Por norma general hablaba de modo cifrado y nunca mi inteligencia llegó a vislumbrar siquiera el mensaje de sus palabras; tan sólo ahora intuyo la profundidad de aquel hombre y la densidad de sus ideas, que crece exponencialmente al imaginarlo en globalidad, y en parte es porque ya se fue.
Hay veces en que realmente no sé si congratularme o lamentarme de ser el único conocedor de su existencia, pero por fin hoy, tras varios años de reflexión - desde el justo momento en que murió - me he decidido a sacarlo a la luz, no sin antes haceros saber de los innumerables tormentos que desde su tumba me han sido impuestos; todo este tiempo, todo este peregrinaje ha sido un calvario para mí, pues yo soy el culpable de su anonimato. Ahora ya soy viejo y por fin hablaré, no porque ningún trabajado y profundo razonamiento me lleve a ello, sino por azares y ansiedades de viejo; lo cierto es que éste fue el hombre más importante que jamás haya pisado la tierra... y yo lo conocí... ¡y se ha esfumado! A decir verdad era un sabio; más que eso, él era el saber, y sus ideas eran tan numerosas como geniales; creo que no me equivoco si digo que fue el mejor filósofo, el mejor pensador y el más humilde y equilibrado: novelas, ensayos, humanística, poesía, cuentos, astrología, ciencia, cabalística, antropología, historia, filología..., en todas las materias superaba a los especialistas, y lo mejor era su comprensión armoniosa de todas y cada una de las disciplinas desbordando en un nuevo saber divino, y sin ningún género de dudas la humanidad hoy se regiría por otros designios de haber sido público este hombre, ¡pero no fue así! Tuvo que ser injustamente mortal este redentor y nos dejó hace ya tiempo como si nada hubiese sucedido. Pero eso no es del todo cierto, pues a mí me dejó en este estado. Sólo yo ahora puedo llorar por lo que dejé marchar y en lo profundo sé que soy el culpable..., pero por fin hoy me atrevo a hacerlo público aunque todos se rían de mí y me odien, pues tan sólo guardo de él una obra: un cuento de juventud, el más sencillo e intrascendente. Yo también me odio por eso; tan sólo unas líneas y me atrevo a presentarlo cuando yo dejé desaparecer toda su obra, vasta hasta infinito. Cada vez que pienso que esta pérdida es irreparable a causa mía me destruyo más, y aunque en incontables ocasiones me he reído grotescamente de mí por intentar mostrar esto ahora, he llegado a la conclusión de que debo publicarlo, con la vana esperanza de que pueda servir de germen para el futuro, pues aunque tan sólo se trata de un cuento baladí, su poder está en él, aunque en realidad lo hago unicamente como un intento pueril de redención y sé que sólo servirá para sellar mi tormento. El cuento dice así:
"Érase que se interpretó en las estrellas que hubo una vez un hombre infortunado que vivió en un tiempo infortunado. Su desgracia fue conocer al más grande hombre que habitó jamás la tierra, pero esto tan sólo lo supo cuando ya todo había pasado. Su saber era incalculable y sólo comparable con su obra. Otras estrellas dijeron que estaba predestinado a cambiar el mundo y al género humano, pero la luna bañó a estas dos personas de tal gracia que el profeta desapareció de una vez por todas y él quedó sumido en el desamparo y la confusión, atrapado por siniestras reflexiones, tal y como se tendría que quedar el mundo sin su conocimiento, ya que su descomunal e iluminadora obra desapareció para siempre y él no pudo rescatar nada a pesar de haberlo tocado y leído todo. Aun así, pudo salvar un pequeño cuento, el menos trascendental de todos, y tras duras cavilaciones se decidió a hacerlo público más por calmar su ansiedad que por deber moral. El escrito hablaba de la desgracia de un hombre que vio lo perfecto que podría haver sido el género humano y de cómo por su despreocupación y holgazanería, características diametralmente opuestas al sabio creador, se condenó a quedar sumido en lo que es. Lamentablemente éste es el único legado que quedó de aquella gran figura de la humanística, ya ven que ni siquiera recordó literalmente las últimas líneas"
En realidad entiendo que el resto de la humanidad se burle de mí al transcribir estas líneas, pero cada vez que intuyo dónde podríamos haber llegado de no haber sido por mi dejadez me estremezco, pues yo soy la culpa. Directa y plenamente es culpa mía. A veces, en secrto, cuando el insomnio me da una tregua, odio al profeta en sueños y el día en que lo conocí, pues a mí tan sólo me ha traído penalidades. Lamentablemente este pequeño relato que he podido rescatar, insignificante a todas luces, es todo su legado y por lo tanto toda su noticia. Ni siquiera sé bien si escribió así las últimas líneas del cuento, de modo que las completé con mi pobre imaginación; pero si esas acaso fueron sus últimas líneas, por lo tanto también éstas serán las mías.