Tengo casi más de media vida normal y siento que la muerte está muy atada al dolor, soledad y deterioro de la mente. Algo así como si ya no importara nada pues uno se siente que está rodando hacia la nada, aquel lugar en donde no existe nada más que la nada... Eso me asusta. Me gustaría que mi vida hubiera sido como un bello recuerdo pero no es así, es como una vieja cola de errores, dolores, y ansiedades indecentes, por ello no me gusta recordarla.
Fui al cine, solo como una botella perdida en el océano y vi parejas de personas, muchachos fumando, mujeres bellas mostrando sus nínfulas cuerpos, en fin, una de esas cadenas de personas con sus mundos de cristal en sus cabezas que al pasar a mi lado uno siente como que se va a caer al piso.
Continué mi marcha y allí estaba mi auto, con un personaje cuidándolo, perdido entre cientos de autos, como perros de lata y grasa. Subí al auto y no supe a donde ir. Pensé en la playa, mi casa, las torres gemelas, un Guru recién bajado, brujos africanos y esos gatos que no dejan de mirarme con el brillo de la luna en sus gemelos ojos.
Bajé en mi casa y subí hasta llegar a mi cuarto. Prendí la computadora y aquí estoy, a la deriva del río de ideas y palabras, tratando de decir lo que he vivido hoy, ayer, e imagino cómo será el día de mañana. ¿Viviré? Sí, es casi seguro que si. Y si te encuentro por las calles, bajaré del auto y de daré un apretón de manos simulando que algún día nos habíamos conocido. Una mentira que me da mareos pero que ayuda a continuar escribiéndote... al menos hasta que mueras tu, o yo...
San isidro, noviembre del 2005
Todos pasamos por ese trance En que nos ataca el pesimismo, Sabiendo que de ese percance Solo nos libera el optimismo. Y tú, Joe, cerca tienes el remedio: Basta mires lo bonito que tú escribes, Y pronto te sacarás de en medio Ese desanimo que hoy describes. (“A la deriva…”, de Joe)