Dejaban entrar faltando poco, se había corrido la voz. Para nosotros era una novedad, nunca habíamos visto una cancha de primera completa, siempre en retazos a través de transparentes o portones.
-¡Dale, dale que ya abrieron el portón! ¡metele!
Arrancamos a correr, ansiosos por entrar a la cancha a ver las últimas jugadas, el corazoncito a todo trapo. El portón de par en par nos parecía mentira y de pronto ya estábamos dentro. La gente de pie, todos estaban de pie, muchos gritaban, crispados, todas las miradas estaban en esos pocos metros cuadrado donde se agolpaban casi todos los jugadores. La última pelota del partido se daba sobre este arco. Mejor imposible. Un poco a los empujones llegamos contra el tejido de alambre.
-¡Oiga Don! ¿cómo van?
-Do a do, respondió un veterano sin siquiera mirarnos
-¿Cuánto falta?
-Ya termina. El veterano se frotó las manos.
Y a unos tres metros la gran boca del arco, su tensa red, el golero, las manazas desnudas y moradas que no paraba de animar e increpar a sus compañeros.
-¡Casita!...¡Casita!...¡Casita!....¡paradito aquí, paradito aquí!
El flaco Radichi estiraba su brazo derecho y el largo índice señalando el poste, que ahora quedaba a un escaso metro de su espalda. Casanova, tan enjuto como él pero bastante más pequeño, se secaba la frente con el antebrazo izquierdo mientras la mano derecha se apoyaba en la cintura. El pequeño marcador de punta estaba extenuado y cubierto de barro, pero su mirada era brillante mientras preparaba su último esfuerzo en el partido.
-¡Clímaco! ¡Arriba con Romerito!...¡vamo, vamo che!
indicaba Radichi al zaguero central que controlara al número nueve rival, mientras levantaba su panataloncito gris hasta la altura del ombligo, los largos y blancos muslos bien al descubierto. Ese era su automatismo en los corners.
-¡Estebita!...¡venite pa´cá!.....
El ademán era ahora con todo el larguísimo brazo izquierdo, imperioso, queriendo traer al área chica aquel negro gigante, que era una garantía cabeceando.
-¡Uno a uno che!...¡vamo la viola!
Los hombres de arremolinaban en el área, se empujaban y querían ganar las posiciones,
El puntero contrario acomodó la pelota, empapada, pesada. El puntapié se oyó como un retumbo y la pelota se elevó hacia el área chica. Entonces se oyó el tremendo vozarrón de Clímaco
-¡Arriba flaco!
Y el flaco Radichi hizo su corta carrera y se elevó hacia la pelota, la pierna derecha recogida, los puños cerrados, los ojos bien abiertos, por arriba todo el flaco estirado era invencible en los corners. Pero no sé bien si alguien lo tocó, o la pelota cambió bruscamente de dirección, o se molestó con Estebita, lo cierto es que la pelota siguió y el hábil Romerito unos metros detrás cabeceó solo tirándose hacia adelante, Clímaco confió en el flaco y descuidó al nueve, la pelota vino hacia mí, acompañada por un grito de gol, entonces sentí el golpe seco contra la arista del travesaño que hizo saltar el agua de las piolas, la pelota rebotó sobre la línea de gol o lo que quedaba de ella y entonces allí, casi junto a mi nariz fría, mojada, el Casita del cuerpo exhausto y desgarbado ensayó la más hermosa chilena que ví en mi vida con la que restó esa última pelotaaallá lejos donde se junto con el postrer silbido del juez
Te felicito por este texto. Consigue el ambiente pretendido con una narrativa eficaz en todo momento. Es expresivo. Está muy bien. A seguir, colega. Un saludo.