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Udayan. Cuentos de piratas

~~Lejos de aquí y lejos de allá; justo a la mitad, en el ombligo del mundo, fueron a parar más de una docena de piratas que llevaban muchas semanas  a la  deriva; arribaron a una enorme isla donde encontraron refugio del océano y se dejaron caer en las suaves arenas para descansar; no habían pasado ni un par de horas cuando numerosos chillidos sacaron de su sueño a los piratas; a la orilla de la playa, dos enormes tiburones de piel plateada emergían a toda velocidad devorando todo cuanto estuviera a su paso, pero lo que buscaban con más empeño eran los nidos donde descansaban cientos de huevos de tortugas. Aquella batalla era injusta, ni siquiera las tortugas adultas se podían defender ante los letales colmillos de sus enemigos, en pocos minutos la playa quedó en silencio, como si nada hubiera ocurrido; a lo lejos sólo se distinguían unas cuantas sombras tiradas en la arena, eran tortugas heridas que habían peleado con fuerza en su afán de defender sus preciados bebés, atónitos, los piratas que aún asustados se encontraban en la playa, se acercaron a las tortugas, las ayudaron, y con lo poco que tenían las curaron; entre aquellas valientes había una que era enorme, de caparazón azulado y piel gris verdosa y agrietada, se podía ver que no era su primera batalla y al mirarla a los ojos se podía ver que el paso del tiempo se los había hecho sabios y profundos, como los inmensos abismos que siembran el fondo de los océanos.

La luna llena brillaba majestuosa en lo alto del cielo, y el silencio sólo era interrumpido por el chisporrotente sonido de la fogata que habían encendido los piratas mientras se disponían a comer lo que aquella isla les ofrecía, de repente, una voz profunda se hizo escuchar en todo el lugar, parecía un cántico, era dulce y hermoso, pero triste, muy triste. Los piratas se miraron unos a otros, sorprendidos, en silencio, y sin saber exactamente porqué, comenzaron a llorar; el capitán, sobreponiéndose a tan fuerte emoción, se acercó a la enorme tortuga, quien emitía ese sonido.

–          No llores tortuga –decía el capitán– sé que deben dolerte mucho tus heridas, pero vas a sanar.

–          No es por éso que lloro –explicó la tortuga–

–          ¡Puedes hablar!

–          Así es, he vivido mucho tiempo y he aprendido el lenguaje de los hombres, te agradezco el que nos hayas salvado.

 

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