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UNA CONFESIÓN ...

La Confesión de un pecador.
Por: Gelain

En uno de esos apartados lugares, uno de tatos pueblos perdidos y olvidados de la civilización que se esconden entre las misteriosas sierras mexicanas; de ellos se habla solamente en relatos y canciones populares por indígenas o viejos solitarios. Pues bien, en uno de cientos de estos llamado por muchos la tierra de la tortuga debido a las diferentes especies de estos animales que viven en los alrededores pero mejor conocido por su nombre en Náhuatl, desde tiempos coloniales bautizado como Ayotl, sucedió un hecho inverosímil que por la naturaleza del mismo suele caer en la leyenda.

Los días son largos y calurosos, durante la noche sopla un delicioso viento fresco. Por las callejas no se oye otra cosa que el ladrar de algunos perros y a veces el suplicio de un desdichado gato que corre por salvar una de sus vidas. La gente es hospitalaria, conformada principalmente de campesinos que labran la tierra y de esto obtienen el sustento familiar. Los indígenas un poco más reservados en cuanto a las costumbres mestizas viven con sus tradiciones a flor de piel. Su economía se basa primordialmente en sus artesanías y otras cosas como ungüentos o pócimas mágicas. Cada quince días llega al pueblo un comerciante que compra todas estas raras mescolanzas, entre legumbres, tequilas, pomadas, figurillas y cuanta cosa pueda ser vendida; para ofrecerlas a turistas sedientos de mercancía puramente mexicana en las ciudades.

Tenemos como toda población, un gobierno interino, nuestro actual regente es de sangre indígena electo por el voto popular de la mayoría. Este hace las labores de presidente y alguacil. Parecerá para ustedes lectores un poco herético que tengamos un mandatario como este velando por la tranquilidad de todos y es que aquí la gente se conoce de toda la vida y no obstante no existen riquezas que robar como en las grandes urbes. Este personaje es poseedor de una inteligencia envidiable, habla tanto el idioma español así como diferentes dialectos indígenas y fue elegido por ser el mejor capacitado para hacerlo, además un diploma universitario lo avala como médico general por la Universidad Autónoma de México.

Ayotl cuenta con apenas ocho mil habitantes y el pueblo más cercano es Comotzín que se haya a siete horas de camino a pie. En muestro pueblo hay tan solo cinco escuelitas muy pequeñas donde se imparte hasta la educación preparatoria; entre los planes del municipio esta el construir una biblioteca para fomentar con esto la lectura y así salir un poco de la barbarie que nos impide “bajar del cerro” como comúnmente se dice.

Algunos personajes suelen salir a la intemperie de mi memoria ahora que escribo como Doña Vicentita, una viejita muy latosa que todas las tardes se sentaba en el porche de su casona a fumarse una pipa más grande que sus arrugadas manitas repleta de un tabaco gracioso y común allí en la sierra; cuando chavales, solíamos arrojarle pequeñas piedras a sus pies, ella creía que diminutos sapos se acercaban para oírle alguna de sus aburridas historias; al terminar o quedarse dormida una de sus hijas la metía de vuelta a su casa. Una tarde tratamos de hacer lo mismo con el viejo de la botica, inútil nos resultó por que a pesar de sus ochenta y cuatro años de edad reconocía las rocas que rozaban sus dedos y cada vez que llegábamos a cumplir algún encargo nos lanzaba una maldición de aquellas.
-El Nahual se los va a llevar en la noche niños de la.... Decía con su característico tono quejumbroso propio de la edad.

Y como olvidar los abarrotes donde todos alguna vez trabajamos por un cigarro o una de esas muy nuevas gaseosas que a duras penas llegaban al pueblo. Se llamaba “Abarrotes de México”; se podía encontrar de todo, desde un botón de camisa hasta juguetes, aguardiente y pasteles. Era dueño el Sr. Evaristo Monroy, un gordo bigotón que se casó con una india y cuya hija era el amor imposible de todo joven promiscuo, por su belleza, Rosa María. Ese fue uno de los primeros changarros del que tengo muy buenas anécdotas, con los años y conforme el pueblo crecía llegaron a establecerse otros ocasionando con esto la desaparición de este primer para dar cabida a una cantina de mala muerte, Rosa junto a su familia se mudó a la gran Capital y no se volvió a saber nada de estas personas.

La economía estaba centrada como ya se los he contado, en la agricultura, ganadería, arte indígena y el famoso Tequila. Tanto los indios como los mestizos por así decirlo se mezclaban y aunque todos teníamos las mismas oportunidades eran los indios quienes nunca dejaban el pueblo para aventurarse a conocer las grandes ciudades siendo muy pocos los que lo hacían optaban mejor por recorrer las tierras cercanas para cumplir con sus tradiciones. Los que no somos indios generalmente no profesamos sus ideales, aún así respetamos ampliamente sus festejos y hay veces que el espectáculo de algunos rituales nos incita a fungir como publico en la plaza o el monte.

En la plaza principal del pueblo en el extremo inferior derecho de un bello kiosco yace una placa de bronce que según se dice fue puesta allí por uno de los fundadores de Ayotl:
“Dios nos ha mandado a evangelizar un nuevo mundo, un vasto territorio, planicies y mares, ríos y piedras; en la ignominiosa cobardía del demonio al encontrarnos hambrientos llegando al punto tal vez de devorarnos unos a otros por subsistir; Tú, Ser omnipotente y Creador del Universo como un todo, si nuestra causa hubiera sido falsa los leones se deleitarían con nuestras carnes pero al ser este el plan que tenéis para nosotros, nos mandas como a tu hijo Moisés la salvación de la vida a manera de este reptíl y la culminación de tu sagrada obra. Por eso y no por otra razón este pueblo de Dios que hoy se funda se conocerá como Ayotl.
P. Velásquez 1587”.

