El pie rozaba, lamía lentamente la esquina de la cama, la oscuridad afuera casi moría y entre sombras el cuerpo de Isabella expulsaba la claridad que quería desenterrar su belleza.
De pronto su sueño corrió, huyó de su rostro.
Sintió un extraño roce, una inexplicable presencia, algo se desplazaba por su pierna lenta y pesadamente, se sabia sola en toda la casa, por eso el miedo que se acurrucaba a su lado no le permitía atreverse a descubrir que era aquello que la auscultaba.
Lo que escalaba de sur a norte su anatomía cobraba fuerza, esta vez su cuerpo tembló como una hoja que la brisa mece en otoño, desesperada miró hacia atrás y una mueca de pavor se materializó golpeando las paredes del cuarto.
El miedo ya era un ser enorme que inundaba la estancia cuando se apagó con el último aliento.