Juancito, un niño apenas de siete años sale todas las mañanas de su casa hecha por el mismo, de palos, cartones y costalitos de harina. Como colchón un letrero de cartón de anuncios que encontró tirado por ahí; y como frazada, una manta vieja que alguien le regaló.
Sale corriendo con la esperanza de que alguien le regale un trozo de pan, quizás un poco de leche para saciar el hambre atrasado de varios días, aunque sale con mucha pena en su corazón siempre tiene una sonrisa en sus labios, llevando consigo su cajoncito de madera que un amigo le regaló, dentro de él sus pomadas y sus cepillos para lustrar los zapatos de aquellos que transitan por la gran ciudad.
Hoy es un gran día de suerte para él, un señor de avanzada edad le pidió que lustrara sus zapatos, y al verlo tan amable y sonriente le dio una gran propina.
Siguió caminando, buscando a quien lustrar más zapatos y de pronto un chico joven le hizo la parada, le dijo: ¡Hey niño ven! ¡Lústrame mis botas!.
A lo que Juancito le respondió, como no joven, ¡mucho gusto¡. Mientras le lustraba las botas, el joven muchacho, vio en el suelo al costado de Juancito, un abecedario, un cuaderno viejo y unos colores, y le preguntó:
¿Sabes leer niño?, y Juancito le respondió: No señor, estoy tratando, me han regalado estos libros y con ellos estoy seguro que aprenderé. A lo que el joven él dijo: ¿Por qué no vas a la escuela?, a lo que él le respondió: No puedo joven porque tengo que trabajar, vivo solo y tengo que ganarme el dinero para aunque sea comer, si es que me alcanza con lo que la gente me da por limpiarle sus zapatos – el niño soltó una lágrima y mirándolo a los ojos le dijo – Mis padres murieron cuando yo era muy niño y me dejaron a cargo de mi abuelo que era muy anciano y enfermo, solo recuerdo que un día vi cuando lo sacaban cargado y lo montaban sobre un carro, quedándome solo en aquella casita, eso fue hace tres años. Pasaron los días y mi abuelo nunca regreso, luego me entere que el Señor se lo había llevado, y como vivíamos tan lejos y apartados de la ciudad, y cuando un día llegó un camión llevando mercadería a la ciudad, me trepé sin que se diera cuenta el chofer y llegue a la gran ciudad, desde ese día pase hambre y frío y encontré otros niños como yo, que me ayudaron a poder sobrevivir y uno de esos niños que se llamaba Carlitos, fue quién me regalo este cajoncito.
El joven quedó impresionado con tan triste historia, lo abrazó y le dijo: Niño, que valiente eres, no sabes la gran lección que me acabas de dar, yo que lo tengo todo nunca imagine que un niño de tu edad fuera tan fuerte para soportar tan pesada carga.
Se abrazaron, y sonriendo el joven le dijo: Ven niño, vamos a mi casa, Dios te ha puesto en mi camino para enseñarme a valorar lo que tengo y yo te devolveré esta gran lección llevándote conmigo, ¿sabes?, soy hijo único y necesito de alguien como tú para aprender a ser fuerte y devolverle a la vida todo lo que me ha dado.
Así fue como Juancito fue premiado por nuestro Señor.
El joven lo llevo a su casa y fue aceptado en la familia como otro hijo más, pasaron los años y hoy Juancito es un Juan Rodríguez Gutiérrez es un prestigioso arquitecto que se ha dedicado a construir grandes aldeas infantiles para ayudar a tantos niños que como el no tuvieron nada, ni siquiera lo más elemental, el gran amor de sus padres.
Me ha gustado mucho este cuento. La verdad es que es bastante previsible pero lo he encontrado lleno de ternura. Además me ha recordado que existen muchos niños que viven como Juancito, en plena calle expuestos a la delicuencia y la droga para sobrevivir. Por al leer tu cuento no he podido dejar de tener una oración por todos estos niños que necesitan tener a Dios muy cerca. Juancito el limpiabotas, Stefano.