Ayotl, fundado por españoles en años remotos; desgraciadamente es poca la historia que se conoce de estos personajes y los otros que llegaron a este pueblo después, lo que se sabe es gracias a esa placa y algunos cuentos de la comunidad. La plaza es signo invaluable de esa historia que está perdida en los umbrales de la ignorancia así como la iglesia construida por la orden de los Jesuitas establecida allí en el año de 1605.

La iglesia emerge en el centro del pueblo mostrando su poderío terrenal, la mayoría excepto por unos cuantos profesamos la Fe católica como legado de estos señores que vinieron a enseñarnos una verdad gratificante de esperar una recompensa al final de nuestros días siempre y cuando sigamos los mandamientos como se debe. La construcción se impone majestuosamente de un color que denota antigüedad, no tiene muchos detalles externos como otras, es sencilla. Una cruz de hierro en la parte superior del arco principal, al lado izquierdo formando una extensión de la misma iglesia un campanario y al lado derecho otro pequeño arco que aloja una estatua de San Francisco. En el centro y justo en el arco principal, una puerta grande de madera de unos tres metros de altura, impide el paso al interior. El suelo está totalmente adoquinado dándole un toque colonial a esta magnifica obra.

Precisamente en esta iglesia sucedió el hecho que estoy a punto de narrarles, se ha corrido el rumor de que esto es una leyenda como tantas que en nuestro rico acervo cultural subsisten. En México se suelen contar sin fin de historias fantásticas y la mayoría de estas relacionadas con aparecidos, milagros, tesoros escondidos, entre otros. Mucha gente clama haber sido testigo de estos asombrosas fábulas, generalmente, mienten. Que si han oído los sollozos de la llorona, que si se ha caminado en el monte junto al charro negro, los rumores de que en cuevas se aparecen las llamas del infierno indicando el escondite de un tesoro y no falta ese loco soñador que dice haber matado un diablero; si, mienten la mayor de las veces por que no hay pruebas que indiquen la veracidad de sus historias.

Unos se retuercen en sus mentiras para lograr popularidad entre los demás; lo creo, pero que sucedería si estuvieras frente a ese ser proveniente del más allá que te pregunta por la hora cuando caminas por una oscura y angosta calle, solo... supongo que sabes la leyenda. O bien, te encuentras recorriendo los pasillos de un hospital buscando distracción del bullicioso gremio familiar, caminas e instintivamente volteas hacia atrás topándote con el horripilante rostro calcinado de “la quemada”, te aseguro que morirías del susto. Si sobrevives, te encargarías de difundirlo a sin fin de personas como tu verdad absoluta pero igualmente caerías en el absurdo juego de la mentira. Sean reales o ficticias es lo que le da a la leyenda ese sabor de misterio y esta se transmitirá de padres a hijos en tradición oral como se acostumbra.

Soy una persona vieja, los años se me han venido sobre la espalda como una bocanada de aire frío; en mi larga vida nunca he visto cosa digna de mencionar salvo lo que me incita a garabatear en estos trozos de papel. De antemano les advierto que no fui testigo ocular de lo acontecido totalmente, sin embargo un compañero de celda en cuya lealtad por su profesión están mi alma y mi vida lo acredita; este es pues, villano y héroe de la obrita.

Tendría yo unos doce años de edad cuando al pueblo llegó una caravana de actores circenses, los niños nos encontrábamos jugando rayuela y vimos pasar por la calle las pintorescas carretas, en el acto dejamos la competencia para percatarnos de lo que sucedía. Payasos, malabaristas, trovadores y hasta un domador de bestias salvajes; nos regalaban una demostración de sus dotes artísticos. La compañía estableció su hogar temporal en las afueras del pueblo, allí montaron un escenario y las dos feroces bestias encerradas en jaulas se convirtieron en la atracción principal. Nunca habíamos sido testigo de semejantes animales, un oso amaestrado y un tigre de bengala conformaban este grupo de bestias. Un mago desapareció frente a nuestros ojos unas monedas chinas según lo que nos dijo poseedoras de una maldición antes de hacerlas desvanecer en el aire. Esa tarde olvidamos nuestros juegos infantiles por el asombro de ver a esta mezcla de extraños extranjeros venidos de la nada para mostrarnos cosas aún mas raras jamás antes saboreadas; ni los brujos del monte pudieron captar tanto nuestro interés como lo hicieron estos Húngaros o Gitanos como se hacían llamar entre ellos.

Ese mismo día horas después de haber recibido a la primer caravana y con las estrellas comenzando a brillar en el cielo, una carreta menos glamorosa cruzaba lentamente la misma calle; ésta jalada por dos burritos flacos se dirigía a las oficinas municipales. Don Jacinto, en aquellos años nuestro presidente cuyo semblante parecía senil y vigoroso tomando en cuenta su edad, bebía una taza de café; la carreta quedó frente a la puerta de la delegación. Fueron pocos quienes vieron el vehículo esa tarde, no causó tanta expectación como los primeros; su aspecto era deplorable de una madera tostada por el sol y por las inconsistencias en las ruedas se notaba que habían sido reparadas en varias ocasiones. Por lo visto, el conductor sería una persona sumamente pobre.

