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Un borracho con tos

La niña, agradablemente estimulada por el viaje en tren, tiraba ansiosamente de la mano de su madre porque tenía apuro por llegar. No le importaba que el destino final fuera el Hospital Ferroviario, donde era llevada regularmente para efectuarle los controles de rutina; como era muy sana no tenía motivos para temerle al médico y siempre significaba un cambio entretenido el espectáculo de la gente amontonada en la sala de espera.
Para su madre, en cambio, era una tarea pesada, con el único solaz de algún encuentro con vecinas del pueblo, con las cuales podía conversar en la antesala del médico. Esto último era frecuente porque casi todos los habitantes de la pequeña población de la cual provenían trabajaban en le ferrocarril y ese era el único hospital del gremio en la zona.
En este caso la conversación comenzó en cuanto salieron de la estación. Una de las mejores amigas de la mamá estaba a punto de tener su cuarto hijo y el médico del pueblo no le merecía mucha confianza así que decidió concurrir al hospital de la ciudad ese mismo día. Tenían mucho de que hablar y no parecieron notar la impaciencia de la niña. De pronto, una figura algo tambaleante las adelantó tosiendo; ambas mujeres lo reconocieron pero esperaron que se alejara lo suficiente como para poder criticarlo sin ser oídas.
-Ahí va el “borrachin” ese, espero que no encuentre un bar antes de llegar al hospital porque es capaz de armar un escándalo en la sala de espera.
-Yo no se como lo aguanta la mujer…Y diga usted que ahora, con la paciencia que les tiene el general Perón, de taller no echan a nadie, sino ya andarían pidiendo limosna…
La conversación continuó mientras caminaban sin apuro hacía el centro asistencial, distante unas pocas cuadras de la estación.
Ya ubicadas en la sala de espera, vieron llegar al personaje que las había precedido pero sin decir ni “buenos días”, se sentó en un rincón y, luego de toser sonoramente durante un rato, se quedó dormido. La única que continuó mirándolo con insistencia fue la niña mientras el resto de la concurrencia reanudaba las conversaciones en voz baja iniciadas antes de la aparición del inestable vecino.
La mañana fue transcurriendo muy lentamente. La nena sentía los párpados pesados y estaba a punto de protagonizar un berrinche cuando el médico la llamó por su nombre. El supuesto alborotador había desaparecido en el momento en que ellas entraron en el consultorio.
El médico revisó a la niña tan infructuosamente como de costumbre y cuando ya estaban a punto de salir escucharon unos gritos. El médico se asomó a la ventana que daba a la calle y la mamá no pudo reprimir su curiosidad y lo imitó.
En las escaleras de la salida principal del hospital estaba sentado el borracho, bebiendo ansiosamente de una botella marrón y, desde la ventana del piso superior, un médico desesperado le gritaba: ¡De a cucharadas, Bibilone, de a cucharadas…!
Pero fue inútil. Para cuando la mujer y su hija bajaron las escaleras para volverse al pueblo, Bibilone dormía plácidamente apoyado en la baranda, sin soltar la botella vacía y sin toser.
Datos del Cuento
  • Categoría: Cómicos
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