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Categoría: Misterios

El duende

Era ya mediados de diciembre y estaba a cargo de la planilla de remuneraciones del personal docente. Trabajando en ella desapareció un informe indispensable. Entre tanto papeleo, cualquier cosa se perdía, así es que tuve que ordenar, clasificar, poner cada cosa en su lugar, pero no. El informe, que recién estaba consultando había desaparecido.

Ahí es donde uno empieza a reconstruir la escena desde la última vez que vio el objeto perdido: Entró la colega, consultó acerca de un descuento, traía un atado de libros y apuntes, los colocó sobre el escritorio, hablamos del asunto y de “otros”, tales como el tono del maquillaje, la bondades de tal cosmético, lo largo que se hizo el mes, etc. etc., consulta solucionada, despedida, tomó sus libros y “¡tate!”. Ella se llevó el informe.

Salir a hablar con ella era un pequeño recreo. Escapar un momento de la fría oficina de edificio viejo y salir al patio, saludar al sol, sonreír a los naranjos y buscar a la dama en cuestión. Fue un momento dulce.

- Creo que entre tus apuntes tomaste un informe de los que tenía en mi escritorio.
- A ver, espera- Revisó todo con sumo cuidado y nada.
- Entonces fue el duende- dijo, medio en broma y medio en serio.

¡Medio en serio! Cómo es posible que una profesora hable medio en serio de duendes. Dónde quedaron sus años de instrucción básica, media y superior.

Me explicó que durante los últimos días de clase los alumnos pequeños, de primero básico y del parvulario aseguraban que veían un hombrecito pequeño entre los naranjos. Algunos se atrevían a jugar con él. Los niños le mostraban el hombrecito a las maestras y cuando éstas decían que allí no había nadie se desesperaban. Algunos se angustiaban y en sus ojitos brillaba una lágrima porque la tía no podía ver a su amiguito, o porque no les creían.

Si hubiera sido un solo niño el que lo veía, estaríamos en un caso típico de amigo imaginario, pero lo veían muchos. Era un Delirum Tremens colectivo.

Tanta era mi necesidad de encontrar el informe que volví a mi oficina, miré hacia todos lados para asegurarme que estaba sola y nadie me escucharía y dije en voz alta.

– Escucha, duendecillo
– Oye, lindo- (Lo menos que podía hacer era ser amable)
– Ya sé que ahora los niños están de vacaciones y no tienes con quién jugar. Pero en mi oficina nadie juega, así es que vamos buscando ese informe y lo devuelves, lo colocas en mi escritorio ¡ahora, ya!

Me sentí bastante tonta hablándole al vacío, pero ¿y si realmente el duendecillo me escuchaba? ¿No estaba siendo muy dura con el pobrecito?

– Ya, lindo. Entrégueme el informe y luego vaya al patio, busque al gatito blanquinegro que anda por allí y juegue con él.

Y me puse a hacer otras cosas pendientes, hice un llamado telefónico y, cuando me dispuse a continuar con mi planilla… ¡sorpresa! Allí estaba el informe.

Sobra explicar que busqué una y mil explicaciones razonables al asunto, pero el trabajo apuraba más y decidí que después trataría de descifrar el enigma.

Al día siguiente apareció el gato por mi oficina. Ya no era blanquinegro, era verde. Estaba completamente empolvado con tierra de color verde.
– Esta tiene que ser broma de los maestros pintores – dijo, mi amigo Luis.
– Hombres ociosos, no tendrán otra cosa que hacer para entretenerse que molestar a un pobre animal- repliqué realmente molesta.

Los maestros pintores alegaron en su defensa que la única tierra de color que tenían era roja y que el gato no había estado por esos lados.

Nuevamente, con mucha cautela, para que alguien no fuera a pensar que me estaba volviendo loca, dije
– Duendecito, querido, cuando te dije que jugaras con el gatito dije eso, jugar, no dije abusar. Vaya y lo limpia.

Por la tarde, el felino dormía la siesta en un escaño más blanquinegro que nunca.

Tiempo después, comencé a notar que en casa desaparecían cosas. Un juego de sostén y bikini de encaje recién comprados desaparecieron. No pude echarle la culpa a la señora Laura. Su honradez probada por más de 15 años atendiendo mi casa y sus medidas anatómicas eran su prueba de inocencia.

Luego fue un libro, pero cuando fue mi reloj pulsera me acordé del duende.

– Este espécimen me siguió a casa- me dije.
– Bueno, ya que estás aquí, quiero que en este instante aparezca lo perdido, y si no, te vas.

Bueno, apareció el reloj, los libros y unas tijeras chicas que hacia tiempo que no veía. La ropa interior nunca la volví a ver. (¡Duende fetichista!)

Con el pasar del tiempo me acostumbré a su presencia. Al llegar a casa lo saludaba con cariño. Cuando me acostaba sentía que se sentaba en mi cadera. Todavía ni siquiera había bostezado así es que en estado de lucidez plena sentía ese peso que se acomodaba allí. Intentaba tocarlo con la mano, pero no lo sentía. Encendía la luz, pero no lo veía, pero en mi cadera se acomodaba ese peso liviano y suave.

A veces me sentaba y por debajo de mis posaderas sentía como se arrastraba para liberarse, como si me hubiera sentado sobre él. Estas percepciones las tenía completamente lúcida, en pleno día, incluso cuando había otros presentes.

La experiencia duró tres años.Nunca sentí miedo, ni de lo desconocido ni de estar loca. Agradecí, en medio de mi soledad y duelo por mi padre, esa presencia invisible. Me sentía favorecida por el hecho de poder sentirla porque lo tomaba como una prueba de confianza y de afecto por parte de este ser.

Diversas circunstancias derivaron en un cuadro depresivo, y tuve que pasar una larga licencia médica en casa, sola la mayor parte del día. A veces lloraba. Entonces la presencia háptica se acostaba en mi pecho y ... de verdad, sentía consuelo.

Un año después lo sentí por última vez: Estaba en mi oficina, frente a la computadora y me abrazó desde atrás, por el cuello. En voz muy baja le dije que lo quería. Enseguida se deslizó por mi espalda hasta el piso.

Ya no trabajo allí. A veces me dan ganas de ir a buscarlo.
Datos del Cuento
  • Autor: claudilg
  • Código: 4176
  • Fecha: 02-09-2003
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.38
  • Votos: 66
  • Envios: 10
  • Lecturas: 4629
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Roberto Landa Cardona.
invitado-Roberto Landa Cardona. 18-10-2003 00:00:00

Muy bien autor, quienquiera que seas, lo haces muy bien. Te deseo muchísimos prolífocos años.

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