la caja y agitarla tenia el sonido del otoño en mis manos. Mas un día crecí, seguí volando, hasta que deje que apedrearan mis alas, no supe defenderlas, maltrechas preferí dejarlas en el armario como un mueble viejo y nunca mas las volví a ver, yo también necesite un estuche para alas.
De nuevo en la banca del parque, vi que un grupo de niños, de esos que utilizan armas, es decir armas de juguete, molestaban al niño-árbol, el corrió, y libres sus manos en esta ocasión subió por el enorme árbol en el que una tarde lo encontré, subió, subió muy alto, los niños de bajo lo esperaban burlándose de unas alas que él no tenia y entonces el simplemente se dejo caer con las manos estiradas, él cayó de una manera tan suave, como meciéndose en el viento, yo corrí intentando inútilmente prenderlo, un enorme charco de sangre se hizo presente, la sangre mas brillosa que he visto, cogí su cabeza entre mis manos, como yo sabia que a él le aterraba la sangre intente distraerlo para que no la mirara, le prometí que él iba a estar bien, pero eso él ya lo sabia; él se incorporo y el charco de sangre no se desprendió de su cuerpo, saco de su bolsillo una caja grande de cerillos la puso en mis manos y dijo—ya he conseguido un estuche para mis alas, es diferente al que yo imagine este es mas brillante y mas fuerte—sin mas su estuche se abrió y sus grandes alas lo llevaron lejos, yo lo observaba volar hasta que desapareció nunca vi una catarina mas linda que esa. Estuve allí hasta que anocheció, supe que el ya no volvería, así que decidí regresar a casa, recordé la caja de cerillos, la saque de mi bolsillo la agite para adivinar que contenía y entonces el tarareo del otoño regreso a mi.
Datos del Cuento
  • Autor: TERA
  • Código: 22132
  • Fecha: 11-01-2010
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.93
  • Votos: 27
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3889
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