El autobús venía abarrotado como es habitual en hora punta, Felipe pensó en esperar al siguiente, pero se le había hecho tarde y había quedado, así que soltó un bufido y subió como pudo, tuvo suerte, detrás de él, el conductor cerró la puerta. Milímetro a milímetro, fue avanzando intentando llegar hasta el centro hasta que por fin, una señora a la que le sobraban unos 50 Kg. le cerró el paso, imposible continuar. Su apéndice olfativo escrutó el ambiente, efectivamente la humanidad, se dejaba notar. El bus disponía de aire acondicionado, pero en el mes de Julio a las 19:00 h y con el autobús a tope, resultaba ineficaz sin lugar a dudas. Felipe sintió como las gotas de sudor salían de su nuca y se colaban por el cuello de la camiseta, sólo llevaba un minuto y ya estaba deseando bajar. Respirar le resultaba complicado, hubiera sido más fácil de no haber sido por el codo del señor del bigote brillante que estaba a su lado y que disimuladamente, se hincaba en su hígado. Felipe observó el bigote, estaba empapado de sudor, Joder que asco. Se giró hacia el otro lado para poder respirar un poco mejor, y ¡hostias! Esto es otra cosa.
La chica tendría unos 20 años, labios carnosos, nariz respingona, ojos grandes, pelo largo y suelto, y lo más importante, tenía un par de tetas que harían temblar al ministro. ¡Joder! Como estaba la tía, parecía una de esas que sólo ves en la tele y crees que no existen en la vida real, pero si, allí estaba, a su lado.
Aprovechando los vaivenes del autobús, Felipe se dejaba caer ligeramente de vez en cuando sobre la chica, para disimuladamente, rozarle las tetas. Ella parecía no darse cuenta o lo disimulaba muy bien. Otra parada, más gente que sube, nadie baja, más apretados todavía. Aquello dejó de tener importancia para Felipe, ahora estaba en la gloria, el autobús dejó de oler mal, el sudor dejó de molestarle y el codo del bigotudo parecía ahora de mantequilla. La situación no podía ser mejor, frente a frente, los pechos de ella se aplastaban contra el suyo y aunque Felipe y la chica trataban de mirar hacia otro lado disimuladamente, los dos eran conscientes de lo que sucedía. A Felipe volvió a faltarle la respiración, pero ahora no era por la opresión en el hígado, sino por la que estaba despertando en su bragueta. Un frenazo repentino, ella que nota el bulto, los ojos de uno y otro se encuentran, ella sonríe, él está en el cielo, cierra los ojos y saborea el momento, la desea con todas sus fuerzas, quiere abrazarla, besarla, acariciarla, la llama mentalmente, ven, ven, ven a mi, somos uno, ven, ¡VEN!
Felipe nota unos labios que le besan, unas manos que lo acarician, unos brazos que lo abrazan. Pero, ¡un momento! Hay más de unos labios, más de dos brazos, más de dos manos, ¿qué está pasando?
Felipe abre los ojos, la chica ha desaparecido, en su lugar hay varias mujeres enloquecidas manoseando y besándole todo su cuerpo, entre ellas está la gorda que antes le cerraba el paso, incluso le está metiendo mano “bigote brillante”, estupefacto observa como luchan entre ellos para hacerse un hueco y tocarle. Se han vuelto todos locos, parecen zombis sin voluntad, se arañan, se golpean, se comportan como animales hambrientos. Aterrorizado, pide auxilio, pero incluso el conductor ha parado el autobús y está luchando con una abuela por acercarse hacia él, la gorda le ha pegado con el bolso al del bigote y Felipe siente que momentáneamente, ha quedado libre, salta como puede encima de la gente y llega hasta la apertura manual de la puerta, la abre y salta a la calle mientras contempla, como la abuela le ha abierto la cabeza al conductor con el bastón. Corre todo lo que puede sin saber hacia donde se dirige, empujando y apartando a la gente que se cruza en su camino, sólo quiere escapar, huir de la locura. Corre y corre, pero no avanza, está exhausto pero apenas se ha separado 10 metros del autobús, sigue corriendo. La calle se ha convertido en una empinada cuesta, intenta subir, pero resbala, cae de bruces. La acera es ahora una pared, sus manos encuentran una farol, se aferra a ella, pero sus fuerzas le abandonan, está extenuado. De pronto, la idea de caer en el abismo, ya no le parece tan mala, decide soltarse y abandonar, acabar con el sufrimiento.
- ¡Felipe! –
Alguien lo ha llamado, mira hacia lo alto y ve a la tía buena del autobús, ¿pero qué hace?, está sentada sobre una escoba y está volando. – Ah, así que esto es cosa tuya, ¿eh brujita mía?, buena la has armado.
- ¡Felipe! – ella alarga su mano hasta alcanzar la suya, él la coge y sube a la escoba junto a ella, suavemente vuelven a iniciar el vuelo.
- ¿Quién eres?
- Soy la muerte.
- ¡No jodas! ¿estoy muerto?
- Sí.
- ¡Hoostiá! ¿y eso?
- Ya ves, cosas que pasan.
- Oye, ¿y donde voy? Al cielo o al infierno.
- Tú, ¿dónde quieres ir?
- Contigo.
- Entonces vamos al cielo.
- ¡By the Christ of the big power!