REFLEXIONES DEL AUTOR: La semejanza de este crítico con el Exterminador de Arnold es pura coincidencia.
Mi mujer estaba preocupada desde que compré aquel enorme cuchillo. Ella me temía por mi pasado, pensaba que era rencoroso y que podría atacar al fiscal o al oficial de Policía que me detuvo aquella infausta mañana, también, según supe, ella llegó a pensar que dada mi rebeldía en contra de la sociedad y mi afición a la lectura de los japoneses Kurasawa y Fukuyama podría, el día menos pensado, hacerme un harakiri. Casi adivina porque aquel cuchillo lo adquirí en la seguridad de que era la mejor arma para liquidar a Napoleón el Crítico –lo ajusticiaré, había dictado mi conciencia, después de haberme quedado sin opciones.
El impacto de los cuatro años en la cárcel acusado de crímenes que no había cometido era demoledor; me vine a dar cuenta que pertenecía a la sociedad de los estigmatizados cuando todos huían a mi paso; en el sector laboral nadie quería un ingeniero químico con una impronta criminal y una ficha en la Policía. No importa que un Juez de fondo me descargara de todos los cargos que me imputaron. La sociedad de los estigmatizados era una realidad y yo era parte activa de ella, un miembro privilegiado.
Por eso se decidí a escribir. Fue la única vía que encontré para rehacer mi vida y reencontrarme con la sociedad que ahora me rechazaba, sin ofender a nadie y sin depender de nadie. Por eso acudí donde mi buen amigo Gerónimo Buendía (GB). El posee una de las editoriales más prestigiosa del mundo literario hispano. Y efectivamente me contrató para la producción de unos 20 relatos, libres de cargos de ambas partes, ya que él no necesitaba de un escritor desconocido, y yo sólo necesitaba reivindicarme ante mis familiares y amigos. Me puso una condición: mis relatos serían publicados siempre que contasen con la aprobación de su censor, Napoleón.
Me tomó una semana entregar los cuatro primeros: El Reencuentro, la Rebelión del Mancebo, Peach Melba para una Tarde Calurosa, y La Piedad Estaba seguro que lo había escrito con el amor y la pasión de un hombre hambriento de demostrarle al mundo que no era un criminal, que aquella acusación fue injusta, pero cual fue mi sorpresa al enterarme que Napoleón los había rechazado todos.
--¿Cómo? ¿Estás bromeando? ¿Y porque fueron rechazados? pregunté al amigo GB
--Habla tú mismo con él, me dijo mostrándome a un hombre obeso que salía en ese momento de su oficina.
Lo alcancé en el Hall y me preguntaba para mis adentros si existía algún sillón que soportara las alrededor de 400 libras de este minielefante encorbatado. Era bajito, rechoncho, con un enorme estómago, brazos cortos (los dedos de sus manos deberían poseer el mismo espesor de mis brazos), llevaba la cabeza cubierta por un sombrero oscuro de pescador que me recordó el personaje de uno de mis cuentos: El Monigote, ya que también disponía de unas piernas arqueadas como un chimpancé de Australia. Por encima de unos lentes de fondos de botellas por el espesor del vidrio se dejaban ver dos circulitos como los que le colocan a los peluchitos donde van los ojos, encima de los lentes unas cejas tan enormes como los monumentales bigotes que tapaban completamente el lugar donde debería estar la boca, de forma que cuando hablaba sólo se observaba el movimiento de los bigotes lo que me hizo reflexionar sobre su método de alimentación, pero ese no era mi problema en ese momento.
-Señor Napo……, no me dejó terminar la frase:
--Tus relatos son borrosos, haces excesivas florituras con el lenguaje, más bien se quedan en lo anecdótico, me observó sin ningún tipo de piedad.
--Pero Señor Napoleón….
Hizo caso omiso, levantó su ampulosa barriga, se ajustó el sombrero y siguió pesadamente hasta la puerta del fondo desde donde me endosó: --Tienen exceso de paja y mucha bisutería verbal, además no tienen punto de giro, redacta historias nuevas, te conviene, me aconsejó dando un portazo.
Miré a Gerónimo que en ese momento había estado tratando de oír la conversación, ya que no entendí las instrucciones de aquella ballena trajeada. --Hazle caso, me expresó Gerónimo, --Napoleón no es un genio pero ha ganado fabulosos premios literarios.
Salí de allí a la librería, compré todas sus obras y las leí como si leyera a Fiodor o a Frank y descubrí ciertamente que escribía bien, pero ninguno de sus relatos logró moverme un pelo del cuerpo.
