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El retrato

~Era 29 de Agosto del 2005, cuando Héctor a sus 71 años comenzaba sus estudios universitarios, ya que su suerte se lo había negado anteriormente. El se puso a recoger la casa antes de salir de ella y mientras la recogía, se tropezó con el retrato de su madre. Originalmente este retrato era de dos por dos pulgadas en blanco y negro; fue tomado deprisa para un carné de identidad que su madre necesitaba. Años más tarde fue ampliado, pero el retoque pudo disimular muy poco el mundo de angustias y pesares que se ocultan detrás de él. Así pues, las torturas y los quebrantos que ella vivió han quedado impresos en su rostro hasta hoy. Héctor lo guardó en un álbum engavetado y no acostumbra a reveler lo que él le cuenta cada vez que se encuentran, porque no es agradable recordar ni hablar de esa vieja y triste historia que ya pasa de medio siglo.
Era una tarde triste de Junio del 1950 en el patio de la casa de Héctor, todos estaban muy atentos: el gato, un perro callejero, las gallinas, la siembra de maíz, tomates y berenjenas; estaban tan ansiosos y curiosos como lo estaban también el pueblo. Aún Héctor no tenía Cédula Personal de Identidad para entonces, pero le faltaba muy poco para los 16 años. Cuando un fotógrafo llega a la casa, porque la madre de Héctor ya no salía. La mata de tamarindo, que era la mas alta entre ellos, invitó a Héctor a que trepara sobre los brazos de sus ramas abiertas y despejadas, para que contemplara junto a ella desde arriba, pero esta vez, él no tuvo ganas de encaramarse y decidió permanecer abajo cerca de la cámara. La mamá de Héctor estaba muy enferma del que nunca se repuso. Los vegetales del conuquito cercano a la casa hubieran querido ver mejor la escena, pero la plantación de plátanos y guineos que las rodeaban no cederían sus puestos; el fotógrafo insinuó un poco de maquillaje, pero la madre de Héctor no se interesó. En ese momento le bastaba un poco de polvo de talco y su vestido limpio y sencillo.
El cielo, ni gris ni azul, se dejaba sentir por el calor que producía, y los parches de nubes pasajeras que entre ratos disminuían la luz del sol ardiente, parecían estar de acuerdo, viendo que la madre de Héctor necesitaba solo ese retrato para un documento que les evitaría mayor problemas para los posteriores días. Pero no, aún había de soportar sus penas y angustias todo lo que restaba de Junio. Un día, Héctor le había preguntado al retrato porqué ese acto no había tenido lugar dentro de la casa, “tú debieras saberlo mejor que yo,” le dijo, “porque ese fue el día y el instante de mi nacimiento.” Héctor a veces se olvidaba de que para esa época, los muchachos de su edad no se inmiscuían en las decisiones de los mayores, intuían que los ellos sabía hacer las cosas como mejor convenía.
Cuando Héctor cogió el retrato con sus manos, lo trasladó a la casa y al patio de donde nunca él ha salido del todo. El retrato no les dice otras cosas, quizás porque su madre no hablaba mucho, y que muy pocas veces salía de su habitación, donde pasó casi por complete sus últimos dos años. Le recuerda que a pesar de eso, ella disfrutaba la visita de doña Mercedes, una amiga religiosa que pronto partiría a la capital y dejaría como recuerdo algunos libros y otras de sus pertenencias. El también agradecía sus visitas, porque muy pocas personas lo hacían, aparte de ella y doña Soledad, con quién cultivaron una profunda intimidad.
Las autoridades esperaban que cada uno vigilara a los demás y les informara de cualquier cosa extraña o fuera de tono con la política oficial. Por lo tanto visitar la casa número 122 de la calle Zayas Bazán era un riesgo que muchos no estaban dispuestos a correr, al menos que pudiera justificarlo con algún pretexto. De hecho, algunos valientes lo hacían. “A los 14 años, ya tú tenías clara idea de lo que pasaba.” Le dice el retrato. “Porque las víctimas eran muchas y la pesadilla nacional había comenzado cuatro años antes de que tú nacieras.”
