Estabámos de viaje, mi padre, mi madre, mi hermano y yo. Salíamos del hotel en ese preciso instante, apenas amanecía.
Mi madre me decía:
- Anda, te regalo un chocolate - mi dulce favorito, el cacao moldeado hasta un punto en el que parecía un regalo celestial al paladar. Trataba de sobornarme para ir al centro comercial, puesto que yo no quería ir porque ya serpia el tercer día seguido al que íbamos de compras, y firmemente le dije:
- No.
-Anda, te regalo un caramelo - así de insistente como es ella, no se deja pasar por encima sin ahcer el intento de hacer a la persona caer.
-No - repetí.
-Bueno, te regalaré entonces algo mejor. - dijo como provocándome, y totalmente interesada en el secreto de aquella profundo mirada, pregunté:
-¿Qué? - y ella me dijo:
-Está justo detrás de ti - volteé de enseguida, fue un reflejo, ni siquiera tuve que pensarlo y me puse a observar con interés lo que tenía detrás, pero no ví nada. Sólo la inmensa y blanca luna llena, imponiéndose hermosa frente a mi mirada. Y pregunté extrañada:
-¿La luna? - ella no dijo nada, sólo me miró con ternura, sonrió de la manera más bella que he visto y asintío dulcemente. Aunque no me lo crean, en ella es inusual ver tan bella sonrisa. Y quede hipnotizada, entonces interrumpió:
-Mi padre me la regaló hace mucho tiempo, cuando yo tenía más o menos tu edad, jugábamos con mis hermanos a ponerle nombre a las estrellas. El ganador se quedaba con la luna, y él siempre ganaba, hasta que un día yo gané, y me dejó qeudarme con la luna. Ahora yo te la quiero regalar a tí, pero eso sí -me advirtío- la tienes que cuidar mucho, quererla, jugar con ella y bañarla, para que se mantenga siempre brillante, pero lo más importante, es que, algún día, se la regales a una persona que quieras mucho.
Me quede pensando, ¿que le podía decir? Sólo dí media vuelta, alejándome de mis familaires y me subí al taxi que nos llevaría al mall.