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Se cuenta que hace muchos, muchísimos años, vivía en Méjico un puma negro como el carbón y fuerte como ninguno. Consciente de que su presencia causaba miedo a los demás animales de su entorno, disfrutaba dándoles sustos en cuanto veía la ocasión.
Si les pillaba despistados, comenzaba a rugir de repente causándoles un gran sobresalto. Otra de sus aficiones favoritas era trepar a los árboles y saltar sin hacer ruido tan cerca de ellos que salían corriendo aterrorizados. El puma se divertía mucho con estas bromas pesadas, pero lo cierto es que los demás animales estaban hartos de su mal gusto.
Cierto día, el puma iba corriendo a tal velocidad que tropezó con la casa de un pequeño saltamontes y la destrozó. El saltamontes se enfadó muchísimo.
– ¿Te parece bonito lo que has hecho? – le dijo enfurecido, enfrentándose a él con valentía – Estoy harto de que actúes de manera arrogante ¡Mira las consecuencias que tienen tus estúpidos comportamientos!
– ¿Cómo te atreves a hablarme así? – El puma rugió con tanta fuerza que se le oyó a cien metros a la redonda – Un insecto tan insignificante como tú no tiene que decirme lo que debo o no debo hacer ¡faltaría más!
– ¿Eso piensas? – chilló el saltamontes quedándose casi afónico del esfuerzo por parecer amenazante – Tú has pateado mi hogar y tendrás que hacerte cargo de los gastos de reconstrucción.
– ¡Ja ja ja! ¡Ni lo sueñes, bobo! Quítate de en medio y déjame pasar. Tengo cosas más importantes que hacer que estar aquí perdiendo el tiempo contigo.
El puma se disponía a largarse sin dar su brazo a torcer, sin ni siquiera pedir disculpas. El saltamontes, estaba enfurecido.
– Como eres tan valiente y te crees más fuerte y listo que nadie, te reto a luchar. Mañana a esta hora, nos enfrentaremos aquí mismo. Yo reuniré a mi ejército y tú al tuyo ¡Ya veremos quién gana!
– ¡Está bien! Tú y los tuyos tendréis vuestro merecido y aprenderéis a respetarme- vociferó el puma, convencido de que el listillo del saltamontes tenía todas las de perder.
Ambos, cada uno por su lado, fueron en busca de sus tropas. El saltamontes reunió a sus amigas las avispas; el puma, a algunos de sus colegas zorros. Cuando llegó la hora fijada, aparecieron los dos bandos dispuestos a enfrentarse en campo abierto. Se miraban unos a otros con desprecio y vigilando cada movimiento.
Uno de los zorros con más experiencia en este tipo de situaciones, decidió que era el momento de atacar. Miró al puma para pedir su aprobación y cuando éste asintió con la cabeza, animó a los demás a lanzarse contra los contrincantes.
– ¡Al ataque! ¡Que no quede ni uno de esos insectos!
El saltamontes reaccionó y también gritó a su ejército de avispas.
– ¡Vamos chicas! ¡Esto va a ser pan comido! ¡Al ataque!
El puma y los zorros eran mucho más grandes en tamaño y fuerza, pero no contaban con el arma secreta de las avispas, que sacaron sus afilados aguijones y los clavaron sobre los lomos de sus enemigos, una y otra vez.
El puma y los zorros comenzaron a revolverse y a saltar por el insoportable dolor. Tan mal lo estaban pasando que salieron disparados hacia el lago más cercano y se lanzaron al agua para aliviar el escozor. Sumergieron sus cuerpos excepto las cabezas. Las decenas de avispas bajo órdenes del saltamontes, se quedaron zumbando a escasa distancia sobre ellos. Si el puma y los zorros querían salir del agua ¡zas!… ¡Volverían a picarles! Así que tuvieron que quedarse durante horas a remojo.
A medida que anochecía, la temperatura del agua bajaba y la humedad en sus huesos se hizo insoportable. Tenían hambre, sed, y ya no podían más de agotados que estaban por el esfuerzo de mantenerse a flote. Dejando a un lado su orgullo, el puma se rindió.
– Está bien, saltamontes. Admito que me he equivocado. Tú y tu ejército habéis ganado la batalla – reconoció con voz cansada.
El puma se sentía muy humillado pero no le quedaba otra opción. El saltamontes suspiró y aplaudió a sus fieles amigas las avispas como agradecimiento por su ayuda. Después, miró a los ojos al puma.
– Espero que hayas aprendido la lección. La fuerza no es lo más valioso que uno tiene. Tampoco lo es el tamaño ni el creerse mejor que los demás. Y que te quede claro: por pequeños que seamos algunos, unidos podemos vencer al más poderoso.
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