Don Jacinto se unió al resto del pueblo acompañado de su recién llegado visitante en el espectáculo de la noche, los gitanos habían preparado una rutina fabulosa. Iniciaron con un breve relato de títeres. Después una malabarista se jugaba la vida arrojando al aire varios puñales y al terminar el maestro de ceremonias se vendaba los ojos para probar su dominio en el manejo de las mismas armas con la mujer; todos nos hallábamos nerviosos, nos tapábamos los ojos cada que lanzaba uno de los cuchillos a la rueda de madera en donde la dama estaba atada, afortunadamente no falló ninguna y la mujer salió ilesa. Una bella canción sobre el hijo de la luna que moría para convertirse en una estrella bajo la voz de un trovador con tono penetrante le siguió al acto tétrico de los cuchillos. Lo que todo el mundo estaba esperando con ansias era el momento de ver al tigre o al oso hacer sus gracias y cuando los perritos danzantes culminaron su acto, se presentaron el domador y su asistente que resultó ser la mujer de los cuchillos, con el oso encadenado. Con látigo en mano este lograba hacer que el animal se sentara en el suelo, se parara de manos y tocara una marimba a ritmo de fiesta. El tigre no actuó esa noche ya que se encontraba enfermo del estomago, entonces fue el oso quien se llevó tanto los aplausos por sus trucos como los del felino que no apareció. “Amino” el payaso recitó varios versos de su autoría y ciertas bromas de buen gusto. Como acto final, el mago lleno de misterios, mostraba sus trucos; era capaz de adivinar cualquier carta de su baraja sin haberla visto o tocado y para eso llamaba a gente del público. Don Jacinto naturalmente obtuvo los mejores asientos de la noche a unos centímetros del escenario y a su lado no tenia otra persona que el conductor de la vieja carreta. Por su manera de vestir se pensaba que era un cura; allí fue donde el pueblo lo conoció y nos pareció gracioso a la primer instancia aunque no sabíamos de quien podría tratarse.

Al terminar el espectáculo y aprovechando que el pueblo se encontraba reunido en su mayoría, don Jacinto pidió a su amigo que subiera al escenario para proseguir con un anuncio importante.
-Amigos de Ayotl, estamos aquí reunidos para darle la bienvenida al nuevo sacerdote de la iglesia de San Francisco. Afirmaba con su voz ronca.
-Viene de la Gran Capital para cumplir con su misión evangelizadora -Prosiguió después de un momento de expectación y siguió diciendo-. Es el primero que llega pero en unos meses se le unirán otros más para tener una orden santa de Curas en el pueblo.

Así pues aquel viejo gracioso terminó por ser el nuevo sacerdote de Ayotl. El último cura que ofreció una misa en la iglesia de San Francisco no volvió a pisar nuestras tierras por que murió de una picadura de serpiente en medio del desierto mientras descansaba; y sin ayuda pereció por el dolor y el veneno, cuando se dirigía a un pueblo cercano a bautizar a unos recién nacidos. Después de varias semanas de no tener noticias del cura, un grupo de vigilantes se dio a la tarea de salir a buscarlo por que se decía que había sido asesinado por unos ladrones, no se encontró al sacerdote sino los restos de su cuerpo picoteado por los zopilotes hambrientos; para quienes vieron estos mórbidos residuos del presbítero lloraron toda la noche en su velorio y para quienes no supimos el estado real del cura simplemente jugábamos a las escondidillas. Los representantes de la iglesia mexicana mandaban un sacerdote cada domingo para celebrar misa, al terminar simplemente dejaban el poblado y regresaban hasta el próximo domingo.

Francisco Mendoza del Rey, nombre que denotaba cierta elegancia como si proviniera de alguna ciudad española, al oír el nombre recordé en el acto la placa del kiosco e imaginé que podría encontrar a esa persona sumamente interesante. La palomilla lo halló también de su interés pues su rostro maduro mostraba rasgos de conocimiento y sabiduría. No nos equivocamos cuando nos pidió ayudarle con sus cosas. Volvimos a las oficinas municipales, trepamos en el viejo armatoste y esperamos a que saliera del recinto gubernamental. Tardó largos minutos, en ese tiempo yo maté la curiosidad buscando en su equipaje. Libros viejos unos cuarenta entre los que se podían encontrar a distintos autores, desconocidos para un chaval como yo; la Biblia relucía como único título conocido, los demás parecían aburridos al no tener fotografías o dibujos. Encontré ropa en unas bolsas de cuero y el lugar donde dormía durante las noches, un poco de comida, vino en unos barriles y otras cosas, un crucifijo, imágenes santas y dos pares de zapatos nuevos.

Resultaba excitante tener un nuevo habitante en Ayotl, este no se parecía en nada a los otros curas. Después de la escuela los niños nos reuníamos en la parte trasera de la iglesia para oírle sus cuentos. Nos enseño nuevos juegos, conocimos un poco de la historia de México desde su fundación hasta la conquista y comprendimos muchos aspectos de la naturaleza. Era bonachón y feliz, a los pocos días se ganó el aprecio de la comunidad en general. Los miércoles nos preparaba para recibir nuestra primera comunión y los jueves daba una misa especial por todas aquellas almas que no lograban alcanzar el cielo. Los martes en la noche los ofrecía a rezar el rosario con las mujeres. Los sábados en la mañana ayudábamos al cura a mantener la iglesia en buenas condiciones y prepararla para el domingo de misa.