En las escuelas enseñaban que el presidente de la República los había librado del comunismo, del hambre y de la ignorancia; por tanto, el pueblo agradecido le rendía toda clase de honores y pleitesía en los actos públicos y privados. La radio, la televisión y la prensa escrita estaban a cargo de propagar esas demostraciones populares de apoyo y solidaridad, aunque en la intimidad, algunos conocían una realidad muy diferente. Esa era la realidad que agitaba la convulsionada mente de la madre de Héctor a las 4:30 de la tarde cuando la cámara fue cubierta con un manto negro, y a seguidas un rayo de luz incandescente anunciaba el nacimiento de ese retrato que ahora le narra la historia a Héctor. Todos los que presenciaron el evento fueron impresionados sin comprender el porqué de la solemnidad del momento. Tiempo después, se comentaba que la señora era una rebelde, pero eso no es exactamente lo que el retrato cuenta de ella a Héctor. El hermano mayor de Héctor, tres años anteriores al nacimiento del retrato, se había enterado que desde el principio de la dictadura, los padres de Héctor habían sido despojados de su principal medio de sustento y que evitando mayores daños, su padre había huido al extranjero en una goleta que partía de noche con destino a Cuba y Jamaica, cosa que fue posible por la valiosa y arriesgada cooperación sigilosa de buenos amigos. No pasaron muchos días para que ese hijo mayor de la familia, al sentirse afectado y humillado por las informaciones que recién llegaban a su conocimiento, procurara con mayor empeño en lo adelante, ingresar a una incipiente organización secreta, que con ciertos visos de envergadura, se proponía poner fin a esa azarosa situación nacional.
El hermano mayor de Héctor pudo ingresar después de vencer cierta renuencia de parte de algunos de sus dirigentes a quienes el Nuevo aspirante pareció muy liberal y peligroso. Poco después le fue confiada la responsabilidad de promover esa entidad. En varias ocasiones se había librado de caer en manos de la policía, pero una vez fue detenido y encarcelado. Ese encarcelamiento coincidió con la visita oficial al país del Secretario General de las Naciones Unidas, quien probablemente supo muy poco de la verdad. De cualquier manera su visita trajo algún alivio, pues a raíz de ella, algunos prisioneros fueron liberados y entre ellos el hermano mayor de Héctor. Pero no pasó tres meses cuando fue encontrado su cadáver flotando sobre el río Ozama. Oficialmente la muerte fue por causa de ahogamiento mientras se bañaba en el río con unos amigos, pero el pueblo sabía que fue asesinado por el gobierno. Y desde entonces la familia de Héctor quedó marcada como rebelde y comunistas.
Para el año 1950, la calle Zayas Bazán era una vía sin pavimentos que en medio de su melancolía, echaba de menos la concurrencia de los muchos transeúntes y pregoneros que la habían frecuentado con anterioridad, aunque todavía muchos niños, ajenos a las cosas de los mayores, jugaban en ella, porque la tierra desnuda les atraía. Cuando la rebelde solía sentirse mejor, se sentaba a la puerta de la calle y desde su asiento celebraba el retozo de los muchachos del barrio. Sí, solo de ellos, porque los adultos evadían pasar frente a la casa numero 122, para evitar que se le involucraran a causa de un simple saludo a la rebelde.
Tanto el retrato como Héctor eran del parecer que gran parte de esos dos últimos años de la vida de la rebelde se consolaba con la esperanza de que pronto cumpliría su misión y luego llegaría la muerte. Sí, parece que la esperaba en silenciosa actitud de bienvenida…sin desesperarse, como confiada en una promesa; no obstante, antes de esa llegada, todavía le estaba encomendada la misión que daría más de un dolor de cabeza a las autoridades del pueblo. “Ecos de Oriente,” un legado de los días del padre de Héctor, era un tabloide de publicación mensual que la rebelde continuó dirigiendo hasta poco después de que su esposo se exiliara en Cuba. Las autoridades habían advertido a los comerciantes locales contra la colocación de anuncios en el periódico, el cual tuvo que clausurarse a falta de soporte económico. Pero nunca dejó de faltar apoyo pequeñas contribuciones anónimas de gran significación para la subsistencia y esenciales como sostén moral que trascendía y alcanzaba aliviar la agobiante carga sobre el espíritu. Ya para entonces, la casa numero122 y Junio se habían comprometido solemnemente a marcar un destino junto.
