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Un ataúd me espera

Un ataúd me espera

Cuatro cirios rodeaban el solitario ataúd de madera color gris. Un color gris opaco como el atardecer triste en una noche que precede a un huracán. Dentro del féretro, una persona descansaba por fin del asedio, acecho, repudio, humillaciones y malos tratos de parte de una sociedad ignorante e indolente que siempre la juzgó sin darle la oportunidad de defenderse. Era una víctima más de su pobreza; y no sólo de la pobreza física, la que causa hambre y soledad, sino de la pobreza espiritual de quienes la rodearon. La razón de su muerte: Neumonía, producto de sus bajas defensas por causa del VIH (SIDA), contraído éste por la vida que su sino funesto la obligó a llevar: la prostitución.
En un rincón y sobre un par de sillas, dos ramos florales era el tributo que dejaba ver la realidad de una miseria ofensiva que en ese momento no importaba. Un poco más allá, una madre lloraba intensamente por la separación de dos seres, Rosario, la difunta y su hijo Ramón, también contagiado de la misma enfermedad que llevó a su madre a la tumba, misma que quizá, lamentablemente lo llevaría muy pronto también a él, pero que su corta edad no le permitía comprender.
La historia se remonta a los años setentas. Una casucha miserable daba marco al fondo de la cañada. La indigencia y escasez extremas era notoria desde donde se mirara. Sobre el suelo terregoso, un tenderete de madera semejaba algo que pretendía ser una cama. Originalmente fue una tarima que se les obsequió en una fábrica cercana, y que la habilidad de la necesidad, la convirtieron al final en una cama. En el verano, unos cartones cuyas letras doradas plasmaban paradójicamente al rey Midas, mecidos salvajemente por la mano de una amorosa madre hacían las veces de abanico, para alejar a los molestos mosquitos y que los niños pudieran conciliar un sueño que sólo era eso, sueños; en cambio, en el crudo invierno, unas cobijas roídas por el paso del tiempo, cubrían trabajosamente unos diminutos cuerpos. Al fondo, un montículo formado de ladrillos emulaban un horno, lleno éste de madera y suave fuego calentaban apenas la superficie total que abarcaba el cuartucho de unos cuatro y medio metros cuadrados donde intentaban acoplarse y vivir ocho miembros de la numerosa familia.
El padre, un buen hombre que aun con el gran esfuerzo de su duro trabajo y la madre lavando y planchando ropa ajena ayudaban un poco a la manutención familiar, que no lograban entre ambos el bienestar que deseaban para su progenie.
Así fueron transcurriendo los años, mismos que convirtieron a Rosario, la mayor de las hermanas, en una hermosa mujer. El dinero que se conseguía por sus progenitores no era suficiente para cumplir sus anhelos, entre los cuales estaba el ser una brillante abogada para ayudar a los pobres. Eso precisamente, la precaria situación y la desesperación del hambre fueron lo que finalmente la obligaron a ejercer el oficio más antiguo del mundo.
Como consecuencia lógica de su disipada vida, aunado a la ignorancia del peligro a que estaba expuesta, finalmente contrajo en el ir y venir de la vendimia corporal la terrible enfermedad.
Una vez que todos se enteraron que estaba contagiada y de hecho condenada a morir, la “puritana” sociedad empezó a acosarla y a despreciarla. Fue humillada constantemente y no solamente tenía que cargar con lo que ella consideraba un castigo divino, sino que estoicamente soportó todo con valentía hasta el último día en que tuvo que caer en cama para esperar con paciencia y quizá con impaciencia el alivio de como ella consideraba a la muerte. Sólo decía con la vista perdida en el infinito: un ataúd me espera.
La firme creencia de que jamás pasaremos por tal o cual cosa, nos hace en ocasiones irresponsables, y si a eso le sumamos el desconocimiento, entonces las consecuencias no se dejan esperar.
Por ello, hoy lamentablemente cuatro cirios rodean un solitario ataúd de madera color gris. Un color gris opaco como el atardecer triste en una noche que precede a un huracán. Dentro del féretro, una persona descansaba por fin del asedio, acecho, repudio, humillaciones y…
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
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2 comentarios. Página 1 de 1
Ana Cecilia Cardenas
invitado-Ana Cecilia Cardenas 29-05-2004 00:00:00

Leí con mucha atención tu relato (mismo que no sé si es real o ficticio), y debo confesarte con verdadera honradez, que es de lo mejor que leído con respecto a prevención sobre el SIDA. Me parece que tienes bastante talento. Te felicito. Además todos tus cuentos me parecen perfectos. gracias por deleitarnos. Tu fans No. 1

Jose Luis Mendoza
invitado-Jose Luis Mendoza 29-05-2004 00:00:00

Qué barbaridad, pero es una historia muy triste. Imagino que eres un escribidro semiprofesional, porque dominas muy bien la narrativa. sigue así, felicidades.

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