El cura Mendoza como le gustaba que le dijeran, gozaba en ayudar a los demás. en sus misas no pasaba la canastita para que la gente entregara sus limosnas alegando que cada quien se sintiera libre de hacer lo que su corazón le dictara. A un costado solía dejar una cajita donde los devotos depositaran lo que fuera su voluntad sin sentirse comprometidos a hacerlo. De igual manera, era fiel creyente del arrepentimiento humano y cuando alguien recurría a su consuelo para obtener confesión, este la brindaba sin importar la situación u hora que se la pidieran. “Un alma limpia de pecado por una noche es un alma salvada por una noche” decía cada vez que terminaba una confesión a deshoras. No faltaba nunca esa oveja descarriada que de su corral llamara a la roñosa puerta de madera a media noche buscando al pastor de su perdido rebaño.

Como los anteriores, Francisco tenía por obligación dirigirse a los demás pueblos, en los otros todavía no mandaban sacerdotes residentes. Desde muy temprano se levantaba, preparaba lo necesario y junto a un gendarme emprendía la aventura. Tomaba siempre sus precauciones, se equipaba de una buena cantidad de agua, un arma que su acompañante cargaba y antídotos contra picaduras de serpiente. Más de cinco veces resulté agraciado de ser el tercer pasajero en sus cortos viajes y gracias a él conocí Hueca, Machiotil, Comotzín y Tepehuani; muy parecidos entre sí pero no tan hermosos como mi natal Ayotl. De no haber sido por una fiebre que me dejó en cama por quince días debatiendo entre el aburrimiento y la desesperación, hubiera junto con otros dos niños, don Jacinto y el cura Mendoza visitado la gran capital. No lo pude hacer e imaginaba las grandezas de la ciudad que me estaba perdiendo.

El resto de los eclesiásticos se presentaron al año y medio de que el primero se asentara aquí. Para ese entonces, el padre Mendoza ya tenía estructurado todo un plan a seguir mismo que otorgó a los otros dos para que se apegaran a su ritmo. Juan Torres y Manuel Manríquez este último es el encargado actual de la iglesia, se ofrecieron voluntariamente para obedecer en todo, eran más jóvenes que su “patrón” y recién ordenados como sacerdotes. Con estos dos nuevos ayudantes, el padre Mendoza podría concentrarse en aspectos concernientes a Ayotl. Los otros dos jóvenes harían las labores misioneras en las poblaciones cercanas.

Varios meses los ocupaban en enseñar la palabra, desaparecían de nuestras vidas pero casi siempre nos enterábamos de sus hazañas en la misa dominical y hasta una iglesia se construía en Comotzín con la ayuda de los hombres de ese lugar, en Hueca se restauraba un viejo santuario colonial dedicado a la Virgen. Con la bendición del padre Mendoza pudieron convertir a muchos indios de la sierra dejando con eso su religión pagana. Cada medio año aprovechando las tradicionales fiestas de la cosecha, estos jóvenes recapitulaban los logros alcanzados durante ese periodo. Primeramente el presidente municipal decía unas palabras en la plaza y después uno de ellos predicaba una misa donde además se daban a conocer los planes futuros. Al finalizar se hacían juegos y concursos. Los ricos ganaderos sorteaban entre sí para ver quien sacrificaba una vaquilla para el banquete, festejar y culminar con un año de buena cosecha y mucha suerte.

Tanta expectación causaban las fiestas que muchas personas viajaban kilómetros de distancia para asistir, también terminó como tradición para los niños el subir al cerro del “guajolote chorreado” y ver las gentes que se acercaban al festejo. Se creía que al celebrar la buena suerte siendo procedente de otro pueblo, ésta tocaría a su puerta la primer noche que regresara a su hogar. No obstante ciertos individuos acudían para enterarse de las nuevas ideas concernientes a su pueblo que la iglesia y los gobiernos tenían en mente. Los invitados celebres, no faltaban los presidentes quienes trataban de deshacerse de la mala suerte bebiendo una copa de tequila regional y así arrastrar la prosperidad a su tierra.

En Comotzín se celebraba cada año el termino del otoño e inicio de las fiestas de diciembre, eran muy bonitas y mucha gente asistía, incluso los curas ponían su granito de arena con una pastorela. Estos hombres se ganaron el aprecio de la gente por sus amables gestos, obras y el amor que le tenían a la vida. Se volvieron parte fundamental de todo Ayotl.

Como todo muchacho al alcanzar determinada edad le es imposible seguir encerrado en la pequeñez de un pueblo. Buscar aventuras, conocer grandes ciudades, viajar por el mundo; así me sentí una mañana mientras cerraba un libro de Julio Verne. Cumpliría dieciocho el mes entrante y no querría vivir los próximos años siedo un esclavo de la costumbre. Me dirigí a la iglesia de San Francisco y así pedirle consejo al Padre Mendoza. Se encontraba entretenido revisando los planos de una nueva capilla que tenia pensado construir en un año. Llamé a la puerta de su oficinita y al verme se sonrió, volviendo al aspecto principal de su interés.
- pasa, pasa, estoy aquí...Que sucede hijo mío, ¿te puedo ayudar en algo?. Habló sin despegar los ojos del dibujo.
-Padre, aquí le traigo el libro que me prestó. Tímidamente respondí.
-Que rápido lees hijo, busca alguno que te interese, porque me imagino que vienes a pedirme otro, ¿no es así?.
-Padre, quiero hablarle sobre un aspecto que desde hace unos años no me deja dormir tranquilo.

