Hoy al levantarme fui al arroyo. Descalza, despeinada, en bata de dormir. Allí parada escuchaba el murmullo del agua. . . sabes qué . .. en ella te escuchaba. De pronto sentí que caminabas tras de mí. Al voltear me topé con tus brazos. Me abrazaste muy fuerte y con mucha ternura. Me sentí desfallecer. Como una niña me acurruqué en tu pecho. Sentí ese calor que da vida y lloré.
Soplaba la brisa y yo permanecía quieta, muda entre tus brazos.
Tenías que irte. Te ví caminar con amargura. Ya no estaba inmóvil y corrí a tu encuentro. Te miré a los ojos y te dije: ¿mañana volverás? Siempre que regreses, aquí estaré. Di la vuelta y volví al arroyo.
Al salir del arroyo, aún mojada, presta a alcanzar mis ropas colgadas de una rama, me asusté. Eras tú que regresabas. No pude moverme. No supe porqué. sólo recuerdo tu voz muy serena que me dijo: Amanecer . . .
Te acercaste a mí, acariciaste mi pelo mojado. Yo simplemente te miraba y un rayito de sol colado entre las ramas me hizo estremecer. Otra vez tus brazos me arrullaban y en un silencio inmenso con mi rostro aún mojado, te besé.
Joaquín . . . que me da verguenza . . . PD: El arroyo existe, sólo que a Dios se le olvidó echar al mundo un hombre que pudiera mirar en mis ojos lo que grita mi piel. La verdad que este rincón me hace soreir . . .