Maldito Cupido, aprendiz de autoescuela de dioses noveles, aficionao a programas de corazón y teleseries venezolanas del amor roñoso, amante de triángulos de sentimientos de la felicidad dañina, de los círculos viciosos de finales tragicómicos, amigo de los canallas malabaristas de corazones, enemigo de los poetas románticos que escriben cartas de la felicidad utópica a mujeres que prefieren jugar a ser infelices al lado de un canalla malabaristas de corazones. Y sin embargo, eres un dios del amor que consiguió trabajo por enchufe de dioses enchufados en puestos más altos. Un dios del amor que no controla el amor, con sus flechas envenenadas de pasiones innatas que se desatan, y se desataron en mi, llorando por una mujer que llora por otro hombre que llora por otra mujer. Destrozas mi corazón y el corazón que más quiero, cuanto te gusta el sufrimiento que se sufre en los infiernos solitarios, mientras disfrutas de un cómodo sillón en un chalet al norte del Olimpo, bebiendo vino acompañado de caviar, viendo la tele para entretenerte, nosotros nos entretenemos sufriendo. Gracias Cupido, gracias por ser infeliz.