El padre Mendoza dejó al instante de ver los planos pidiéndome que me sentara y así platicar un rato sobre mi problema.
-Dime que es lo que sucede; para eso estoy yo aquí, para ayudarte. ¿No estarás involucrado en pecadillos lujuriosos, mojaste la cama durante la noche?; si es así es muy normal que sientas cambios con tu cuerpo a esa edad, te toques y te guste pero no abuses. Dijo el padre Mendoza frunciendo el ceño.
-No padre, no se trata de eso.
-¿Entonces?. Refutó en signo de extrañeza.
-Quiero irme de Ayotl, conocer otras ciudades, divagar con personas desconocidas, asquearme del tumultuoso caos de la civilización.

Después de una larga platica donde analizamos los pro y los contra de mi decisión llegamos a un acuerdo. Partiría a la Ciudad de México la semana siguiente con una carta que me acreditaba como enviado oficial del pueblo para estudiar en el seminario durante unos años, el padre me entregó uno de sus libros favoritos para que no olvidara que aquí tenía una gran familia que me recibiría con los brazos abiertos cuando así lo decidiera y mismo que le devolvería cuando retornara de nuevo a mi hogar, después me regalaría otro para afianzar con ese gesto nuestra creciente amistad. Hablé con mi familia y me apoyó bastante. Recibí una buena cantidad de dinero para gastos de transportación y hospedaje.

Si en ese día una extraña fuerza hubiera rozado mis brazos otorgándome un poder supremo de hacer cualquier cosa con tan solo desearlo, lo primero hubiera sido otorgarle el título de santo a Francisco Mendoza del Rey. Mi abuelita me decía que ese hombre al morir iría directito al cielo con los zapatos puestos por que era tan puro como el agua cristalina. En las noches antes de irme a dormir me decía que pidiera por el padre para que Dios lo colmara de bendiciones, tanto a él como a Juan y Manuel. A veces pensaba si el Padre Mendoza podía hacer milagros pero se abstendría de realizarlos por las ideologías indígenas, no obstante, era demasiado bueno. Como si escrito hubiera estado en el libro del destino que aquí viviera por el resto de sus días como santo.

Se llegó el día de la partida, mi madre me otorgó su bendición pero yo esperaba con ansias la del padre Mendoza. Este me la dio con lágrimas en los ojos y después me subí en el automóvil de Ruperto Landeros pues él al igual que yo, se dirigía a la ciudad de México pero con otra misión totalmente diferente, despachar sus tequilas. Con una pequeña comitiva de gente, el carro se perdió bajo el reflejo del sol una mañana de Agosto.

Me mantuve a través de los años en contacto con el padre Mendoza por medio de cartas, en estas le contaba casi poéticamente como me envolvió con una invisible caricia la biblioteca del seminario, que al momento de cruzar el umbral de la puerta el olor de los libros viejos me hechizó completamente. Tal vez por esa razón no abandone nunca el recinto como lo tenía planeado en un principio y mejor me quedé los siguientes años refugiado entre las gruesas paredes de la biblioteca absorbiendo conocimientos a mas no poder. Como posdata a las cartas dirigidas al padre, no olvidaba nunca el agradecerle por haberme inculcado el valor de la lectura y le recordaba que su libro estaba muy bien resguardado en mi alcoba. Por su parte cada mes recibía la contestación tan anhelada; pero como es menester retomar el hilo de la historia principal y no desviarme como lo había estado haciendo, permítanme omitir algunos detalles de vana importancia y comenzaré a narrar lo que verdaderamente los tiene leyendo estas líneas.

No fue sino después de varios años que regrese a mi casa convertido en todo un señor culto y orgulloso de sus raíces, amante de la naturaleza y las costumbres características de los pequeños pueblos, no sucedió hasta entonces que los rumores se convirtieron en una cruda realidad. Hojeando un estropeado diario me di cuenta de lo que las cartas de mi madre me recalcaban con apatía y sopor. Este lo hallé debajo de mi almohada, era una copia del original. Esas palabras pertenecían al padre Manuel, lo leí de inmediato no creyendo la fantástica historia que se narraba, al terminar me dirigí en el acto a la comisaría y me encerré en una celda.

Se cumplían los últimos días de Octubre, los predilectos por la naturaleza para despojarse de sus viejas vestimentas, los pájaros dejan de cantar y las hojas caen de los árboles finamente. El cielo se muestra cansado y agobiado, vaya que prudente es la madre naturaleza y el humano ignorante precoz. La iglesia permanecía en una triste monotonía, la gente dormía en esas horas de sosiego salvo unos pocos velantes de las estrellas y afectuosos del café de talega. Siguiendo su buena costumbre de años ya, el padre Mendoza oraba entre bostezos instintivos y cargado un poco al filo de la soñolencia, las cuentas finales de su rosario. Como razón al sepulcral silencio que imperaba en la casa de Dios se conseguía escuchar el vago susurro de un padre nuestro, esto se complementaba a su vez con los ronquidos de su compañero y amigo Manuel, lo demás no era otra cosa que una calma casi mortuoria. No obstante siempre sucede que a la quietud la sigue su antagónica intranquilidad, al cabo de un rato el viento comenzó a bailar por sus rieles, nadando cual pez de aguas mansas atrapado en remolinos mortales, entonces diminutas ramitas, piedras y demás golpeaban los vitrales en una sinfonía desesperada.

