Los sucesos ocurrieron en un abrir y cerrar de ojos. Nunca entendiste las razones que los desencadenaron. Era tu vida tan normal y entregada a lo cotidiano como cualquiera. Nos matamos. Detuvimos nuestros pasos. Nunca viste el camión, hermano. Mi golpeado cuerpo no pudo aguantar el trayecto hasta el hospital. Mis pulmones dejaron de respirar al tiempo que mi corazón detenía sus actividades indefinidamente, como en una huelga.
¿Recuerdas cuántas veces le cantamos a la luna? Yo llevaba mi vieja guitarra, a veces con las cuerdas incompletas, y tú, toneladas de inspiración adolescente. Nunca supimos cómo ni cuándo nos hicimos hombres. La temida adultez nos tomó por sorpresa. Nuestros cuerpos y talentos cambiaron, mas nunca nuestras almas. ¿Cuántas veces escapamos de algún iracundo cantinero, botella en mano? ¿Lo recuerdas? Yo intento recordar aunque el tiempo y la carga pesada de mis días crean un muro entre mi pasado y yo.
Era una de nuestras tantas escapadas. Jamás encontraré las razones para el fatal desenlace, pero no, no me arrepiento ni reniego de mi destino. He conocido parajes, que en vida, me hubieran resultado inalcanzables. Y aún te sigo viendo a diario, hermano.
Te fue imposible borrar de tu memoria mi rostro ensangrentado, mi pierna lacerada y mi vientre perforado. Rogué y me apoyé en mis ahora inexistentes rodillas para que pudieras olvidarlo. Nunca lo lograste, hermano. Fuerzas humanas y sobrehumanas fueron inútiles para conseguir tu olvido. Desesperación. Ya no podías respirar tranquilo. Me veías siempre, yo no estaba allí. Estaba tan lejos que lograba verte con nitidez, aquí no existe la miopía, mis abstractos ojos logran captar cada uno de tus pasos.
¿Qué miedo te llevó en busca de lo inalcanzable? Traté de aparecer en tus sueños para predecir la conclusión de tus actos. Fuimos miles los que buscamos la inmortalidad, y ahora estamos aquí, todos vencidos, agrupados en un terreno baldío de ilusiones perecidas. La inmortalidad no existe dirán, o existe en las ansias de los insaciables, dirán otros. Escapa a las capacidades de vivir, que sólo nos llevan a un término, morir.
Gastaste energías, noches de luna llena y tantos latidos del corazón como yo gasté minutos pensando en María. Nunca lo conseguirías, yo lo sabía, pero era mi deber estar allí, contigo, viéndote ser derrotado, por las distancias, los imposibles. La victoria de la muerte sobre la vida y el hecho de que no encontraras la inmortalidad en aquellos campos infestados de malos magos y falsos brujos, te llevaron a la locura ¿fue eso hermano? Jamás entenderemos lo frágil de nuestra condición de humanos, y eso es lo que nos mantiene poblando este mundo, y otros tantos mundos personales que tienen otras metas igual de utópicas como la inmortalidad. No aguantaste la desazón que produce la muerte, aún a la distancia. Tu resistencia cedió, no tuviste tiempo ni para advertir el dolor. No es necesario que sigas disculpándote conmigo. Ahora estamos juntos recorriendo la eternidad de la muerte. Juntos, como aquellas tardes de despertar al mundo. Gracias por aceptar tu mortalidad, hermano.