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UNA TARDE EN EL LAGO

Estaba allí, con sus vaqueros, sus mangas muy rojas saliendo por debajo de la camiseta blanca, sus pelos rubios caían sobre los hombros y su ojos de color habano le sonreían cálidamente, al igual que su boca…
Detrás, el otoño la enmarcaba con sus hojas amarillas y rojas, tan rojas como las mangas de su pulóver y a lo lejos, más allá del lago se veían enormes pinos que formaban una trama que cerraba el horizonte.

Estaba apoyada en la barandilla, en el borde de la terraza donde él estaba sentado. La vio y no pudo dejar de levantarse.
Quién eres, bella dama? le preguntó, consciente de que no pasaría de los once o doce años. A sus quince, la veía como una niña, pero era tan hermosa que no le importaba.
Soy Dianita, le contestó ella, sin molestarse.
Donde vivís? Volvió a preguntar.
--Aquí cerca, con mis padres. Hoy vinimos de excursión para remar en el lago.
Yo remo muy bien, dijo él , puedo llevarte.
Dianita puso cara de extrañeza. No podía ir con un desconocido, y menos con ese aspecto de adolescente rebelde, con un aro en la oreja, unos vaqueros algo raídos y la camiseta negra con una calavera. Imposible, era imposible.
Bueno, vamos, contestó, sin siquiera darse cuenta.
Y juntos, de la mano, fueron corriendo hacia los botes. Dianita ni pensó en sus padres que habían ido un momento a buscar coca-colas, Fue decidida, dispuesta a dar un paseo por el lago con su inesperado amigo.
Ni le pregunté su nombre pensó ella, pero tampoco lo hizo en ese momento. Le gustaba dejarse llevar por ese desconocido…
Subieron al bote, él se puso a remar fuerte, avanzando rápidamente viendo como una cortina a su izquierda, los robles vistiendo el otoño con sus hojas doradas. Y del otro lado, la inmensidad del lago y al fondo los pinos oscuros, altos, verdes, contrastando con el otro paisaje. Dianita estaba encantada, nunca iba tan rápido con sus padres. Así siguieron durante un rato muy largo, cada vez el lago era más ancho, ya parecía un mar, no había más robles ni pinos, el paisaje empezaba a ser más desértico, la luz era de color plateado, el agua totalmente calma, sin patos, ni peces, ni ningún animal viviente que se asomara. El cielo se puso de color rojizo, aunque ella pensó que no podía ser, que era de mañana. Sin embargo se veía el sol cerca del horizonte, el cielo comenzaba por el otro lado a oscurecer. Dianita se inquietó. Volvamos, le dijo a su amigo.
Dianita, no se dónde estamos, le contestó él. Siempre vengo a remar, pero hoy todo está diferente. Nunca llegué a este sitio antes.
Dianita se preocupó. Vamos, tenemos que volver, me estarán esperando mis padres. En ese momento recordó todo. Su madre yendo a buscar la bebida, su padre diciendo: Esperános acá, no te muevas. Y se preocupó. Quiso llorar, pero su orgullo era muy fuerte, mucho más que su miedo, y simplemente calló, no sin antes volver a decir: tenemos que volver enseguida.
¿Cómo te llamás? Le preguntó por fin. No me llamo, le contestó, no tengo nombre.
¿Cómo te llaman tus padres? No tengo padres, contestó él. Vivo por aquí, entre las piedras, en los árboles, en el lago. No tengo casa.
Dianita lo escuchaba y no le creía, sentía que se estaba burlando.
Te llamaré Juan sin casa, ese será tu nombre.
Y Juan sin casa siguió remando, buscando donde parar, cuando vieron una isla en medio del lago, una isla sin árboles pero con grandes piedras.
Allí podremos subir y mirar donde estamos, dijo él.
Dianita vio que no podían hacer otra cosa y estuvo de acuerdo.. Llegaron a la orilla, dejaron el bote sobre la arena de la playa que bordeaba la isla hasta donde alcanzaba la vista, y comenzaron a caminar hacia la roca más alta.
Allí llegaron después de un rato, muy largo. Desde la orilla parecía estar más cerca, no imaginó que tendrían que andar tanto para alcanzarla.
No se podía subir, su superficie era lisa y muy escarpada. Pero había una gran boca, que con seguridad era la puerta de una gruta donde podrían pasar la noche.
Entraron a un gran espacio, se sentía el silbido del viento en su interior, como si fuera un instrumento musical, se tomaron de la mano para no perderse uno del otro, y comenzaron a caminar, apoyados en las paredes de la cueva, adentrándose cada vez más, y a medida que ellos avanzaban la cueva se iba abriendo a su paso, pero luego se volvía a cerrar atrás. Siempre estaban en un lugar amplio , pero delante y detrás veían como se alejaba un pasillo angosto, en que parecía que era imposible adentrarse.
Se sentía un aleteo constante y , a veces, veían pasar pequeños bichos oscuros por el aire, que planeaban rozándolos permanentemente, pero que no les hacían daño.
No tenían luz, no tenían idea a dónde podría llevarlos ese camino, pero seguían adelante, siempre de la mano, mudos, mirando todo a su alrededor, pero sin ver casi nada, era todo negro, las paredes de la roca, el suelo , lo bichos que volaban…sólo ellos tenían color en sus pelos, en su ropa, el mismo color que cuando se habían encontrado.
Siguieron avanzando y ahora cada vez se hacía más estrecho el camino, ya no se formaba una amplia estancia donde ellos estaban, era un túnel continuo ,algo más alto que ellos y donde podían pasar de a uno, Caminaban medio de costado sin dejar de apretarse fuertemente la mano.
Diana estaba realmente asustada. Pensaba en la baranda de la terraza donde estaba apoyada cuando la vio Juan sin nombre, en el lago , en los árboles que la cubrían con sus hojas doradas, en sus padres que vaya a saber dónde estaban ahora…
Siguieron andando, cada vez se hacía más y más estrecho, ya le daba miedo seguir adelante. Juan sin casa, no sigamos, dijo, tenemos que volver
No se pude, mirá para atrás. Y ella miró y vió que atrás no había nada, una pared que se iba cerrando permanentemente, a medida que avanzaban.
Ya casi no cabían , y en un momento, en que Juan sin nombre que iba adelante soltó su mano vio como desaparecía y quedaba sola , atrapada entre los lados de la roca.
En ese momento sintió un grito :¡ Diana! ¡Cuidado!, Era la voz de su madre que decía : ¡No te caigas!
Dianita miró con los ojos muy abiertos, la luz le bañó la cara, se vió apoyada en la barandilla, con su cuerpo hacia fuera, a punto de caer al agua. Y su madre que le decía: ¡Cómo podés quedarte así, dormida, parada, casi te caés al agua!
Allí estaban sus padres, con las coca-colas en la mano y cara de qué niña inconsciente, mirá que dormirse de pie, contra la barandilla de la terraza….
Dianita se dio cuenta, corrió a pellizcar a sus padres, se colgó de su cuello, tenía que saber si esto era cierto o, en cambio, esto era un sueño…

Miriam Chepsy
27/11/2004



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Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
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