Sin conseguir su deber espiritual el sacerdote se quedó enredado en las mantas del cansancio, dentro del confesionario dormía apacible y de manera infantil. Unos perros ladraron en el exterior del templo, aullando al unísono con la luna infatigable. Y volvió en sí rápidamente. Fue al tocar la cortina que lo escondía y frotándose los ojos que regresó exaltado al suave canapé de terciopelo rojo pues alguien llamaba en el cubículo contiguo pidiendo confesión urgente.

Un hombre golpea fuerte, una mujer lo hace con una elegante delicadeza propia de su esencia femenina y un niño tan solo no tiene manos duras. Esos golpecillos sin lugar a dudas eran de una mujer con manos suaves y uñas bien cuidadas, una dama con dinero. Deseaba quizá limpiar sus faltas, una ovejita buscando el regreso a casa pensó y se reincorporó completamente en sus sentidos, sonrió.

Una respiración brusca y agitada propia de un hombre fornido le obligaron a abandonar su inicial conjetura, efectivamente, se trataba de un hombre que parecía ser victima de una desenfrenada carrera, perseguido, buscado. Aunque esto podía haber asustado al confesor como en realidad sucedió en un principio su vocación celestial de sanador de almas y evangelizador le impedía retroceder a la ayuda de un desdichado como este, si se trataba de alguna fechoría entonces sabiamente le aconsejaría al presunto forajido que hiciera lo correcto; en caso de no ser así, le daría la bendición.
Pecador: Disculpe por la hora padre, pero temo que un minuto mas y hubiera sido demasiado tarde para mí, en mis entrañas cargo un dolor que me quema, una agonía me sigue cual sombra a la luz del día.

Confesor: No debes preocuparte criatura que para apagar tu fuego nos ha puesto Dios Nuestro Señor frente a frente.

Pecador: He oído sin fin de historias para con su persona y por tal motivo vengo a ofrecerle en confesión mis pesares, confiando en que obtendré cuando acabe, la misericordia del todopoderoso.

Confesor: Anda, calla y calma; escucha, lo has sabido bien y no hay mayor compasión que la que tiene Dios hasta por el ser vivo mas insignificante de su creación, sus hijos, los seres humanos gozamos de su perdón y si en realidad sientes estar arrepentido de las faltas cometidas, ten confianza de que sus brazos te acogerán de nuevo en sus amorosas filas de la salvación.

Pecador: Como se habrá dado cuenta por el tono de voz no pertenezco a este pueblo, de paso es que me encuentro en Ayotl; debido a la respiración tan acelerada es realmente importante lo que tengo que contarle, le pido me escuche atentamente. Como única herencia de mi padre recibí un cuchillo muy bonito mismo que fue atrofiándose al paso del tiempo al punto de verse horripilante. Siendo este el único recuerdo de mi fallecido progenitor no sentía deseos de deshacerme de él y lo conservé. Era estúpido, temía a la gente, no sabía trabajar nunca lo había hecho. Solía vivir en los montes y me convertí en domador de serpientes, amigo de las piedras y conocedor de la hierva mala. Una mañana desperté dándome cuenta que el hambre y la pobreza me cegaron cruelmente; si, por mi cabeza rondó la idea de cortarme el cuello con el cuchillo. ¡Padre! No tiene la mas remota idea de cuantas horas desee desangrarme, esta vida no es mas que una abominación tan bien creada por nuestros antepasados y como tales traté de vivir, de las hiervas y animales rastreros, sin oro con pesadumbre. Pero después de todo me di cuenta que vivir así es buscar lentamente la muerte. ¿es pecado abandonar la vida sin siquiera tenerla?

Confesor: ¿No te sobreviven hermanos, madre, pariente alguno?, ellos podrían enseñarte alguna labor, puedes trabajar y ganar dinero. Incluso podría yo aquí...

Pecador: Soy de sangre indígena pura, mis ideales difieren de los del hombre blanco, no se preocupe ya que de haberme quitado la vida, entonces no estuviera cruzando como ahora lo hago palabra alguna con usted, ¿no cree? Mi historia es muy diferente, las ideas de morir se desvanecieron al instante. Me sentí de pronto culebra arrastrándome por la caliente tierra del desierto pues oía no muy lejos de allí unas pisadas humanas. Usted sabrá historia y todo eso, conoce me imagino los ritos religiosos del pueblo indígena antes de haber sido erradicado por los tules españoles. Así pues con cuchillo entre mis dientes me abalance sobre un pobre cristiano y lo asesine, le arranque el corazón siguiendo una antigua tradición. Proseguí ya saciado de la ira dejarlo bajo el sol para que su cuerpo se pudriese y los zopilotes se dieran un festín. Por su apariencia le puedo asegurar que era uno de los suyos.

Confesor: Claro, un hombre blanco, fiel cristiano.
Pecador: no, un padrecito.

No entendía nada, ante las palabras tan perturbadoras y la poca inteligencia del hombre que acababa de escuchar, el padre permaneció estupefacto en su asiento tratando de atar cabos y concebir lo que la voz le contaba. La confesión resultaba impresionante y hasta cierto punto fantástica. Por dentro solamente había cabida para dos palabras, ¡Santo Dios!.