En una ocasión en que las autoridades habían dispuesto pagar un precio a cambio de la imprenta Gutenberg que aportaba la mayor parte del ingreso familiar, el gobernador de la provincia se presentó a la casa numero 122 con una oferta, pero tropezó con la férrea voluntad de la rebelde, que esta vez no pudo contener el cúmulo de indignación y el funcionario tuvo que salir antes de tiempo tratando de cubrir lo que la camisa rota ya no cubriría. Años mas tarde, sin referirse a la camisa rota, confesaría entre sus amigos que había salido con tanta prisa por causa de las duras palabras de la rebelde contra el gobierno. Pero a mediados del siguiente año, los secuaces del dictador serían sorprendidos, cuando tres mil copias de “Ecos de Oriente” se habían ya distribuido discretamente en todo San Pedro de Macorís y bateyes aledaños, a cargo de amigos predeterminados que también desesperados de agobio, habían asegurado su participación, comprometidos a jugarse la vida antes de dejar su papel inconcluso. La singular edición constaba solo de cuatro paginas, pero muy valiosas. Se había impreso en la antigua imprenta Gutenberg, que el gobierno intentó de adquirirla, pero ante su fracaso decidió con la cobardía de amenazar a los comerciantes de anunciarse en el periódico, para que a falta de recursos económicos no volviera a circular. Pero la gran sorpresa no se hizo esperar más, los responsables materiales e intelectuales de esa sorprendente edición especial habían trabajado sin interrupción desde la tarde anterior hasta la madrugada siguiente, conforme se había programado. Las cuatro paginas, carentes de anuncios, estaban llenas de intrépidos artículos y relatos que denunciaban las torturas y atrocidades que se cometían en las calles y en las cárceles del país. En otro articulo formalmente autorizado por su autor antes de morir, se ponía al desnudo las vejaciones que él mismo había sufrido y describía con detalles las sistemáticas opresiones a que eran sometidos aquellos desafectos del régimen.
El retrato explica que la trama pudo llevarse a cabo según se había planificado, porque la rebelde, que había estado dirigiendo el periódico, esta vez no tramitó ni procuró la indispensable aprobación de la Gobernación Provincial ni del partido del gobierno. Ambos, al igual que la policía, fueron sorprendidos con las tres mil copias de “Ecos de Oriente.” Nadie con anterioridad había quebrantado ese reglamento de censura. Cuando las autoridades se dieron cuenta, ya el calor de la mañana siguiente incubaba miles murmuraciones a la luz del nuevo día. Las autoridades desesperadas sin saber qué hacer, salieron apresuradas en persecución de la autora de su desgracia inminente para acabar con ella definitivamente y tal vez así salvar su difícil situación. No obstante, al llegar a la casa numero 122, solo encontraron a la vieja imprenta Gutenberg agotada tras veinte horas de trabajo continuo, orgullosa y leal, cuyos años de servicios sumaban mas que los cien años de su edad. Fue entonces cuando el gobernador pudo comprender porqué no había podido adquirirla a precio de soborno. Pero la vieja imprenta con sus coyunturas cansadas, no lamentó el maltrato de su partida. Ella sintió un alivio al constatar que aún después de las dos de la tarde, todo marchaba según se había programado. A esa hora fue desmantelada y cargada sin respeto sobre una camioneta con destino desconocido.
Ya en la tarde, al no dar con el paradero de la rebelde, la policía dispuso volver a la casa numero 122 e investigar mediante engaño o coacción a los hijos, pero éstos se habían repartido de incógnito a diferentes lugares predeterminados, por lo que los agentes del Servicio Secreto de la policía, al llegar a la casa numero 122 solo encontraron al perro callejero, al gato y las gallinas que compartían las experiencias del día con la siembra del conuco. El intolerable descuido le costó el cargo a varios funcionarios. Todo había salido a pedir de boca por la destacada actuación de todos los comprometidos, incluyendo a Junio que había conseguido de la muerte la promesa de postergar su llegada hasta el último día del mes. Los encargados de la búsqueda, más rabiosa que profesional, resultaron torpes bajo la presión del tiempo; se preguntaban llenos de pavor, si tendría significado la maldición de la rebelde había implorado una vez en medio de la calle cuando el cadáver de su hijo mayor fue encontrado, que el dictador muriera en medio de vejaciones semejantes a las de que sometía a sus víctimas. Ese acto público de desesperación y desahogo había hecho merecedora del sobrenombre de la rebelde, entre la cofradía de oficiales y funcionarios que ahora sentían pánico frente a la posibilidad de que ella se les hubiese escapado al extranjero o asilado en alguna embajada en la capital. Pero no, esa fuga no formaba parte de la historia.
Por fin, las autoridades dieron con el paradero de la rebelde al anochecer de ese último día de Junio. Con el gobernador a la cabeza, la pandilla ingresaba a la sala número 4 del hospital San Antonio para saborear su más amarga frustración. El medico, que minutos antes la había declarado muerta, estaba acompañado del sacerdote que primero le había ministrado los últimos ritos religiosos de lugar. La difunta había ingresado la tarde anterior bajo la identidad de un legítimo carné reciente donde aparecía el retrato junto al verdadero nombre de ella, Rebeca Guerrero Cruz, siendo su verdadero nombre original de nacimiento, pero que nunca lo había empleado en documentos alguno y muy pocas veces en sus relaciones familiares.

 

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