Entonces redacté en una sola noche Amores Tenebroso, los Carnívoros y Por la Gruta del amor, llevándolo tempranito a la editorial del amigo GB quien me pidió una semana, ofreciéndome seguridades de que en esta ocasión él iba a utilizar sus buenos oficios frente a Napoleón para la publicación de mis relatos, pero al regresar a la semana fue peor. De nuevo los rechazó todos. Traté de hablar con él, apreciando que la barriga le había crecido.
--Señor Napo…, como era su costumbre no me dejó terminar: –Párrafos recargados, acentos que te faltan, como siempre te flojea la puntuación, relatos confusos, impublicables, sentenció dándome la espalda.
--Ya sé, lo enfrentaré, pensé y eso hice pero la propia agente 03, la secretaria del amigo GB, de quien desconocía que también era su acólita me reprendió y como soy alérgico a las peleas con mujeres tomé la decisión de seducirlo con la famosa ración del boa lo que me llevó a conversar con su lugarteniente mas íntimo llamado Conan el Gusarapo quien me afirmó categóricamente que el sujeto era como Robespiere: duro pero incorruptible.
Mi rabia no me permitió esperar, entré a la oficina y le sorprendí con su enorme espalda frente a mi, hablaba por teléfono con algún acólito de un decálogo que, según él había que aplicárselo a todo el que escribiera en la editorial –menos a él- Nunca había matado ni a una lagartija por lo que desconocía el sonido de un cuchillo de ese tamaño penetrando una humanidad de tal tamaño, por lo que me sorprendí al escuchar un chirrido cuando penetré el metal con todas mis fuerzas.
El sombrero se le ladeó dejando ver una enorme y brillosa calva con unos meros pelitos por encima de las orejas, volteó la carota lentamente con el cuchillo adentro y me dijo respecto de mis relatos –-tienes que trabajarlos mucho, chirrían por la farragosidad.
Saqué el cuchillo y se lo introduje con más fuerza por el lado del corazón lo que produjo que temblara, dejando caer los lentes enormes y al observar el estremecimiento pensé que iba a desplomarse cuando vi sus bigotes bailando: “Haces cambios muy bruscos entre narrador equisciente y omnisciente, y eso despista mucho”.
No entendía, le acuchillé de nuevo, esta vez en la ingle para que le doliera y efectivamente sus enormes cejas se encaramaron tapándole la frente en un gesto de dolor pero no se desplomaba, los bigotes seguían moviéndose, esta vez decretó: -metes más modalizadores, además recuerda el revólver de Chéjov.
¿El revólver de Chéjov? Eso era justamente lo que necesitaba en ese momento y no el bendito cuchillo que enterré por última vez en la garganta del malandro, quien no sólo continuó existiendo sino, como era su costumbre, hablando: --Agggg, --quítale adjetivos, hazme caso, además los saltos necesitan una mayor conexión entre sí.
Ni un gato podía tener tantas vidas por lo que ya me iba a rendir cuando una luz se encendió en mi cerebro; le subí los bigotes con mi mano izquierda y con la derecha hundí con toda la fuerza de mi frustración el largo puñal en su boca, vi cuando su lengua se partía en dos, --por lo menos no hablará jamás- pensé, y así fue, anduvo toda la habitación dando largas zancadas, tratando de sacarse el puñal de la boca, parecía un toro jadeante, no podía hablar, gruñía enfurecido pero se debilitaba, estaba a punto de caer, Parece que ahora sí, sintió las estocadas ya que los pelos de las enormes cejas y los bigotes cayeron como rendidos, entrecerró los ojos, se agarró de la mesa, no había dudas, estaba muriendo, decidí huir de allí antes que llegara GB o Susana, su Secretaria, fue cuando sentí su manota tocándome el hombro para pasarme un papelito: “se los das masticaditos, no hace falta que le expliques todo al lector, él puede sacar sus propias conclusiones ”.
Nunca supe si el crítico murió pero me sentía culpable ya que después de todo descubrí que no era una mala persona, fue cuando reparé que no había derramado una sola gota de sangre, entonces me lo dije, me lo repetí mil veces –la próxima vez no se salvará.
JOAN CASTILLO,
09/01/2005
"CRÍTICO DESPIADADO" (JOAN CASTILLO) Ante la crítica, en cualquier ámbito de la vida, es factible colocarse a la defensiva o rechazarla,pero es mejor estar abierto a recibirla si es constructiva , pues sirve para revisar el rumbo y ayuda a mejorar. Este relato me resultó excelente y llevadero, enriquecido por la colosal descripción de ese crítico al que dan ganas de acuchillar...Napo...(Perdón pero me interrumpe...tampoco quiere que hable de él). Pau