Pecador: ¿padre, sigue allí? Todavía no acabo de relatarle mi historia. Dos días después de haberlo matado y robado unos pocos centavitos, mi plan era bajar al pueblo y comprar una botella de licor. No la compre, la tomé prestada de una tienda; con el cortante líquido esperaba borrar la fechoría y resultó mientras duró la borrachera, lo olvidé todo. Desgraciadamente al día siguiente volvió la culpa a perseguirme hasta esta noche, corrí, brinqué, me escondí y con su puerta me topé.

Confesor: Mal muy mal, en verdad ofendiste al cielo con tus actos, estas conciente de que no eres católico y por lo visto acoges esa doctrina o es por lo menos lo que parece que haces, te puedo casi jurar que no estas bautizado y sin embargo, vienes a refugiarte en las manos de Dios; si todo fuera como eso el mundo estaría mucho mejor de cómo está hoy en día. Si estás arrepentido y realmente deseas el perdón, te ruego entregarte a las autoridades, eso es lo que Dios te pide, anda haz lo correcto y serás absuelto; ya a Dios se le han borrado tus pecados, yo te he perdonado de igual forma solo falta que cumplas con la penitencia que se te ha puesto esta noche.

Pecador: lo siento padre, lo siento mucho; le he mentido en todo lo que he dicho anteriormente, mi argumento es en verdad absurdo sin fundamento o razón. Le ruego disculpas; tengo miedo por lo que está aconteciendo allá afuera, escuche atentamente por favor lo que realmente me trajo corriendo a sus pies de manera desesperada y violenta a despertarlo de su rico sueño.

El corazón del padre Mendoza dejó de dar esos pujantes latidos propios de los nervios. Gozaba de buena salud, aún así esperaba un relato parecido al anterior. Los escalofríos recorrieron su cuerpo por segunda vez, se afianzaba al pequeño rosario con una fervorosa pasión resbalándosele de los dedos debido al sudor que expulsaba de estos.

Pecador: Con su permiso tomaré la palabra que muero de ansias. Se trata de mi patrón, él no sabe que estoy en su iglesia pero tal vez para estas horas ya tenga una noción de que he venido, es muy sabio, entrado en años y de figura triste. No tengo idea de cual pueda ser su edad exacta, nadie lo sabe. Puede que lo conozca o lo haya visto alguna vez. Tiene inmensas riquezas, ranchos, caballos y bastantes criados a su servicio. Nunca sale de la hacienda durante el día, lo hace por las noches montado en un bello caballo blanco. Ha de ser grande su pesar, no cruza palabra con nadie al abandonar sus dominios, solo cabalga por las llanuras y sabrá Dios a que hora regrese de su peregrinar nocturno. Fue mi patrón cuyo nombre no me es beneficioso nombrar quien me salvo de la muerte muchos años ha, curó mis heridas, sanó mi desconsuelo y me otorgo la dicha de cambiar la perspectiva de la vida; por eso me siento obligado a abogar por él ahora y siempre aún si prescindiera de mis servicios.

Confesor: No veo razón por la que no pueda tu patrón venir personalmente a confesarse si es lo que quiere, no es propio mandar mensajeros y lavarse así las manos; por lo poco que me cuentas me viene a la cabeza un gran dolor; claro que puedo ayudarlo y lo haré, dime como puedo hacer para visitarlo; por que paraje será mas conveniente llegar a su rancho, que hora es la mejor para acudir en visita. Hablaré con él y no vaciles que volverá todo a la normalidad pues no me vanaglorio y me jacto de tener ciertos conocimientos de sicología, que ha esto me dedico.

Pecador: nunca he dicho a usted que desee confesarse, no lo necesita. Se le ha prohibido poner pie en cualquier recinto religioso, no profesa la misma Fe. Si, está arropado con la manta de la depresión y será duro despojarlo así como así de su coraza. Tampoco tendrá usted la oportunidad de visitar sus tierras, preguntaba sobre el camino menos peligroso para asistirle. Los dominios del patrón son vastos e inseguros, literalmente perecería buscando tan solo un indicio de su tierra, si insiste en ello no busque que él verá los medios de encontrarlo y recogerlo acaso pasando una fugaz señal de su existencia. Quiero su consejo y nada mas.

Confesor: hijito, verdad de Dios que no te entiendo nada de lo que dices. Vienes hasta acá para hablar de tu patrón que necesita ayuda pero a la vez resultaría imposible ayudarlo, razonaremos que estamos sentados y listos para hacerlo. Consejo pides y consejo te daré, no calles.

