El carnicero de Hannover –
Hans Wilhelm Grossmann
Los años iniciales de la primera posguerra produjeron en Alemania un horrendo fenómeno: el surgimiento de los asesinos seriales. En un país azotado por el desempleo y el hambre, los asesinatos en cadena tuvieron un correlato alucinante: trozos de los cadáveres de muchas de las víctimas eran ahumados por los criminales, que los vendían como cortes de cerdo o vacuno.
En mayo de 1924, se reconocía a Hannover el equívoco rango de capital europea de la homosexualidad masculina: sobre 450 mil habitantes, se contabilizaban más de 40 mil. Las autoridades cerraban los ojos ante ello. Al fin de cuentas, se trata de un “mal menor”. En ese submundo, el tránsito de homosexuales que llegaban y partían no despertaba demasiada atención.
Pero el 17 de mayo de 1924, algunos niños que jugaban en las orillas del río que cruza Hannover descubrieron un cráneo humano arrastrado por la correntada; el 13 de junio, en el mismo río, aparecieron otros dos cráneos al garete. Se dragó del cauce del Leine y se descubrieron más de 500 huesos humanos.
El escalofriante puzzle que se armó en los gabinetes policiales permitió determinar que se trataba de varones no mayores de 24 años. Las investigaciones concluyeron con la detención de Friedrich Haarmann, próspero carnicero, notorio homosexual y satisfactorio confidente policial, quien terminó confesando ser el autor de numerosos asesinatos de jóvenes homosexuales, cuya carne había vendido en el mercado negro. La Justicia le dispensó un discretísimo juicio, que concluyó con 24 sentencias de muerte, pues 24 fueron sus víctimas identificadas.
Por esos años, Hans Wilhelm Grossmann ingresaba en la cuarta década de existencia. Antes de la guerra se ganaba la vida como carnicero, pero al llegar la paz sólo pudo subsistir como vendedor ambulante de cordones, jabones y peines. Una de sus distracciones, al fin de largas y decepcionantes jornadas, era acudir a las estaciones ferroviarias. Infinidad de mujeres jóvenes llegaban por millares a Berlín desde los cuatro rumbos en busca de algún empleo.
Esa visión hizo detonar el cerebro de Grossmann, quien comenzó a ofrecerles trabajo en su casa. Curiosamente, con llamativa frecuencia, Grossmann concurría a la policía a denunciar por robo a alguna muchacha fugitiva. Cierta mala noche, los vecinos de Grossmann fueron alarmados por gritos desgarradores. Acudió la policía y al irrumpir en su vivienda apareció semidesnudo y con las manos húmedas de sangre.
En la cama del dormitorio hallaron a la doméstica Marie Nitsche desnuda, acostada, con las manos y las piernas atadas y un profundo corte en la garganta.Se encontró en la cocina un torso femenino semiquemado y numerosas manos y dedos. Grossmann fue acusado por el asesinato de Marie y otras 23 mujeres, cuyos esqueletos fueron encontrados en un cercano canal.
Durante varios días, se rehusó obstinadamente admitir lo irrefutable, pero luego ofreció confesar si le traían a su pajarito Hänseken, al que ofrendaba todo el cariño que no pudo canalizar hacia los seres humanos.
El asesino acarició y jugueteó con Hänseken, tras de lo cual confesó sus crímenes. Recomendó que aplicaran algún insecticida a su adorado pajarito y esa noche se ahorcó en su celda.