EL INOLVIDABLE VIAJE DE 71 KMS.
Siempre será un evento extraordinario viajar a la capital del país para un niño de 4 años. Era el mes de mayo de 1,953. El papá dispuso que Andresito le acompañara en ese su viaje a comprar materiales para su taller de carpintería. Prepararon muy bien el viaje. La mamá le incluyó una mudada de ropa extra por si acaso se necesitaba. Andresito estaba emocionadísimo. De entre los 3 hermanos, el escogido fue él. Había un motivo especial, claro está. Debía cambiarse una etiqueta de chicles Póker, por un premio.
Llegó el día escogido. Domingo a las 4 de la tarde. El autobús salía de la casa de don Miguel Ángel Duarte (el dueño del transporte), para un recorrido de 800 metros hacia la terminal donde abordaba la mayor parte de pasajeros. En aquel tiempo todos los buses tenían nombre y les tocó viajar en la camioneta llamada MARIA DEL ROSARIO.
Encendieron el motor y allá van, pero… habían recorrido 200 metros cuando la camioneta sufrió un cortocircuito y se incendió. Salieron tosiendo mucho por el humo y atropellándose para ponerse a salvo. Todos ayudaron y con lodo dejaron embarrada y chamuscada a la María del Rosario. El dueño dispuso que hiciera el viaje la camioneta OLGA SANMARTINECA, solo había que esperar que todos se calmaran. Reiniciaron el viaje a las 5 y media y el chofer era Mollete (su apodo era Modesto, o al revés).
Los sillones eran muy duros y la carrocería de madera, pero se sen-tían muy seguros en este autobús, pero… después de recorrer 7 ki-lómetros, Mollete gritó: __¡¡Agárrense porque miren!!__ Y levantó el timón con ambas manos, porque se había desprendido. El papá de Andresito lo abrazó con fuerza hasta que la Olga Sanmartineca chocó con un viejo roble y se detuvo. No hubo heridos porque en aquel tiempo la velocidad era bastante reducida por la capacidad de los motores y las malas condiciones de las carreteras.
Pasado el susto, Mollete dijo que enviaba a su ayudante a dar el aviso y que resolvieran llegar a traerlos o enviarlos en otro autobús. Todo era nuevo para Andresito. Por ejemplo el espectáculo de seguir con la mirada el vuelo de las luciérnagas que se apagaban y se encendían, les envolvía un canto de grillos y los susurros de los pai-sanitos hablando en lengua kakchiquel. Pronto en la oscuridad del monte donde estaban, empezaron a surgir fogatas y amenas charlas, el ambiente era delicioso. Los indígenas invitaron al papá de Andresito a comer tortillas negritas chalambriadas en las fogatas con trozos del queso que llevaban a negociar. También había café exquisito y por un momento se olvidaron de la situación en que se encontraban.
Todos deseaban continuar su viaje y a las 9 y media se escuchó el ruido de un motor. Era la FLOR SANMARTINECA, que enviaban al rescate. Era un autobús elegante, de color blanco con verde. Su conductor, el yoyo, de apodo don Óscar Ávalos (o al revés).
Subieron el equipaje (la mayor parte con cajones con quesos, que ya pesaban menos), se acomodaron y por el cansancio, algunos se durmieron. A la media hora de rodar sobre la Sierra Madre, el chofer comunica a los pasajeros que circulará aun más despacio porque las luces principales se apagaban por ratitos y luego se volvían a encender. Entonces ya casi ninguno se durmió. La mayor parte iba rezando para que no se despeñaran en la Cuesta de Los Pocitos. A las 11 de la noche pasaron por Chimaltenango. Faltaban 54 kiló-metros de carretera con camioneta que parecía luciérnaga.
A la una y media de la mañana estaban tocando a la puerta de la casa de la colonia Quinta Samayoa. Abrió la puerta doña Casilda y don Lencho, asombrados de la hora en que llegaron, pues para un viaje de 71 kilómetros habían tardado 9 horas y media.