Me encontraba dentro de un paquete, en una estantería del armario, junto a otros paquetes de folios.
Muy a menudo se abría la puerta, a cualquier hora del día y aparecía mi dueño, Javier. Era una persona muy inteligente, trabajadora, y exigente consigo misma.
Cuando cerraba la puerta, después de haber cogido un paquete, observábamos cuál sería el destino de estos nuevos folios.
Yo me negaba a ser un simple folio borrador, como muchos de nuestros compañeros; acabando arrugado en la papelera y después dirección hacia el contenedor de reciclaje. Mis restos se unirían al de otros restos y en el proceso final, acabaríamos de nuevo siendo simplemente unos folios reciclados, los cuales quizás volverían a tener el mismo fin.
No podía admitir que, una persona, fuera la que decidiera mi destino con tal fin. Deseaba ser especial, diferente, que muchos lectores me observaran, y que éstos se sintieran acogidos por mí, satisfaciéndonos mutuamente.
A mi dueño le encantaba guardar sus obras con mucho cariño, en una librería que estaba justo delante nuestro; ¡ qué felices se encontraban aquellos folios encuadernados ! ahí quería estar yo, pero ¿ cómo ?.
Contaba con el tiempo hasta que Javier me utilizara. Vi que estaba pasando a limpio lo que sería su decimoquinta publicación. Pero, encima de mí se encontraba un paquete y veinte folios más, por lo cual, dudaba si ahora me llegaría la esperada oportunidad.
Me sentía encarcelado en ese armario, con sus puertas cerradas la mayor parte del tiempo, sólo observaba el exterior de ese despacho, por el agujero de la cerradura, donde Javier día tras día continuaba escribiendo.
Los días iban pasando, su novela estaba por el último capítulo, mis ilusiones de nuevo se apagaban rápidamente, igual que estos días de invierno.
Un día Javier se aproximó hacia mí y cogió los veinte folios que había sobre mí, pero a mí, no me cogió. Mi oportunidad se desvanecía. De repente, en ese mismo instante, una llamada telefónica que Javier esperaba ansioso sonó, Javier salió disparado hacia el comedor y se olvidó de cerrar el armario.
La señora Luisa, que limpiaba su despacho, se encontraba allí. Abrió la ventana y en ese momento entró una fuerte corriente de aire, la cual me empujó. Salí volando hasta caer al suelo.
Sin esperar más, viendo mi situación, me resigné pensando que ese día sería mi final. Ese capricho que había tenido toda mi vida se borró de mi mente.
Cual fue mi asombro, cuando Luisa viéndome, acogiéndome entre sus manos, me puso encima de esos veinte folios que anteriormente había cogido Javier y que ahora se encontraban en su mesa.
Quizás habría nacido para eso, sin yo saberlo, como en tantas ocaiones ocurre.
Lo cierto es que Luís entró en su despacho, continuando el final de su obra sobre mí. Más adelante me encontraba entre sus libros más queridos.
P.D.: Agradezco a mis lectores que me sigan manteniendo vivo.
Simplemente me gustaría que los lectores opinaran sobre mis cuentos. Es un trabajo muy agradable y estoy encantado de leer opiniones. P.D. : En el cuento de "Mi primera cita" me equivoqué sobre mi edad, tengo trece años, y hago 2.º curso de E.S.O.