Dicen que si la barriga esta llena el corazón puede estar contento. No tengo idea de quien fue el poeta culinario que luego de comer, seguramente, un gran buffet inventó esa frase pero muchas veces y luego de comer también, he coincidido plenamente con dicho juego de palabras debido a los deliciosos guisos, manjares, postres y todo aquello que se le puede ocurrir servirme a una bondadosa señora que llegó a casa un día de invierno para causar una revolución en la cocina.

Reginna es su nombre y además de cocinar, por suerte, también sabe querer. No es mi madre pero me trata como si yo fuera su hijo, el típico chico bueno que de grande va a ser Médico cirujano dedicado a esconderles esas arrugas que nadie quiere ver. Me apena desilusionar a Reginna ya que siendo un manganzón debería saber que Doctor no voy a poder ser pues basta con que vea gotas de sangre para sentirme desmayado y por ello, tal vez, he optado por un oficio alejado de toda realidad cuerda (porque quien quieres ser escritor en un País con el más bajo índice de lectores y si los hay es muy probable que no hayan compraron un libro original), al que me dedico incansablemente, mientras tú Reginna, cocinas en silencio porque sospechas que detesto a las cocineras extravagantes que hacen su labor cantando, silbando y hasta golpeando las tapas de las ollas.

Quiero creer que nada te hace más feliz que instalarte un par de horas en la cocina y prepararnos lo mejor de ti a nosotros, tu familia adoptiva, a la que te has integrado tan bien. Nosotros, que no sabemos cocinar o que en todo caso lo hacemos muy mal y sin ninguna pizca de gracia. No sabes lo difícil que es un domingo sin ti y sobretodo porque una hermana mayor que no viene al caso mencionar su nombre debido a que actuales o futuros pretendientes al leer esto podrían huir a la carrera luego de saber un terrible secreto; toma la batuta dejada por ti en la cocina porque has tenido que ir a visitar a otros familiares, cuidar de tu pequeña casita, regar tus mazeteros con flores marchitas o darle de comer al gato y es ahí cuando la cocina pierde su dignidad y queda claro que nadie lo hace mejor que tú. Salvo una persona que también paso gran parte de su vida cocinando y queriéndonos pero que lastimosamente paso la última parte de su vida en un hospital y murió cuando todavía era niño y la necesitaba más que aquellas cosas que entonces me hacían feliz. Sí, hablo de mi Madre, pero esa ya es otro historia, triste por cierto. Sólo por que tú no cocinas en casa ese fatal día de la semana he pensado seriamente salir o mejor dicho, escapar de casa sólo los domingos para salvarme de los desbandes producidos por mi hermana en ese sector de casa.

No te vayas nunca Reginna, recuerda que la última vez que lo hiciste amenacé muy, seriamente, con irme contigo a tu casa lejana no sin antes llorar dos días seguidos. Llanto que te conmovió y sé que por eso te quedaste por eso y porque también te quiero y te lo dije hace poco, mientras bailábamos en una fiesta costumbrista, alejada de la civilización. No estaba ebrio, por que cuando lo estoy nunca digo la verdad. Esta en mis cabales y por eso me costo tanto decirlo, era la ocasión perfecta para agradecerte por tantas atenciones y también por ese viaje inolvidable al que me llevaste por la amazonía peruana, llena de misterios, mujeres con el pecho al aire y calor insoportable. De la selva, su Reginna como te decía yo, aquel lugar donde jugué a ser Alexander Cold y tú la querida Kate.

Cocina deliciosamente y siempre Reginna pero sobretodo y mucho más importante, no dejes de querernos nunca.