Cada día pienso más en aquel hombre al que yo era capaz de entregar mi vida. Su nombre es Agustín. Él era un amor no corespondido a causa de la diferrencia de edad que había entre nosotros y el desacuerdo de mi familia. Recuerdo que nos descubrió una amiga de mi familia y la causa dio pie al dolor. No me importaba nada, ya no hacía mis deberes. Él era el único que comprendía mis sentimientos y mi forma de pensar.
Mi familia no quería que estemos juntos y a causa de eso mis padres no me dejaban sali, ni siquiera con mis amigos, y perdían cada día más la confianza en mí. A pesar de escuchar las malas opiniones, yo seguía con él. Nada ni nadie nos iba a separar. Como mi familia pensaba que no nos veíamos más cada vez que nos encontrábamos teníamos que ocultarnos y así tratar de no ser descubiertos.
Una tarde de lluvia me enteré, entre truenos y relámpagos, de algo inexplicable. Supe que me había dejado. Él había desaparecido en la oscuridad de esa tarde furiosa dejando mi alma dolorida. Lo amaba con desesperación pues era único. Después de sus largos días de partida, el abrió la puerta. Atravesó mi alma con su mirada impactante. Yo buscaba en sus cálidos ojos verdes la verdad de aquel abandono que dejó a mi corazón en pura tristeza. En ese cuarto silencioso los dos parecíamos confundidos, envueltos por el aroma a jazmines. Él, como hombre, pronunció la primera palabra, yo decendí del dolor a la furia.
Me sentía destruida por la decición de aquel hombre que fue tan importante en mi vida. Estaba destrozada, no podía creer que me había abandonado por otra mujer que conoció en sus días de desaparición. No podía entender cómo esa persona que yo amaba tanto no podía sentir lo mismo por mi. Luego de haberme explicado que ya no me quería y dejando dolorida mi alma joven, me dirigió una última mirada. Yo se la devolví, me quedé con la hermosa imagen de sus ojos verdes y su cara de ángel. Luego se despidió y se alejó para siempre de mi vida.
Lo que sucedió ese 18 de junio fue la causa de mi suicidio.