siempre le gustó hacer todo bien, pero siempre lo hacía mal. sin embargo, siempre sentía que hacía lo correcto porque miraba los ojos de la gente a quien servía y cada mirada decía lo mismo. "qué buen chico que es". sonreía y iba hacia otra casa a limpiar las ventanas, o barrer la entrada de las casas, cuidar a los perros, cosas que no eran importante pero que él, haciéndolas, se sentía tan útil y contento. por supuesto que no cobraba, tan solo extendía la mano y le llovían monedas que le alcanzaba para comer y entrar en su casa de latas a descansar y dormir.
nuestro amigo era así. venía con la mañana antes del alba y desparecía con la noche, una vez que las calles se llenaban de sombras y silencio. la gente, como ustedes piensan, sabía que era un tonto, un jovencito de veinte años tonto, pero demasiado bueno para un mundo lleno de eso que cada día vemos, como envidia, dolor, celos, etc.
nuestro amigo no tenía padres. el pueblo había matado a su padre una noche en que por error pensaron que era un brujo, ladrón, o algo feo, como a un animal salvaje. dicen que trabajaba en un circo y que hacía de payaso. todo ocurrió cuando vieron que uno de los caballos del pueblo se perdió, y luego de buscarlo por todos lados, lo encontraron muerto en la orilla de un lago. al lado estaba nuestro amigo el payaso, comiendo los restos del payaso, y, vestido todo de rojo y negro, embadurnado de verde y amarillo. sí, todos pensaron que era un animal y como tal lo trataron. la madre nunca se supo mucho, solo que criaba a su hijo dentro de una cabaña de lata y que salía a las calles de pueblo casi desnuda o llena de barro. no usaba zapatos ni nada elegante. una noche la encontraron desnuda, violada y con el cuello partido. todos pensaron que fueron gente de otro pueblo vecino. sin embargo, al saberse culpables de la muerte del padre de nuestro joven amigo, la enterraron y una anciana se encargó del crío.
la anciana murió y nuestro muchachito, que en esos tiempos contaba con ocho años se dedicó a limpiar la calles. era un chico muy hermoso. alto, fuerte, rubio, ojos azules, cara sonriente. lo mas lindo de aquel muchacho eran sus manos. rosadas y suaves. dedos largos y fuertes pero sin muchos nudillos, parecían haber sido tallados por un artista. en fin, así era nuestro chico hasta que una tarde limpiando el techo de una casa se cayó, golpeándose la cabeza. desde aquel día, hablaba cosas incoherentes y en una lengua extraña. nadie se le acercaba mucho porque no gustaba que lo toquen, pero siempre extendía su bella mano y siempre recogía la culpabilidad de un pueblo inconciente.
una noche en que nuestro joven de veinte años se iba a su casucha, un lobo se le presentó y empezó aullar. al poco rato llegaron mas lobos y todos empezaron a mirarlo como un bocado. nuestro chico se detuvo y con un palo empezó a lanzarlo de un lado a otro. los lobos se le acercaba cada vez mas, mostrando sus afilados dientes y gruñendo todo el infierno que llevaban dentro. de pronto, nuestro amigo vio en uno de los lobos los ojos que viera desde niño. eran los ojos de su madre, sentía. ¡ma.!, dijo, y el lobo calló, luego, todos callaron. ¡ma.!, volvió a gemir. los lobos dejaron de encrespar sus lomos y empezaron a acercarse como si fueran a lamer agua de la orilla del río. y cuando estuvieron al lado del joven, empezaron a lamerle las bellas manos. el chico hizo lo mismo con todos los lobos. los acarició una y otra vez, luego se puso a quitarle los bichos en sus cuerpos. los lobos se dejaban estar, y así pasó toda la noche.
a la mañana siguiente, los lobos habían desaparecido y nuestro chico volvió al pueblo a seguir laborando. aquella vez entró a un Bar y vio que las sillas estaban sucias. un hombre estaba echado, borracho, y cuando el chico estaba ordenando el Bar, el borracho despertó, y lo primero que hizo fue coger una botella y tirársela al joven que justo le cayó sobre su cabeza. felizmente no pedió la razón, pero pudo ver las manos del borracho y le recordó a su padre cuando jugaba con él siendo aún un bebé, y lo que hizo fue gemir: ¡pa.! todos callaron y todos recordaron aquella muerte de aquel pobre payaso. le miraron y vieron su cabeza llena de sangre. el joven se acercó al borracho y con sus bellas manos lo ayudó a caminar hasta llevarlo al río para bañarlo y despertarlo. todo el pueblo lo veía y cuando el borracho recobró la conciencia vio al bello joven ayudándolo a limpiarse. este sonrió y le dijo gracias. se paró y siguió su camino hacia el siguiente pueblo.
todo siguió igual en el pueblo, menos nuestro joven amigo que al haber recordado las fuentes de afecto, lo primero que hizo fue correr por todos lados y con las bellas manos extendidas gritar: ¡ma.!, ¡pa.!
el pueblo callaba, bajaba la cabeza y ante tanta pasada vergüenza, todos, todos, entraron a sus casas, dejando al joven gritando hasta que se hizo de noche. una luz se hizo en el bosque y al ver esto el muchacho, corrió hasta llegar a su fuente. y cuando llegó vio que era el bosque que se estaba quemando. sin dudar un instante fue corriendo hasta coger un pequeño balde para llenando de agua y tratar de apagar el incendio. fue inútil. todo se quemó, incluso el pobre muchacho. lo único que quedó fue un cuerpo casi carbonizado, quedando tan solo un par de manos que aún se movían. estaba aún con vida, y el pueblo al ver esto, cogieron los resto del joven y lo sepultaron casi completo. lo único que guardaron bajo una caja de cristal fueron sus bellas manos rosadas que una que otra vez se movían como pidieron unas cuantas monedas.
san isidro, enero del 2008