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Ángeles Urbanos II

Ángeles Urbanos II
Por Lady Shadow

Para entonces, lo único que tenía claro es que se acercaba la media noche y que yo, al igual que Isabel, estaba tratando de llegar a la frontera ilegalmente.

Me encontraba prácticamente sola, era muy tarde y no muchas personas se atrevían a conducir por la peligrosa carretera de Sian Bull. Sin embargo, de vez en cuando podía divisar a lo lejos algún automóvil, y entonces sabía que era hora de ocultarme entre los arbustos situados los costados de la carretera. Ocultarme no me resultaba difícil, lo difícil era ocultar también la motocicleta sin que hiciese ningún ruido que llamara la atención, pues para entonces conducir motocicletas por las carreteras de Texas estaba prohibido.

Conducía nerviosa y atenta la motocicleta a lo largo de la carretera, pero tenía que calmarme, no sabía conducir bien la moto, pues era de Zay Made y yo la había tomado sin permiso. Además, no llevaba herramientas para reparar la moto si algo le pasaba, no llevaba equipaje, más que un poco de dinero en los bolsillos de la falda y un pañuelo grande en el cual se ocultaba entre pañuelos más pequeños varios tipos de píldoras, porque yo era diabética y necesitaba tomarlas regularmente para evitar cualquier inconveniente. Las ocultaba por razones de seguridad, cualquiera podría confundirlas con drogas.

Ya estaba amaneciendo, empezaba a nublárseme la vista por el sueño, las seis tazas de café sin azúcar que me había tomado antes de salir de casa empezaban a perder su efecto. Pero tenía que seguir conduciendo, ya había recorrido la mitad del camino y necesitaba llegar pronto, antes de las 5:00 am, o mi hermana partiría y dejaría abandonada a mi querida Jeanne. Y yo no podría contactarla, pues dejaría también sus teléfonos y no usaría más su
e-mail, al igual que también había renunciado a todos los lujosos muebles de su casa. No, no podía imaginarme a mi pobre Jeanne abandonada en cualquier lugar, llorando de hambre y frío, me partía el corazón. Sin darme cuenta estaba llorando y la velocidad a la que conducía superaba los límites establecidos, no es que antes los respetara, pero ahora era demasiado, frené de golpe, y pude darme cuenta de que si dejaba la motocicleta un instante podría acercarme a aquella cafetería y tomarme unos cuantos cafés. Aunque peligroso me resultaba muy tentador. Entonces escondí la moto y entré a la cafetería, le dije a la mesonera que me diera tres cafés grandes negros sin azúcar y con mucha cafeína, para llevar y que se apurara pues yo tenía prisa, en menos de cinco minutos ya la chica estaba frente a mi con los cafés, el precio de todo era 12.5 dólares, sin contar la propina. Le dejé veinte, no tenía tiempo de esperar el vuelto.

Me subí a la motocicleta y tomé mi muy escaso equipaje, y los cafés me los tomé mientras me ponía en marcha. Los envases los tiré por el camino, tampoco tenía tiempo de buscar una papelera, ya el reloj tocaba las 2:00 am.

No sucedió nada interesante más que esconderme de los carros viajeros que pasaban tranquilos por la carretera o mis típicos tropiezos al no saber manejar la moto hasta las 3:30 am, esa fue mi hora crítica.

Conducía por la carretera igual como lo había estado haciendo desde hacia siete horas (desde las 9:30 pm). Sin embargo, por mi mente cruzó fugaz la imagen de mi pequeña sobrina Jeanne en brazos de su cruel madre e instantáneamente la de ésta misma en los brazos de su corrupto padre, y en seguida, la imagen de mi pequeña, sonriendo y jugando en mis brazos. Si, desde mi punto de vista no sería feliz ni al lado de una clasista interesada ni de un corrupto oportunista. Ella necesitaba una madre y una amiga, si su madre biológica no quería asumir ese papel, yo lo aceptaría gustosa. Cuando, de repente, inmersa en mis pensamientos, me caí de la orilla de la carretera, la moto estaba estancada, y mi pierna atrapada por la motocicleta. No me dolía tanto que tuviera la moto encima, me dolía el pensar que no podría llegar a tiempo a rescatar a mi pequeña. Eso era lo que me destrozaba.

Justo en ese instante recibí una llamada de mi hermana:

-¿Anabell, estas allí? –preguntó Isabel por el celular, parecía tener prisa.
- Si Isabel, estoy aquí. ¿Qué pasa?
- Ay hermana. ¿Vienes en camino?
-Si, ¿por qué?
-Eh, bueno, ¿Qué tan lejos estás?
- No mucho Isabel, a una hora tal vez, ¿por qué? –contesté algo preocupada.
-¡Ah maravilloso! Pensé que estarías más lejos. Uf, porque mi vuelo se adelantó media hora y ahora salgo a las 4: 30 am. ¿Crees que podrías apresurarte?

Me dio un vuelco el corazón, ¿se había adelantado el vuelo? No llegaría a tiempo ni a toda velocidad. Mucho menos ahora que estaba atrapada, pero volví a la realidad cuando mi hermana siguió hablando:

-¿Anabell? ¿Anabell, estas allí?
- Si…-contesté con voz temblorosa- ¿A las 4:30? Tengo un pequeño problema y…
- ¿Un problema? Bueno Anabell, escúchame. Tienes que llegar antes de la 4:30 al aeropuerto, recuerda que si no salgo a esa hora, el amigo con el que conseguí las entradas no me dejará salir de nuevo, es la única hora a la que puedo salir del país sin que lo noten. Y, Anabell, sólo a su padre y a ti les importa Jeanne, si no llegas a la 4:30 abandonaré a Jeanne y se acaban mis problemas ¿entendiste?- Isabel colgó el teléfono molesta.
Datos del Cuento
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