Aquella estampa me imantó. Su pelo dorado revuelto por el viento, su elegante postura descansando sobre el amplio valle verde, perfumado por el amanecer, me tenían sumida más allá del límite de la contemplación. Sólo él y yo estábamos, en una mañana limpia y calurosa, acompañados por el canto de las aves que no dejaban de revolotear.
No podía dejar de mirarlo, mas él se hacía el desentendido como si supiera que mientras más me ignoraba mayor era mi interés. Trataba de acercarme con lentitud, pero era muy astuto y a medida que me acercaba, él se alejaba al mismo paso. Me detuve. Lo hizo él también y yo, ya cansada de tanto seguirlo, me senté para disfrutar de la sombra de un álamo. Se dio vuelta y después de largos minutos observándome se acercó cauteloso, hasta unos dos metros frente a mí. Nos mirábamos fijo. Ninguno se movía, sin embargo, me armé de valor y levantándome con cuidado me aproximé.
Pasaron unos cuantos días y después de entrar en confianza, pude a campo abierto, con la brisa acariciando mi rostro, montar sobre su lomo para correr a todo galope.
BUEN CUENTO, FACIL DE LEER Y CON UN FINAL DE CABALLO, PORQUE PIENSAS QUE ES UNA PERSONA. YO ESCRIBI UNO PARECIDO QUE SE LLAMA "EL NO SABE QUIEN SOY YO". TE FELICITO Y TE ANIMO A AEGUIR ESCRIBIENDO.