Pecador: Se fraguó en épocas inmemorables incluso antes de que muchos dieran sus primeros pasos, una batalla sin igual. De esta guerra no se habla en los libros de historia, no hubo bandos neutrales y fue una lucha no obstante sin violencia, por el poder. Una sola gota de sangre no manchó los vados del jardín escenario de la pelea. El patrón fungió como comandante y líder absoluto de las hordas revolucionarias, nombrado rebelde y fue derrotado sin tregua ni para él ni para sus aliados. Antes el favorito de su dueño, afectuoso de la buena vida y la riqueza. Malamente cuestionó el poderío de quien le daba de comer y soñaba con ser igual a su protector. No dudaba de su talento e inteligencia, agraciado en el arte de la conversación conjunto un puñado de compañeros que le siguieron ciegamente en la conquista de sus derechos. El tirano se rió de la pequeña revuelta que se desarrollaba en su tierra, tenía los ojos ocupados en asuntos de mayor trascendencia pues estaba a punto de ser padre y como todo progenitor debía velar por los hijos que estaba por ver nacer. Entonces el manojo de hombres enojados se multiplicó, muchos vieron una amenaza el nuevo papel del amo y hasta celos irrumpieron causados por los nuevos usurpadores. El reto se lanzó con fuerza estridente, el cielo tronó, la tierra tembló, los mares se enloquecieron; dos bandos lucharon y uno venció. Si, mi patrón y su gente fueron humillados, les hicieron comer estiércol fresco, los torturaron y los desterraron para siempre del paraíso donde vivían tan en paz. Su nombre prohibido quedó, su rostro fue desfigurado, ese que una vez era la envidia de los demás brillaba cual lucero en la noche quedó destrozado y enfermo. Juró sin embargo que formaría un gran ejército y al pie de la montaña vencería a ese que alguna vez amó y sigue llorando su ausencia.

Confesor: Creí que no tenías noción del pesar que aquejaba a tu desgraciado amo, ¡por Dios, no lo puedo creer!, tu patrón no puede ser otro que... ¡todo es una mentira!

Pecador: ¡por favor!, estoy cansado, ha sido una noche rara y larga, han habido mentiras y verdades en esta canasta de cuentos los cuales a usted le toca desenredar y sacar sus conclusiones. No perdamos el tiempo conversando, usted ya no tiene misión que cumplir se le ha liberado del yugo, ahora se unirá al ejercito de mi amo.

El cura Manríquez dejó la escoba con la que barría el piso de la iglesia bastante le extrañó un confuso monólogo que sostenía su superior, balbuceando absurdas palabras como hablando sin darse cuenta de lo que decía. La cortinilla se hallaba corrida dejando ver la figura del padre Mendoza apretujando un rosario de piedras pintado de color rojo. Como no había luz en el interior del cubículo Manuel acercó una de las veladoras ofrecidas a la virgencita mientras tanto en el lugar circulaban esas frases tan poco elocuentes para una persona de la inteligencia de quien las pronunciaba. El padre Mendoza dormía despierto como se dice por aquellos lares. Estaba con los ojos abiertos pero dormido a la vez y temblaba un poco. un instinto le hizo volver la mirada a la puerta principal del recinto, esta se hallaba abierta de par en par.

El padre Manuel escribió en su diario el monólogo que sostuvo el padre Mendoza consigo mismo quien no pudo regresar de su estado letárgico nunca más, los habitantes de Ayotl dicen haber visto un diablero o nahual corriendo por las calles bajo la figura de un coyote de gran tamaño, brujo burlón y mentiroso; le atribuyeron tan infernal descripción por que muchos dicen haberle oído una espantosa carcajada mientras desaparecía; al enterarse de lo sucedido al padre Mendoza la gente empezó a inventar historias fantásticas, decían que el diablo se había confesado en la iglesia de San Francisco y se había llevado al padrecito.

Cuando terminé de leer las páginas del libretito me dirigí a la comisaría donde estaba retenido mi amigo; el nuevo alguacil me impidió la entrada un rato, no me conocía ya que tenía poco tiempo en el poder sin embargo, al cabo de un rato me dejó entrar a la celda. Bajo mi brazo llevaba el libro que con tanto ahínco le había prometido cuidar y regresar a sus manos el día que me marché, era irónico como lo había dejado como santo y esa mañana me miraba un loco retraído. Regresé todas las mañanas para llevarle una jarra de jugo de guayaba que tanto le gustaba y leerle un poco, me convertí en su compañero de celda hasta que lo mandaron a la Ciudad de México para depositarlo en un monasterio donde pasaría sus últimos días. Ya nadie recuerda al rechoncho y cómico personaje que llegó una noche de fiesta para cambiarnos la vida, nadie habla de los esfuerzos que hizo por el progreso de nuestro pueblo ese sacerdote bonachón, a Francisco Mendoza del Rey ni uno solo de los habitantes de Ayotl le inspira siquiera un suspiro de melancolía, ni siquiera quien fuera su discípulo le nombra en las misas dominicales. Se perdió en las páginas de un diario que ahora circula como cuento en los círculos populares, su nombre se borró de los mosaicos del destino pero su leyenda se difundió a miles de kilómetros de este perdido paraje, yo aún le dedico una oración cada que mi memoria me da permiso de remontarme a mis años mozos. Pido por su alma y que Dios lo haya recogido en su gloria, no faltará mucho para que lo pueda ver de nuevo pero a la vez me da miedo no encontrarlo halla a donde iré en mi próxima vida.

L. G. S.
Datos del Cuento
  • Autor: Gelain
  • Código: 11690
  • Fecha: 11-11-2004
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.99
  • Votos: 91
  • Envios: 5
  • Lecturas: 5921
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
DENISSA boken
invitado-DENISSA boken 12-11-2004 00:00:00

esto es un consejo importante ya que la vista se cansa,ademas de que por ejemplo,en los periodicos la tactica que usan los editores para que la gente lea toda la informacion es hacer 2 columnas.En caso de poner un cuento asi entero como el tuyo puede ocasionar que aunque la historia sea buena el lector pierda las ganas de terminar de leer

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