El gordo Poli era una montaña. De buenas ancas, ancho en la base, voluminoso abdomen, pechos como para amamantar una tribu y dos manazas aptas para pisar uvas y moler harina.
Tenía cuatro ojos el bestia. Después de engullirse a varios animales, no siempre bien cocidos, porque los ataques de hambre que le sobrevenían lo convertían en un impulsivo comilón, quedaba apilado sobre si mismo como una montaña de sebo. Dormía la siesta.
Dicen que cuando cerraba los ojos naturales, los otros dos los mantenía entrecerrados, expectantes, casi invisibles hundidos en la grasa de su frente.
Todo era estentóreo para él. Su voz era el trueno y sus flatulencias volcanes.
De los cuatro hermanos, él era el más tibio y los mosquitos lo volvían loco, andaba a los zarpazos con los vampirillos. Así fue como se destripó un ojo y al cerrársele la herida, desapareció bajo su gordura.
Hasta aquí muchos sabían de la existencia de Polifemo, el cíclope de un solo ojo. Bueno, ahora sabéis el porqué.
Poned espirales.